Hemos iniciado la Cuaresma de este año casi sin darnos cuenta. Y eso es lo peor que nos puede pasar: no ser conscientes de este regalo de conversión que cada año nos regala el Señor. Porque la Cuaresma hay que traducirla en una llamada a la conversión personal.
Estas han sido las palabras de Benedicto XVI en la Audiencia General que se celebraba en el pasado Miércoles de Ceniza:
La primera exhortación es a la conversión, una palabra que hay que considerar en su extraordinaria seriedad, dándonos cuenta de la sorprendente novedad que implica. En efecto, la llamada a la conversión revela y denuncia la fácil superficialidad que con frecuencia caracteriza nuestra vida. Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no con un pequeño ajuste, sino con un verdadero cambio de sentido. Conversión es ir contracorriente, donde la «corriente» es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal, o en cualquier caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, aspiramos a la medida alta de la vida cristiana, nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo.
El papa ha querido resaltar la seriedad del asunto. Es un momento de cambio sustancial en nuestra vida: es dejar la vida superficial para tomar el camino de la vida verdadera que nos ofrece Nuestro Señor Jesucristo.
Conversión implica seriedad, cambio, ir contracorriente, todo un programa de vida que se identifica con Jesucristo. La meta final y el sentido profundo de la conversión es su persona, él es la senda por la que todos están llamados a caminar en la vida.
Estas palabras del papa Benedicto XVI me han traído a la memoria otras de Juan Pablo II que nos repitió muchas veces el P. Morales: Conversión es la palabra permanente del Evangelio. Nunca acabamos de ser cristianos. Conversión es la primera palabra del Evangelio. La palabra ineludible, la palabra más importante y la palabra permanente.
Cuando el P. Morales escuchó de labios de Juan Pablo II, en el viaje a África en 1980, estas palabras, las hizo suyas. De algún modo el Señor se las imprimió en el corazón, porque desde aquel año siempre las repetía. Era su exhortación favorita para el tiempo de Cuaresma, porque en ellas veía concentrado todo el mensaje que la Iglesia quiere trasmitir cada año.
La cuaresma no es un tiempo más del año litúrgico, no es simplemente la antesala de los misterios de Pascua. Es la oportunidad que Dios me ofrece para volver a Él. Como decía el P. Morales es una transformación, una conversión, un cambio, porque el cristiano está en renovación continua. Necesito seguir convirtiéndome. Finalidad de una Cuaresma, finalidad de una vida: convertirse a Dios.
Que la Virgen de Lourdes, que conmemoramos en estos días de Cuaresma, nos alcance la gracia de la conversión permanente.