Belleza seductora y trascendencia incalculable encierra la tarea educativa

P. Tomás Morales, SJ. (Hora de los Laicos, 2ª Ed., pp. 267-272)

199
Padre Morales tarea educativa
Padre Morales tarea educativa

El mundo de la enseñanza, mejor, de la educación integral de la juventud, se abre en horizontes dilatados. Brindan al bautizado posibilidades inmensas y decisivas. «Los elementos más poderosos para formar o deformar un pueblo son la instrucción y la educación», decía Balmes.

Este mundo de la educación no excluye a ningún laico. Abarca no solo a los que hacen de la enseñanza su profesión, sino a cada cristiano que, en su familia, en el trabajo o en la amistad se siente transmisor de los valores humanos y sobrenaturales que el Evangelio encierra.

Trascendencia

La enseñanza de la juventud es la palanca para engrandecer o arruinar una patria, para fortalecer o debilitar la Iglesia. Es el ariete más formidable para pulverizar la civilización cristiana o el arma más eficaz para cimentarla y desarrollarla. Por eso, la educación de la juventud es el campo de batalla que se disputan dos fuerzas antagónicas: Dios–Belial.

La razón es clara. Quien educa a la juventud se apodera del mañana de la patria, del porvenir de la humanidad. De ahí la lucha ejemplar y tenaz por la libertad de la enseñanza mantenida con éxito por los católicos de algunos países.

Bautizada la enseñanza, cristianizada la educación, las demás realidades temporales, incluso la familia, acaban impregnándose del Evangelio. Inyecta en la juventud, y a la larga en la vida toda de una nación, los principios espirituales que, superando el egoísmo, hacen florecer ese amor a los demás, sin el cual la sociedad se desmorona.

El árbol no puede crecer y consolidarse sin echar raíces profundas. El mañana cristiano del mundo se asienta, más que en medidas favorecedoras o protectoras de las creencias religiosas, en la ortodoxia de una enseñanza plenamente conforme con los principios evangélicos.

Profesión sublime

San Juan Crisóstomo no conocía otra profesión más bella y noble que troquelar las almas y educar las costumbres de los jóvenes. «Pienso que quien modela las almas más jóvenes es artista más consumado que cualquier pintor o escultor». La más sublime de las tareas humanas, después del sacerdocio y de la vida consagrada, es completar, educando sin afán de lucro, la labor abnegada iniciada por los padres en el seno de la familia. Educar es convertir al discípulo en alguien, para que no sea un cualquiera; hacer que cada uno sea él al máximo. Es educarle no para que sea masa amorfa que sirve para todo y no vale para nada. Es liberarle del anonimato de la gente para que se convierta en persona. Es invitarle a no ser marioneta, para empezar a ser libre con propias convicciones, distintas de lo que se dice, escribe o hace. Es comunicarle energía indomable de carácter que no oscila con la moda cambiante.

Belleza seductora y trascendencia incalculable encierra la tarea educativa. El egoísmo desenfrenado de la sociedad ha mercantilizado la enseñanza. La mayoría piensa que es un medio de vida como otro cualquiera.

Evangelizar el mundo de la enseñanza es tarea apasionante para un cristiano laico. Evangelizada la enseñanza, purgada de egoísmos crematísticos, las demás profesiones, a la larga, empezarán a cristianizarse liberándose del mercantilismo que las profana y esclaviza. Aficionar a la enseñanza, y estabilizar en ella a cuantos sean capaces haciéndoles sentir las satisfacciones profundas de ayudar a los demás, desenterrando en ellos potencialidades latentes e ignoradas, es consigna ineludible para un bautizado.

Artículo anteriorExpertos conocedores del corazón humano
Artículo siguienteEducar con el deporte