El pasado día 24 de septiembre el papa Francisco dirigió un discurso al Congreso de los Estados Unidos. En el mismo, glosó la vida y labor de cuatro compatriotas: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Thomas Merton y Dorothy Day. De esta última destacó lo siguiente: “En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del trabajador católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos”.
Pues bien, oportuna ocasión la del reciente Año Teresiano para tratar de presentar a los lectores de ESTAR la persona de Dorothy Day, en cuya conversión al catolicismo tuvo gran influencia nuestra santa abulense. El pasado año editorial Rialp publicó el libro “Mi conversión” en el que la misma Dorothy narra pormenorizadamente su particular camino hacia Roma. He de señalar que el proceso de canonización de Dorothy Day ha sido recientemente aceptado por Roma. Más aún, el miércoles de ceniza del 2013, el papa Benedicto XVI, en la Basílica de San Pedro en Roma, se refirió a Dorothy Day como “un modelo de conversión”.
Nació en 1897 en Brooklyn (Nueva York), la misma ciudad en la que falleció 83 años después. Desde muy joven Dorothy sintió solidaridad y afecto por los pobres, que fueron marginados en un país que a principios del siglo XX se encontraba volcado a la riqueza material. Junto con su sintoniza por los pobres, a pesar de haber crecido en una familia que no simpatizaba con la religión, un fuerte anhelo espiritual germinó en su alma.
A menudo, después de noches de beber y tertulia, Dorothy se encontró sentada en la parte trasera de una iglesia mirando con asombro el drama desplegado cuando el sacerdote y los devotos con sus cabezas inclinadas reverentemente celebraban la Misa. “Cómo deseaba su fe”, escribió ella; “mi vida era sórdida, pero ocasionalmente vislumbraba la verdad y la hermosura; así que de vez en cuando solía ir a la iglesia y arrodillarme en el último banco. Y quizás incluso entonces le pedí a Dios, “Señor ten misericordia de esta pecadora”.
En 1925 su vida parecía una espiral fuera de control: un romance fallido, un aborto y un matrimonio terminado. Vivía con su conviviente, “un anarquista y un biólogo de origen inglés”, según su propia descripción. Y en entonces cuando, curiosamente, un erudito filósofo agnóstico, William James, le dio a conocer la vida y obra de Teresa de Ávila.
Dorothy, al leer la autobiografía de Teresa, empezó a sentir una solidaridad con su compañera escritora en la búsqueda de Dios. En su propia autobiografía Dorothy escribió: “Santa Teresa luchó por veinte años, para evitar las ocasiones de pecado… Santa Teresa sabía que ella estaba lejos de la vida que deseaba llevar cuando entró en el convento. Ella deseaba darse enteramente a Dios. Todo lo que hizo, cada palabra que dijo iban dirigidos a ese fin”. Se comparó a santa Teresa en su viaje espiritual, pues como la santa durante veinte años “quería vivir, pero claramente vi que no estaba viviendo sino luchando con la sombra de la muerte, que no había nadie para darme vida y no pude tomarla”.
El 4 de marzo de 1926, Dorothy dio a luz a su única hija. “Yo sabía”, —escribió ella más tarde—, “que mi hija sería bautizada en la Iglesia católica. No dejaré que mi hija dé tumbos durante años como me sucedió a mí, siendo indisciplinada y amoral. Sentí que era lo mejor que podía hacer por mi hija. Para mí, yo oré por el don de la fe, del cual aún no estaba segura”. Dorothy le puso a su hija el nombre de Teresa en honor a la santa de la cual se sentía tan unida. Poco tiempo después hizo el compromiso de conversión. Cuando su conviviente ateo, que no creía en ninguna institución, por no hablar de la Iglesia católica, le dio un ultimátum a Dorothy, momento en que tuvo que elegir entre él o la Iglesia, Dorothy eligió la Iglesia. En diciembre de 1927 se convirtió al catolicismo. No fue el momento de éxtasis que ella hubiera esperado. Así lo recordó:
“Fue un día tristísimo de diciembre de 1927… Mientras cruzaba la brumosa bahía en el ferry, no me abandonó la lúgubre idea de que estaba actuando con demasiada precipitación. No me sentía en paz, ni alegre, ni siquiera convencida de estar haciendo lo correcto. Simplemente, era algo que tenía que hacer, una tarea que cumplir. Cuando me permitía pensar, dudaba de mí misma. Me odiaba por ser débil e indecisa…
Allí estaba esperando la hermana Aloysia para actuar de madrina. Ni siquiera sé si hubo padrino. El padre Hyland, amablemente y con discreción, sin expresar ninguna emoción, me oyó en confesión y me bautizó.
Por fin era católica, aunque nunca he sentido menos la paz, la alegría y el consuelo que posteriores experiencias me han demostrado que la religión es capaz de aportar.
Al año celebré llena de gozo mi confirmación y nunca pasa Pentecostés sin un renovado sentimiento de felicidad y agradecimiento por mi parte. Fue entonces cuando me abandonó la incertidumbre para —¡gracias a Dios!— no regresar jamás”.
Dorothy Day fue una auténtica activista social que llevó hasta sus últimas consecuencias el compromiso con los pobres y excluidos. Y lo hizo de formas múltiples que acabaron armonizando cuando Dios enlazó definitivamente su mundo de valores, deseos, proyectos y afectos.
En septiembre de 1934 escribía así en The Catholic Worker, “Como una conversa, me tomó mucho tiempo entender la presencia de Cristo como hombre en el Sacramento, pero llegué a comprender que Él es el mismo Jesús que anduvo en la tierra, que durmió en la barca cuando la tempestad se presentó, que tenía hambre en el desierto, que oró en el jardín, que conversó con la mujer en el pozo de Sicar, que descansaba en la casa de Marta y María”. Y por ello, enamorada de la humanidad de Jesús añadía: “Santa Teresa de Ávila dijo que deberíamos meditar más por el amor que Dios tiene por nosotros (como se demuestra en la Encarnación) en lugar de nuestro amor por Él”.
Aunque sus vidas se separan en el tiempo por casi cinco siglos, Dorothy Day y Teresa de Ávila fueron compañeras espirituales. Compartieron una visión de lo eterno que trasciende el tiempo. Como resultado de esta visión ambas empezaron movimientos de reforma. Ambas viajaron extensamente, hablando donde fueran invitadas. Ambas enfrentaron desafíos de las autoridades superiores: Teresa tuvo que responder a la Inquisición, mientras que Dorothy tenía que responder a su Obispo que en varias ocasiones fue presionado a cerrar su movimiento por quienes acusaron a la obra de los Trabajadores Católicos de ser un frente comunista. Finalmente, las dos escribieron con la esperanza de compartir su visión de lo eterno con los demás. No es de extrañar que Dorothy encontrara en santa Teresa una compañera espiritual.