El sabor de la misión

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Sabor a misión
Sabor a misión

Desde el aeropuerto de Barajas nuestro corazón estaba puesto en la misión, en el corazón de la selva del Perú. El viaje fue largo: doce horas de avión, mas una hora de aterrizaje y recogida del equipaje, otra en taxi hasta el Hogar de Lima, cena y descanso nocturno, misa mañanera y por la tarde otras doce horas de bus hasta Satipo —en el vicariato de San Ramón— donde nos esperaba el P. Alfonso Tapia. Allí tomamos otro bus hacia Oventeni, la tierra centro del Gran Pajonal, líder Juan Santos Atahualpa, donde llegamos en otras cinco horas. Este último tramo se hizo muy llevadero por el sustancioso bocadillo preparado por el P. Alfonso y su entretenido relato con anécdotas llenas de vida y esperanza. De hecho, mi compañero de misión y amigo Javier quedó muy impresionado.

Después de más de 30 horas de encierro y viaje, Oventeni (en ashéninka «hondura con agua») se nos antojaba como la llegada al hogar, nuestro paraíso, y así lo sentí al contemplar su exuberante vegetación, tan bella y acogedora. Allí nos esperaban y nos recibieron con generosa hospitalidad 120 jóvenes, chicos y chicas desde primero a quinto de secundaria, pertenecientes en su mayoría a comunidades nativas ashéninka. El internado está regentado por seis profesores que día y noche velan por su formación en régimen de autoeducación, pues los mismos jóvenes lavan su ropa, hacen la limpieza y colaboran en la buena marcha del centro.

A lo largo del mes de mi estancia he tenido como lema «ayudar, entregarme y estorbar lo mínimo posible». Como profesional de cocina, he ayudado en la preparación de la comida, y he podido dar testimonio en alguna de las clases de los alumnos, además de visitar algunos lugares y convivir con los profesores y el P. Alfonso. Claro que no es lo mismo cocinar en mi escuela o en casa que con la leña del lugar, ¡toda una aventura que tanto forjó mi paciencia! De todos modos, pude compartir algunas recetas y dar algunas ideas a las señoras que cocinaban en el colegio. Y, como siempre, uno recibe más que da, por lo que me he enriquecido con nuevos productos y platos de cocina peruana.

Tras la estancia en Oventeni pasamos ocho días en la sede central del vicariato de San Ramón. Siete horas de regreso por camino sin asfaltar, mucha vegetación y una naturaleza viva y alegre. El viaje también fue muy agradable en compañía de Javier y dos profesores que trabajan en la comunidad escolar de Oventeni. Aquí pudimos conocer y gozar de monseñor Gerardo Zerdín, su obispo. Gracias al P. José Antonio Melgar, su párroco, nos fuimos involucrando en sus dinámicas misiones, comenzando por ayudar en las tareas de cocina de la casa. Además, el apoyo al comedor de ancianos, cursos de cocina, visitas puerta a puerta acompañando al equipo misionero formado por un sacerdote, un padre de familia y un servidor. Una experiencia evangelizadora. La verdad es que me sentí como los primeros cristianos al compartir la fe. Pudimos hablar de Cristo, bendecir las casas, facilitar la confesión y la recepción de sacramentos como la unción de enfermos. Como culminación pudimos participar en una jornada diocesana juvenil en contacto con jóvenes y algunos sacerdotes del vicariato al calor del ejemplo y las reliquias de la nueva beata y mártir la hermana Aguchita Rivas.

Habían pasado treinta días y tocó regresar a Lima. Viajamos de día y gozamos del paisaje, alabando a nuestro creador. Ya en Lima, conocimos la ciudad más como peregrinos que turistas como nos insistió mi hermano José Antonio al guiarnos por su «tierra ensantada», quien aprovechó para entrevistarnos en su programa de Radio María. Un sábado por la tarde se organizó el encuentro Sabor y Saber en el Hogar, sobre la base de un menú español (canapés, paella, croquetas, tortilla española, leche frita) y apoyados en el taller con algunas madres. Fue una actividad abierta para amigos y conocidos. La reflexión corrió a cargo de Javier, profesor de Filosofía, compartiéndonos su testimonio acerca de la enfermedad y muerte de su hermana que le llevó a su conversión. La charla distendida, y la degustación de platos, ayudó a pasar una tarde en clima festivo y formativo.

Otra semana la viví en Arequipa y me permitió disfrutar de tan bella ciudad, colaborar en las tareas de la casa, aportar mi testimonio en la pastoral universitaria de la Universidad Nacional San Agustín (UNSA) en la que colaboran los cruzados y militantes. Me impresionó la sed de Dios que hay en las almas. Jóvenes que acuden a recibir la catequesis para poder recibir los sacramentos. Visité la tumba del padre Pozzo, fundador de CIRCA, y el pueblo de San José de Tiabaya donde trabajó el P. Carlos Chávarri; dos sacerdotes jesuitas que han realizado dos obras admirables para la sociedad de Arequipa y para la sociedad mundial en las que han apoyado cientos de universitarios de España.

Todavía tuve el gozo de apoyar en una actividad cívica del Parque en el que está en el que está el Hogar de Lima para favorecer la amistad de los vecinos en torno a la mesa. Allí preparamos un menú español en el restaurante Don Joselo que colaboró con su cocina e insumos. La comida hace milagros y con solo sentarse y conversar se hacen realidad. Quizá sea una de las cosas que más nos une a los seres humanos.

Llegué a España temprano en la festividad de san Juan Bautista, el precursor, al que le pedí que siga siendo precursor de Jesús. Me recogió en el aeropuerto mi amigo, Jaime, para llevarme a desayunar y después dejarme en mi casa.

En la tarde me invitaron a colaborar en la preparación de un aperitivo en la nunciatura para la festividad de san Pedro y san Pablo. Participé y pude saludar al señor nuncio. Me siento parte de esa Iglesia que sufre, que ama y que da lo mejor en el mundo, por eso me siento misionero.

Y desde allí, a servir en la cocina del campamento de la Milicia de Santa María en la sierra de Gredos y luego empalmar con la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa para vivir el lema de la campaña de la Visitación; olvido de uno mismo para hacer felices a los demás: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39).

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