Dejando a Cristo mi mirada

En la operación militar de apoyo a Irak

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Dejando a Cristo mi mirada (Foto del Ejército de los EEUU por el sargento Cody Quinn)
Dejando a Cristo mi mirada (Foto del Ejército de los EEUU por el sargento Cody Quinn)

¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras?… Hay preguntas para las cuales no hay respuestas humanas. Solo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a Él. Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos», Jesús está en ellos, sufre en ellos.

Papa Francisco, Vía Crucis JMJ Cracovia 2016.

Por Mariano A.

Muchos de los jóvenes que estén leyendo esto pudieron oír en directo estas palabras del Papa el pasado verano en Cracovia. Yo estaba lejos, muy lejos, pero unido a ellos en esos momentos tan emocionantes, que les dejarán huella para toda su vida.

Estaba muy lejos, porque, durante unos meses, he estado trabajando en Oriente Medio, formando parte de la coalición internacional para derrotar al grupo terrorista denominado Estado Islámico o Da´esh que ocupó buena parte de Irak en 2014 haciendo que esta zona, una vez más, se viese sumergida en la violencia y la guerra. Cuando uno llega a un país tan devastado, tan desorganizado, todo resulta abrumador. Además de las obligaciones de mi puesto, que evidentemente eran lo prioritario de la misión, cada día quería ser consciente de que Dios me había puesto allí para algo. No es contradictorio ni mucho menos: el laico, el cristiano en medio del mundo, un militar cumpliendo su deber de forma tan intensa como me tocaba a mí todo ese tiempo, está santificándose y pone todo lo que le rodea, en presencia de Dios.

Ante los grandes problemas del mundo tendemos a ser negativos, pensando que uno poco o nada puede hacer por su cuenta. Eso es una verdad a medias, porque todos podemos y debemos hacer algo, poner nuestro granito de arena. En el caso de la coalición, aunque no viésemos inmediatamente el resultado, nuestro trabajo y nuestros esfuerzos a largo plazo estaban orientados a devolver la paz a Irak y Siria; ciertamente mi misión no consistía en hacer algo tangible por ayudar a la gente afectada por la guerra, pero los cristianos tenemos fe, ¿no? Fe en que, como decía el Papa en Cracovia, Dios está en la gente que sufre y necesita de nosotros para hacerse presente en todas las situaciones, también en las más desastrosas. Así que pensé que otra parte de mi misión sería prestarle mis ojos a Jesús para que mirase todas estas cosas —que muchas veces me tocaba ver desde el aire—, con otra perspectiva, como mira Dios: desde su misericordia. Además, así me sentía unido a los pocos, muy pocos, cristianos que quedan en la zona, permanentemente discriminados y hasta perseguidos.

El trabajo que tenía que desempeñar me permitía estar en contacto con realidades muy diferentes a las que están acostumbrados nuestros acomodados ojos occidentales. Mi oración, muchas veces en situaciones de lo más curioso, era mirar de forma diferente las cosas sorprendentes de estos países, su forma de vivir, los desastres de la guerra o los esfuerzos de la buena gente por conseguir la paz. Por otro lado, incluso en un ambiente tan excepcional, también existe la rutina, son muchos días sin los tuyos, rodeado de gente con la que compartes una misión, pero a veces poco más. Y en ese día a día, el cristiano también es otro Jesús si se deja hacer por Él, ofreciendo a los demás optimismo, aprecio por el trabajo bien hecho, apoyo en la adversidad, alegría… Recuerdo divertido cómo se suplen con una sonrisa los gaps, los silencios que no consigues rellenar cuando no dominas totalmente otro idioma diferente al tuyo; es lo que llamábamos el nivel smiling (sonriente), al que recurres cuando ya no eres capaz de entenderte con otro.

Y todo esto la gente lo nota porque, por desgracia, no estamos muy acostumbrados a poner “al mal tiempo buena cara” y también porque, cuando tienes ocasión de compartir alguna confidencia más profunda, provocas interrogantes: ¿de dónde sale esa alegría? Desde luego que no de uno mismo; es un regalo de Dios, y te sientes empujado a intentar contagiarla a los demás.

Una ventaja respecto a anteriores despliegues en el exterior es que la tecnología nos permite estar cada vez mejor comunicados con nuestra familia y amigos, y se pueden compartir todas estas cosas casi en vivo y en directo. Muchos de ellos han sido sufridores de mis miradas: a mi misión —allí y en la vida—, a mis colegas de otras naciones, a los que entregan la vida en cumplimiento del deber, a los que compartíamos la eucaristía internacional de los domingos —un regalo cada día que he podido asistir—, a la inmensa urbe en la que vivía, a los que sufren la violencia de forma cotidiana fuera de los muros que nos rodeaban y… a la guerra, en la que desgraciadamente está sumergido Irak desde hace casi cuarenta años.

Ah, también cuenta la mirada agradecida a cómo mis hijos crecen y se forman en nuestro Movimiento, como cuando el verano pasado me ponían junto a ellos en el corazón de nuestra Virgencita de Gredos.

Una experiencia como la que he vivido estos meses se puede calificar de excepcional en lo profesional y en lo personal. Vivirla desde la fe no te ahorra sentirte débil, cansado o incluso agobiado, no es para menos; ni te evita sentirse desconcertado ante la magnitud de ciertos problemas que los hombres nos empeñamos en recrear periódicamente. Pero sí te hace vivirla con mucha intensidad, aprovechando cada minuto para mirar las cosas de otra manera, para intentar descubrir lo bueno que hay incluso en las situaciones más desastrosas. Esta ha sido mi vida de esos meses, la de un laico que, echando mucho de menos a su familia (sirva esto de homenaje sobre todo para mi mujer), ha intentado dejar a Dios estar un poco más presente en este rincón del mundo, como hace Él a través de todos los que le prestan su mirada y su corazón.

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