Cruzando la tierra y el cielo

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Pintura abstracta de paisaje titulada "Cruzando cielo y tierra" de sor Isabel Guerra, con un camino luminoso que asciende al cielo.
"Cruzando cielo y tierra" (2023), sor Isabel Guerra. Acrílico sobre lienzo que fusiona paisaje y abstracción en busca del misterio.

Por Equipo pedagógico Ágora

El deseo de saber mirar nos lleva una vez más hasta sor Isabel Guerra, a un cuadro de su última exposición en Zaragoza titulada Luz increada, en la que se aprecia el giro en su pintura más reciente por los caminos de la abstracción.

Sor Isabel quiere mostrar así la llamada interior hacia el misterio que anida en el corazón; y atravesar el tiempo, la figura, el paisaje… para salir en busca de la paz y la alegría sin límites. Busca sacudirnos, hacernos salir de nosotros, partir de la luz que nos asombra y nos circunda para vislumbrar las huellas de la Luz increada, el Dios creador.

Para sor Isabel la pintura es ante todo mensaje, comunicación. Pinta para quien esté dispuesto a contemplar con ojos y mente abiertos. El arte se muestra espejo del alma de la artista, una llamada al Misterio. El corazón inquieto que brota de la mirada interior para trascender lo percibido inmediato, invita al espectador a un diálogo que remueve, que inquieta también. Metamorfosis del alma que camina hacia la luz.

El cuadro que contemplamos es muy llamativo. Se titula Cruzando cielo y tierra, de 2023. Un acrílico sobre lienzo, de 60 x 100 cm. Un cuadro horizontal, sin marco. Más aún, en el que la pintura, recia y poderosa, rebasa por centímetros el recuadro en su parte superior, como si quisiera literalmente trascenderlo para ascender más allá de sus límites, atravesando el espacio aéreo. La textura es rugosa, densa. Toda ella transmite fuerza y vitalidad. Nos llama la atención, sobre todo, una brecha que asciende en diagonal hacia el ángulo superior derecho, rompiendo la superficie del cuadro y atravesándolo de parte a parte.

Estamos ante un paisaje, no se sabe si soleado o nocturno por el asombroso juego de luz y de sombras que recorre la entera superficie en la que se dibuja un paisaje campestre, de tierra roja cubierta por una alfombra de hierba, salteada aquí y allá de flores silvestres. Contemplamos un promontorio que ocupa la mitad inferior del cuadro y sobre él algunas copas de árboles. Al fondo, un cielo intensamente azul, tachonado de manchas blancas que bien podrían ser estrellas o tal vez pequeños jirones de nubes.

A la izquierda se vislumbra una cabaña, entre sombras, y en el centro, entre dos árboles, asciende luminoso y resuelto un camino de tierra, como una brecha que rompe la superficie del cuadro y que, al llegar a la parte alta del promontorio se convierte en una hendidura blanquecina que rasga, literalmente, la superficie sobre la que se expande el cielo hasta más allá del límite superior del cuadro. Todo hace pensar en una especie de herida que atraviesa tierra y cielo y asciende imponente hacia lo alto. Como sor Isabel escribe: «Acaso pueda ser el tiempo una grieta / en nuestra existencia infinita, / la ilusión de la unión imposible de la noche y el día… / el umbral que culmina ese azul herido de tiempo finito…».

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