Por Pili Cortés
Me encuentro recordando a alguien muy especial, a Abelardo, ¡cuánto ha influido en mi vida!
Todo empezó con él. Si mi padre no hubiera conocido a Abelardo de Armas yo no estaría en el Movimiento de Santa María.
Nos remontamos a los años 80, en Benicasim (Castellón), fuimos los tres hermanos mayores, Paco, Mabel y yo con nuestro padre a un Congreso de la Ciudad Católica. Yo con doce años no sabía muy bien qué era aquello, mi padre nos llevaba y había conferencias con gente católica, una de ellas la daba Abelardo. Sus palabras resonaban en aquella sala inmensa, tenían una fuerza especial, a mi entender de niña no llegaba todo el mensaje, pero sabía que este hombre transmitía a Dios.
Al finalizar mi padre se acercó y le felicitó, entonces Abelardo se señaló una insignia pin del Espíritu Santo que tenía en la solapa de su chaqueta y dijo: «Este es el que ha hablado».
Después le dio a conocer la Milicia de Santa María y allí nos fue llevando a los cinco hermanos, y, cuando fueron creciendo, también a los dos más pequeños Jorge y Eugenio.
Desde Alcoy (Alicante) nos dejaba en el autobús dirección Madrid y allí algún cruzado o cruzada nos llevaba al hogar, fuimos yendo a campamentos, ejercicios espirituales, etc.
Abelardo marcó mucho a nuestra familia; nuestro padre iba a Madrid, se hacía 500 kilómetros solo para ir a las Vigilias de la Inmaculada y volvía con las cintas cassettes de Abelardo. Las escuchábamos en familia los siete, después de cenar, y luego rezábamos.
Nos fortalecían en la fe, y nos alentaban para la vida.
Después fueron pasando los años y la vida nos fue llevando por distintos caminos, de los cinco hermanos algunos nos hemos integrado más en el Movimiento pero todos recuerdan a Abelardo, por los campamentos en Gredos, los ejercicios espirituales, su famoso disco: Un seglar descubre la oración, por sus canciones, al menos nos sabemos algunas estrofas, esas que se te quedan desde la niñez en la mente y no se olvidan nunca:
«Ahora ya comprendo, es de justicia / por qué se te ama tanto en tu Milicia» (amor a la Virgen).
También en sus últimos años, en su enfermedad ya con mi nueva familia, con Juanma y nuestros cuatro hijos, visitando a Abe en el Hogar de la calle Écija o en el hospital, el estar un rato con él nos hacía mucho bien. Le veíamos ya despojado de todo en vida, con las manos vacías, como siempre nos enseñó:
«Manos así transformadas, colman todo de tu amor; / ya no las tengo vacías, las ha llenado mi Dios».
Por lo tanto, no me queda nada más que agradecer a Dios haberlo conocido.
¡Muchas gracias, Abelardo, hasta el cielo!