Abelardo y el padre Eduardo, en dos pinceladas

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Abelardo y el P. Eduardo Laforet
Abelardo y el P. Eduardo Laforet

Por P. José Ángel Madrid

El año 1985 Abelardo viajó a Roma con el P. Tomás Morales y otros cruzados para presentar las Constituciones del instituto secular Cruzados de Santa María. Pudo saludar a san Juan Pablo II y hablarle del P. Eduardo Laforet que había ofrecido la vida por él.

Así fueron los hechos, como se relata en la primera biografía del P. Tomás Morales: Abelardo […] le comenta qué es la Cruzada-Milicia de Santa María y cómo el P. Eduardo ha entregado su vida por él. «¡Es una gran generosidad!», exclama el papa.

Le explica entonces Abelardo cómo el P. Eduardo hizo su ofrecimiento por la vida del Papa el 13 de mayo de 1981, el mismo día del atentado. El Señor se lo aceptó y contrajo leucemia.

—¡Oh, leucemia! —exclama asombrado el papa.

—Sí, ante la gravedad, Su Santidad le concedió dispensa para ordenarse antes de tiempo. Falleció a los pocos meses de la ordenación.

—«Es una institución generosa. Bendigo a toda la institución».

En esta sencilla anécdota podemos ver la cercanía de Abelardo al P. Eduardo y su vida ofrecida. El P. Eduardo había sido el primer cruzado de Santa María que inició estudios sacerdotales para responder a un crecimiento de la institución necesitada de atención pastoral. Había una gran cercanía entre todos los miembros del instituto y con su director general, Abelardo, que seguía de cerca la vida de todos y cada uno; era ciertamente un padre cercano a todos. Se daba una gran comunión espiritual. Abelardo era un gran maestro de vida cristiana y Eduardo un alumno aventajado ávido de aprender.

Hay otro momento clave para atestiguar esta cercanía; fue en la Pascua de 1984. Abelardo veía cómo se iba deteriorando su cadera y optó por una operación delicada que se iba a realizar en los primeros días del tiempo pascual. Los cruzados solíamos reunirnos un par de días en la octava de pascua tras las Jornadas de oración y estudio de la Milicia de Santa María. Ese año fueron en Villagarcía de Campos, en la casa de espiritualidad de la Compañía de Jesús. Eduardo, ya sacerdote, le propuso recibir la unción de enfermos como preparación espiritual a la operación. Así, en la misa del martes de Pascua, que presidió el P. Morales, el P. Eduardo le administró este sacramento a Abelardo. Fue para este una gran vivencia espiritual en que revivió la gracia de sus cincuenta años: verse ante Dios con las manos vacías, aquellas manos que ahora extendía para recibir el santo óleo.

Lo cuenta así Abelardo: «Cuando llegó el día de aquella Extrema Unción […], y yo pensaba que en la operación iba a enfrentarme realmente a Dios, que podía acabar mi vida, sentí un gozo grande al pensar que se cumplía lo de mis manos vacías, que entraba en el cielo por pura misericordia».

Eduardo con la leucemia que le va consumiendo y purificando espiritualmente, y Abelardo, que va viendo limitada su actividad y recibe la gracia de llegar a ser inasequible al desaliento por la entrega absoluta al Amor Misericordioso. Ambos creciendo en confianza en el amor del Padre de los cielos, una confianza audaz y sin límites.

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