Santidad educadora
En números anteriores se ofrecían a nuestros lectores los dos grandes ejes que fundamentan la espiritualidad de Abelardo: el contemplativo y el educativo. Las “manos vacías” y el “Aula magna”, dos símbolos de un estilo de vida, indisolublemente unidos en aparente contradicción, que él resolvió mediante una frase que dio título a una de sus canciones: “La cumbre está más abajo”.
Pero esta realidad desborda la personalidad de Abelardo y se hace estilo de vida para los Cruzados de Santa María y sus Colaboradores, convirtiéndose en humilde aportación a la Iglesia y al mundo.
Un estilo de vida que supone aspirar a la más alta santidad y realizarla bajando al detalle más pequeño. Subir bajando. Arrebatar el amor de Dios por la miseria aceptada y la negligencia combatida. No cansarse nunca de estar empezando siempre. Este ha de ser nuestro estilo de vida. El que la Virgen quiere de sus cruzados y militantes para que lleven la vida divina sobreabundante a los hombres de todo el mundo (1).
Es lo que en nuestro patrimonio espiritual se denomina “Santidad educadora”, “un método de educación que es al mismo tiempo una espiritualidad” (2). Es decir, buscar la santidad por el camino ordinario de la educación de nosotros mismos, potenciando virtudes y corrigiendo defectos; cultivar la excelencia a través de los pequeños detalles, con la mirada puesta en forjar hombres y mujeres no sólo cristianos consecuentes, sino guías de otros. El P. Morales la denominó “mística campamental”, dos palabras que tienen un profundo sentido: no renunciar a las “cumbres”, pero bajando a la humildad; expropiados siempre de nosotros mismos, sin concesiones a la autorreferencialidad, como diría el papa Francisco.
Hágase–Estar
Esta escuela de formación no se improvisa. Se concreta en los pequeños detalles de cada día, que constituyen, en lo humano (por lo que tienen de lucha ascética para saber estar y aceptar los acontecimientos como venidos de la mano de Dios) las mimbres que van formando el cestillo sobre el que Dios hará el milagro de nuestra santificación. Dos actitudes que nos reclama permanentemente la vida diaria. Escribe Abelardo:
La mística campamental nació para colocarnos en nuestro sitio. Para enseñarnos a estar… donde Dios quiere y como Dios quiere. Estar y aceptar: Hágase. Qué difícil, pero qué maravilloso. Saber estar en las asambleas… en los actos litúrgicos… (en la) reunión de acampados, deportes, convivencia con la escuadra… en la marcha, baño, comidas, fuegos de campamento… oraciones, servicios humildes de limpieza o cocina, descanso de la noche y aseo de la mañana; en la ascensión costosa y en la bajada alegre. En el detalle pequeño del sombrajo que construyes… o la ropa que lavas. Saber estar siempre, en todo y con todos.
Y saber aceptar: los cambios bruscos de temperatura… los insectos y sus picaduras molestas, el dormir incómodo, una lesión fortuita, posibles quemaduras solares… la linterna que no funciona o el calzado húmedo por el relente de la noche. ¡Cuántas circunstancias y cosas, menudas o grandes, ejercitándonos en la paciencia! Dios utiliza todo para construir su santo (3).
“¡Dios utiliza todo para construir su santo!”. Se respira en esta afirmación el aroma de la “Contemplación para alcanzar Amor”, que pone san Ignacio al final de sus Ejercicios: “Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre la haz de la tierra” (EE, 236).
Si el hombre acierta a responder a ese trabajo de Dios mediante esas dos actitudes de autodominio que describe Abelardo (estar y aceptar), las consecuencias para su vida espiritual serán importantes:
Si sabemos estar y aceptar nos haremos esos contemplativos enamorados de Dios que pide Juan Pablo II… Contemplativos enamorados de Él en sus criaturas. Sabiendo hacer de ellas recto uso; dominándolas y no dejando que nos dominen. Saber estar con las criaturas supone gozar de ellas por la contemplación y el recto uso; pero también dominarlas por la moderación y la abstención. ¿Nos damos cuenta de todo lo que aquí hay encerrado? (4).
“Recto uso”, “moderación”, “abstención”. Volvemos a percibir las resonancias del “Principio y Fundamento” de los Ejercicios de san Ignacio: Saber usar de las cosas “en tanto en cuanto” nos aproximan a Dios, “y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado” (EE, 23).
El fantasma del egoísmo
Ciertamente el autodominio sobre nosotros mismos puede facilitar la tarea de hacernos contemplativos de Dios, pero también existe el riesgo gravísimo de construir personalidades autosuficientes, insolidarias, dominantes. Desde luego nunca santos, es decir sencillos de corazón que gastan su vida al servicio de los demás. Abelardo reflexionó sobre este riesgo sutil y nos alertó:
¿La mística campamental, forja santos, líderes o divos? Evidentemente puede formar cualquiera de los tres tipos enunciados. Y es muy importante descubrirlo…
El santo siempre es un líder, pero jamás un divo. El líder puede no ser santo, y tiene mucho peligro de convertirse en divo. El divo jamás será santo…
El santo no busca gobernar y menos dominar…
En la Cruzada-Milicia todos estamos llamados a ser santos, actualizando nuestro bautismo. En consecuencia estamos llamados a ser líderes. Unos, aun visiblemente, otros pasando desapercibidos. Líderes, hombres reflexivos, responsables y constantes. A lo que no está llamado ninguno es a ser divo. Una institución en la que todos sus miembros hayan de disponer de su obra personal para satisfacer su liderazgo, acabaría proporcionando a sus miembros un “divismo” autodestructor que la llevaría a la ruina más absoluta (5).
Es, de nuevo, la “autorreferencialidad” denunciada por el papa Francisco. ¡Cuántos ejemplos de este pecado entre los católicos a lo largo de nuestra historia! Como grupos: creernos los mejores, los imprescindibles, los salvadores del mundo, adulterando la sabiduría de la Cruz (que es la del grano de trigo que cae, se pudre y muere) mostrando exceso de confianza en la eficacia humana (métodos, estrategias, influencia, poder). Y como individuos: convertirnos en consumidores permanentes de autoafirmación (que me valoren, que me aplaudan, que cuenten conmigo). De ahí la necesidad de estar, como educadores, en alerta permanente, fomentando el trabajo en grupo, la solidaridad, la entrega al bien común, evitando caudillismos.
La cumbre está más abajo
La reacción de Abelardo ante esta amenaza, es la de siempre: encuentra la solución justamente donde acecha el peligro de caer, porque nuestro estilo educativo constituye precisamente un permanente “correctivo” de nuestra vanidad, al enfrentarnos ante la realidad de nuestra mediocridad a la hora de vivirlo:
Parece que así tenemos el peligro de formar hombres voluntaristas, pero no es cierto: la lucha, el esfuerzo constante y diario en el dominio de nosotros mismos, tropiezan con el rechazo a esa forma de vivir dentro y fuera de nosotros mismos…, y las adversidades… nos hacen sentir la impotencia más total para esta gran empresa… Es entonces cuando acude en nuestra ayuda la llamada “mística de las miserias”. Por ella, esa voluntad fuerte que deseamos formar, se hace al tiempo dócil y humilde, comprensiva con todos y con uno mismo. Entonces se nos ilumina la entraña del Evangelio, el seguimiento de Cristo crucificado, la ciencia del grano de trigo que fructifica cuando muere (cf. Jn 12,24) (6).
¡Cristo crucificado es la solución! De nuevo Abelardo contemplativo.
Mirando hacia el interior de su corazón, el santo es aquel hombre o mujer que a imitación del grano de trigo, sabe morir en el surco para dar vida:
Todo este bellísimo estilo de vida quedaría incompleto si no se enseñara, junto a la pedagogía de cumbres, la de los abismos. La pedagogía de la humillación, del saber subir bajando. Alcanzar la cumbre de la humildad que está en Cristo crucificado. Y con san Pablo, superabundar de gozo en medio de las tribulaciones (cf. 2Co 7, 4)… Ésta es la única forma de salvar al mundo (7).
Pero la muerte más fecunda no es la del que cae agotado por el trabajo apostólico. Es la del que sabe desaparecer a sí mismo en silencio, aceptando con amor, sin sublevarse, su nada y pobreza “así actual como espiritual” (S. Ignacio). Estas son palabras mayores. Pura mística:
Conocer mi propia miseria no es humildad. Humildad es amar mi miseria porque eso ya es humillación. Y Él escogió y vivió la humillación. Esa humillación de Él es la que yo he de amar (8).
Mirando hacia fuera, el santo es siempre un testigo del amor misericordioso de Dios para con él, y desde él a los demás:
“Dios es caridad” (1 Jn 4, 16). El amor es su esencia. Y es su amor en nosotros el que nos ha de distinguir. Viviremos cuanto señala san Pablo en su primera carta a los Corintios: “La caridad es paciente, servicial, no es envidiosa, no se engríe. La caridad no ofende, no busca el propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal. La caridad no se alegra de las injusticias, pero se alegra de la verdad. Todo lo excusa. Lo cree todo. Todo lo espera. Todo lo soporta” (13, 4-7) (9).
* * *
Estos sentimientos de Abelardo alimentaron el sueño de su vida sobre los jóvenes. Así los veía:
Profetas de tiempos nuevos mostrarán obras nuevas: un estilo de vida austero, fuerte, exigente, pero envuelto en sencillez, alegría, pequeñez, humildad, pobreza espiritual. Siempre en actitud de quien sirve, a imitación de su Maestro que vino a servir y no a ser servido. Es decir, la alegría de las Bienaventuranzas hechas vida… El estilo de vida alegre que la Virgen muestra en su cántico de la Visitación, el Magnificat (10).
Un sueño que se va haciendo realidad, gracias a María, la Flor escondida en el corazón granítico de Gredos. Ella pone el toque de ternura maternal a este estilo de vida. De ella escribiremos en la siguiente ocasión.
Notas
1 ABELARDO DE ARMAS. “Gredos, Aula Magna” (Impresiones de la marcha a Santiago de Aravalle, 1-2.06.1985), en Santidad educadora, p. 139.
2 Expresión del papa Francisco al Rector Mayor de los Salesianos, con motivo del bicentenario del nacimiento de san Juan Bosco (carta del 24.06.2015).
3 “Mística campamental” (Impresiones publicadas en el número 72 de la revista Estar, 21-22.06.1986); o.c., p. 169.
4 Id.
5 Id., “¿Divos, líderes o santos?” (Impresiones de la marcha al Bosque Boca de Asno, 14-15.06.1986); o.c., p. 165.
6 Id., “Vino nuevo” (Impresiones de la marcha al Alto de los Leones, 4-5.06.1988); o.c., pp. 193-194.
7 Id., “Santuario y desierto” (Impresiones de la marcha al Puerto de los Cotos, 9-10.06.1990); o.c., p. 231.
8 Id., “Canciones de esperanza” (Impresiones de la marcha al Puerto de los Cotos, 18-19. 06.1983); o.c., p. 115.
9 Id., “Saber aceptarse” (Impresiones de la marcha a la Pradera de San Rafael, 18-19.06.1988); o.c., p. 204.
10 Id., “Vino nuevo” (Impresiones de la marcha al Alto de los Leones, 4-5.06.1988); o.c., p. 196.