El Evangelio nos muestra unos personajes discretos que pueden ser nuestros modelos como laicos en el mundo. Son los camilleros que llevan al paralítico ante Jesús (Mc 2,1-12). ¿Qué aprendemos de ellos?
Son camilleros en marcha, en salida. Salen de sí mismos, se ponen en movimiento y caminan hacia Jesús. Deducimos que han venido de lejos (en Cafarnaúm ya no quedarían enfermos; ¡Jesús los había curado unos días antes! —Mc 1,32—), que tienen que regresar antes de la noche, y que no pueden esperar.
Les mueve el amor al enfermo y la fe en Jesús. Fe y amor forman una mezcla explosiva: reducen la distancia entre Dios y los hombres. Ponen en comunicación al Creador con las criaturas.
Se olvidan de sí mismos. Tienen los ojos abiertos para las enfermedades ajenas. Seguro que ellos también estaban aquejados por dolencias, pero postergaron sus intereses por la curación del paralítico.
No hablan, actúan. Su lenguaje es el de los hechos. No hacen discursos sobre la injusticia o el derecho a la salud; cargan con el peso del enfermo y lo llevan a quien puede curarlo.
Avanzan en grupo, unidos, en Movimiento. Uno solo no puede llevar una camilla con un enfermo encima. Los camilleros están organizados, forman un cuerpo. Supeditan su voluntad propia al bien común.
No les detienen las dificultades. Cuando llegan a Cafarnaúm, una multitud les cierra el paso. Pero no se desaniman, son tenaces. Si nos desanimamos es porque tenemos poca fe en Jesús o poco amor a los hombres.
El ingenio les da alas… O martillos en este caso. Si las puertas se les cierran, entrarán por las ventanas, y si no encuentran ventanas abiertas, ¿para qué están los martillos?
Son expertos en abrir boquetes. En unir la tierra y el cielo. En llevar a los hombres a los pies de Jesús.
Son los mejores comunicadores. Comunican al hombre con Jesús: Jesús no podía llegar hasta el paralítico (la multitud se lo impedía) y el paralítico no podía llegar hasta Jesús (la parálisis se lo impedía). Los camilleros vencen la parálisis y no se arredran ante la multitud.
Conmueven a Jesús por su fe. Jesús, viendo la fe que tenían, curó al paralítico. Jesús ve la fe… ¡por las obras! La fe verdadera es operativa; mueve, remueve y conmueve. ¡La curación del enfermo está unida a la fe de sus amigos! Si no vemos más curaciones, ¿no será que nos falta fe en Jesús, o amor a quienes nos rodean?
Saben desaparecer. Tras poner al paralítico a los pies de Jesús, desaparecen de la escena; ya no se habla de ellos. No conocemos sus nombres. Son los santos anónimos. Nadie abrirá su proceso de canonización porque no tendrán fama de santidad.
Su recompensa es ver la curación del enfermo y el poder de Jesús. Son los primeros en descubrir que el poder de Jesús se extiende al perdón de los pecados.
Promueven nuevos camilleros. Al principio, la camilla la llevaban entre cuatro…, con el paralítico encima. Tras la curación, vacía, la lleva uno solo…, el propio paralítico. Jesús diría al paralítico que cogiera su camilla, no por un motivo ecológico o económico, sino apostólico: que esa camilla sirviera para que le llevara nuevos paralíticos.
Se vuelven dando gloria a Dios. Son sensibles a la acción desbordante de Dios. Hoy hemos visto maravillas, nunca hemos visto una cosa igual.
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Los laicos somos los camilleros de hoy: los «rompetechos» que comunican al enfermo con el Señor. Suscitemos un movimiento de camilleros, movidos por el amor a los hombres y por la fe en que solo Dios es capaz de sanar y llenar nuestro corazón. Que la Virgen María, la Comunicadora de Dios con los hombres, Reina y Madre de los camilleros, nos eduque, nos ayude y nos acompañe.