Aprendiendo con las luces del día

La luz en el pensamiento del P. Morales

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Foto: Antonio Tajuelo
Foto: Antonio Tajuelo

El P. Morales recurre a menudo a la imagen de la luz para “iluminar” su pensamiento, para hacer más comprensibles conceptos que escapan fácilmente a la imaginación. Una buena muestra de ello es el texto recogido en la sección “testigos y maestros”, en el cual ha reunido comparaciones diversas que utilizaba en sus discursos y homilías. Este artículo quiere adentrarse en el rico universo simbólico que representa la luz para el P. Morales. Vamos a dejar que sea él quien nos hable y nos contagie su fuerza persuasiva.

¡Qué bello es el amanecer en el mar!

El papa Francisco, en la encíclica Laudato si’ que nos acaba de regalar, afirma que san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad[1]. El P. Morales maneja con maestría este libro y frecuentemente nos transmite experiencias de su contacto íntimo con la naturaleza.

A veces las ofrece como composición de lugar para la oración. Como muestra, sirva este evocador comentario a la aparición de Jesús. Comienza a leer el pasaje evangélico y nos transporta a las orillas del lago de Genesaret: “Siendo ya de mañanita…” Amanecía, ¡qué bello es el amanecer en el mar! Eleva dulcemente a la contemplación de Dios, de las cosas eternas. Cuando la luz primera del alba pinta de perla la curva extrema del horizonte, y tiñe de rosa la arena de la playa… Eso es fantástico, yo lo he visto algunas veces. Ni cine ni televisión; ya se te quitan las ganas para ver los sustitutivos cuando tú has visto la realidad de los colores en la naturaleza en estos amaneceres, en la playa, en el mar. El encaje de espuma se ilumina, ese encaje que las olas hacen cuando van chocando contra el acantilado. Y cuando las aguas quedan tranquilas, la aurora borda un tapiz tan bello, colores tan variados, unos matices tan inigualables… “Siendo ya de mañanita…” ¡Qué sería aquel amanecer de primavera en el lago de Genesaret![2] ¡Vaya manera de entrar en oración!

Aprendiendo con las luces del sol y del día

El P. Morales disfrutaba con la magia de la luz. Y eso que apenas veía por el ojo derecho, y tuvo que ser operado de cataratas del ojo izquierdo. Eso demuestra que no se trata solo de ver, sino de mirar, contemplar y admirar. Y en ello fue un maestro.

A veces une la evocación del arte y de la naturaleza. Cómo nos gustaría tener sus ojos interiores para “aprender” con tanta belleza: Estaba yo admirando el otro día ese claustro maravilloso en El Escorial de Cuenca, ¡qué maravilla! Y estaba aprendiendo con las luces del día que Dios es la eterna novedad. Cuando salí a hacer la oración por la mañana, tenía que atravesar aquel claustro plateresco y renacentista, bañado en los rayos de la luna, plateado. (Me acordaba de los reflejos de la luna en esas acampadas en Gredos, cerca del Almanzor: en aquellas noches aparecían todas aquellas rocas iluminadas por los reflejos plateados de la luna). Pero luego, una hora después, salía, y ya la aurora empezaba a colorear aquellas magníficas columnas, aquellos follajes en la piedra tan bellos, y tan equilibrados al mismo tiempo. Y el ocre de la piedra empezaba ya a sonrojarse con la aurora sonrosada del día que amanecía. Pero luego salía de misa, a las nueve, y ya el sol empezaba a dar de plano; al mediodía, aquello era deslumbrante. Parece que es la misma piedra, pero cómo cambia. Y luego, al atardecer, los colores cenicientos, parduzcos, en aquel ocre de la piedra, todavía en el cielo azul… Dios es la eterna novedad —me decía—; parece que es lo mismo, pero si cada día contemplas esa belleza arquitectónica con un corazón renovado, la oración se te hace cada día nueva[3].

Estrellas y miles de millones de años

El P. Morales echa mano de los conocimientos científicos sobre la luz para ilustrar su discurso. Así escribe comentando la centralidad de Jesucristo en la vida de todo cruzado: Jesús es su luz. A sus destellos camina. Tinieblas y muerte en la tierra si se apaga el sol. A los ocho minutos, no habría luz en el mundo. A las veinticuatro horas, nos oprimiría aire de hielo, 273 grados bajo cero. La vida se habría extinguido. Tinieblas y muerte en el alma de un cruzado, si no contempla la Eucaristía Luz, Vida, Fuerza[4].

Y para dar a entender esta unión íntima con Jesucristo se apoya en dos “radiantes” imágenes. Comenta: la vocación en la Cruzada es para vivir con Jesús dentro (…) Dos velas se han juntado; sus llamas ya no puedes separarlas. Dos estrellas separadas por distancias inmensas, astronómicas, se hacen una al proyectar su luz sobre la tierra[5].

Otras veces se basa en las dimensiones admirables del espacio–tiempo para hacernos intuir el misterio de la acción de Dios sobre nosotros. Argumenta: Así como hay estrellas que existen desde hace miles de millones de años y cuya luz no nos ha llegado todavía, y de repente un día, nos llega (porque la velocidad de la luz es gigantesca y la luz avanza veloz por los espacios, hasta que un día nos llega), lo mismo pasa con los misterios de Jesús. El Padre de los cielos nos miró entonces [hace dos mil años], aunque todavía no existíamos. Su mirada me llega a mí en el momento en que la gracia me ilumina. Para Dios no hay pasado ni futuro. Todo es actualidad presente[6].

Y por último recogemos este recurso interesante con el que comienza una homilía. Plantea de forma coloquial: ¿qué ocurriría si no volviera a salir el sol? Expone: Cae el sol, continúa la noche. ¿Qué pasaría en el mundo? Al principio sensación de extrañeza, “no ha aparecido el sol, ¿qué pasa?” Y que mañana tampoco sale el sol. Entonces ya la extrañeza se va cambiando en inquietud. Pasado mañana tampoco, y entonces la extrañeza y la inquietud se empiezan a convertir en angustia, la desesperación empieza a apoderarse del corazón de los hombres. Y concluye: ¿No os parece muy oportuno pensar esto cuando llega la Navidad? El mundo está en tinieblas, Jesucristo es la luz. “Estamos en la noche”, te lo dice san Pablo. Exhorta él a que te prepares “porque va pasando la noche y se acerca el día”, y que te revistas de las obras de la luz y abandones, lanzándolas lejos, las obras de las tinieblas[7].

Imposible iluminar si no se arde

El P. Morales utiliza con distintos enfoques la imagen de la luz para referirse a nuestra dimensión apostólica. Comenta, por ejemplo: Es más perfecto que un farol no se limite a lucir, sino que ilumine en la noche en la calle. Ilumina dando luz a los pasajeros que, si no, en la noche tropezarían, caerían… No sois solamente luz del mundo para lucir, sino para iluminar[8].

Y en otra ocasión escribe: Imposible iluminar si no se arde. Apostolado es reflejar el misterio de Cristo en la vida propia. Con esto sólo, el cristiano es ya «luz del mundo», estrella en la noche de paganismo[9]. En otra ocasión señala muy gráficamente: Una bombilla eléctrica se enciende; no se preocupa de dar luz. Ella se pone incandescente en su filamento y ya está alumbrando, ¿o es que tiene que preocuparse ella de dar luz? No hace falta, sobra[10].

Y recurre a veces a su experiencia personal: Visitaba yo una central eléctrica en el extranjero, y me enseñaba el ingeniero: “pulso este botón y se enciende una luz en Oceanía”. Bueno —yo pensé entre tanto— en el cuerpo místico de Jesucristo así nos pasa a todos: pulsamos un botón, se enciende un alma. Un solo acto de amor puro es más provechoso, útil, a las almas, a la Iglesia, que todas las obras exteriores[11].

La luz y la misericordia de Dios

Podríamos recoger muchas otras comparaciones del P. Morales a propósito de la luz. Me centro en un par de ellas orientadas a preparar el Año Santo de la Misericordia. Comenta así de atrevidamente el pasaje de la conversión de san Pablo: De repente le cerca un resplandor, una luz. ¿Qué luz crees tú que es ésta? “¡Ah! Pues una luz de fuerza, que se desencadena, lo tira por el suelo, lo arrebata; es una luz del Dios todopoderoso, en cuya presencia se estremecen las montañas”. Pues mira, más bien es otra cosa: es el Dios de la misericordia que envuelve a Saulo en la suavidad de su perdón[12].

Y en otro momento nos señala la correspondencia estrecha entre misericordia y miseria: Su misericordia solo puede brillar en tus miserias, como la luz de las estrellas solo resplandece en la noche[13].

Más que el sol fue la nieve

Por último, destacan en el P. Morales las abundantes —y atrevidas— referencias a la luz que irradia María. Escribe, por ejemplo: La vida de María en Nazaret es un destello de la de Jesús. Él es la Luz del mundo, pero María es su vibración más pura y bella, más serena y limpia[14]. La conclusión es clara: Si María resplandece, Jesús, Luz del mundo, brillará en los corazones[15]. De modo que cuando María está en sombra, Jesucristo no está en luz. Es un axioma de la vida espiritual[16].

Y pone este simpático ejemplo para ilustrar el papel de la Virgen en la vida espiritual: Gredos, dos días van allí unas de marcha; vuelven, les dicen que están tostadas, y ellas contestan: “Bueno, pero más que el sol fue la nieve, porque estábamos llenas de nieve por todas partes, además del sol”; y una hace la consideración siguiente: “¿Quieres que te tueste el sol Cristo? Ponte en la nieve que es María”[17].

Cuánta luz brilla en el P. Morales; cuántas enseñanzas para nuestra vida. Dejémonos tostar por Cristo, en la nieve que es María, y nuestras vidas irradiarán y llenarán de luz este mundo hambriento de claridad.

(Notas)


[1] Laudato si’ n. 12.

[2] Ejercicios Espirituales de mes a los Cruzados de Santa María, 1981. Meditación de la aparición en Genesaret.

[3] Ejercicios Espirituales de mes a los Cruzados de Santa María, 1981. Platica sobre Dios perdón. Se refiere al monasterio de Uclés, conocido como “el pequeño Escorial” o “el Escorial de Cuenca”.

[4] Vademecum, p. 229.

[5] Ejercicios Espirituales a los Cruzados de Santa María, 1985. Plática del día 22.

[6] Ejercicios Espirituales a los Cruzados de Santa María, 1972. Meditación sobre san José en Nazaret.

[7] Homilía en Valladolid, 5.12.1983.

[8] Homilía en Valladolid, 11.11.1991.

[9] Laicos en marcha, 3ª ed., p. 297.

[10] Ejercicios Espirituales a los Cruzados de Santa María, 1974. Plática sobre la vida consagrada (IV).

[11] Ejercicios Espirituales a los Cruzados de Santa María, 1974. Plática del día 3º.

[12] Ejercicios Espirituales de mes a los Cruzados de Santa María, 1981. Plática del día 24 sobre Dios misericordia.

[13] Id.

[14] Vademecum, p. 26.

[15] Laicos en marcha, 3ª ed, p. 274.

[16] Laicos en marcha, 3ª ed, p. 266.

[17] Ejercicios Espirituales a los Cruzados de Santa María, 1974. Día 4º. Meditación sobre la Anunciación.

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