Janne Haaland Matláry (1957) fue secretaría de Estado de Asuntos Exteriores de Noruega (1997-2000). Representó a la Santa Sede en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995). Está casada y tiene cuatro hijos.
Este libro quiere contribuir a un nuevo feminismo que sostiene que las mujeres son por naturaleza diferentes de los hombres, y poseen capacidades y talentos distintos para contribuir positivamente en la sociedad y en la política.
La verdadera actitud de las mujeres no consiste en imitar a los hombres o en vencerlos, sino en ser ellas mismas aportando sus valores y cualidades. Estamos ante un libro necesario y diferente. Va de feminismo, pero aboga por un nuevo feminismo que haga justicia de verdad a la mujer… y al hombre.
La participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida y del trabajo es una cuestión de justicia. Pero en el arquetipo diseñado por el humanismo androcéntrico del homo faber, médula de la modernidad, faltaba, junto a una perspectiva moral bien fundada, nada menos que el corazón, o éste, a lo sumo, se vio reducido a un sentimentalismo inestable. El protagonista de este mundo de valores era un hombre —varón— que cifraba en el poder su argumento vital y en el éxito a ultranza el sentido de su vida. Muchas mujeres cayeron en la tentación de pensar que ese era también su camino.
Haaland escribe al respecto: «He sido siempre una mujer dedicada a una actividad profesional y consideraba mi trabajo como lo primero de todo, pero solo cuando llegué a tener hijos pude darme cuenta de que es en la maternidad donde radica la esencia de lo femenino en su más profundo sentido. La maternidad no es simplemente una función auxiliar de la paternidad sino algo diferente. Para alguien como yo, que nunca pensaba en los niños ni demostraba interés hacia ellos, fue una especie de revolución existencial».
Nos hallamos, así pues, ante un nuevo modelo de feminismo que se basa en la reciprocidad e interdependencia entre los dos sexos y propugna una igualdad en la diferencia. Reivindica que ambos sexos deben estar simultáneamente presentes en el mundo de lo privado y de lo público. Acepta la distinción entre lo biológico y lo cultural en la configuración de la identidad sexual, pero niega tanto la subordinación de la mujer al varón basada en una desigual naturaleza, como el que la atribución de todas las funciones y roles sociales a uno u otro sexo sea una mera construcción cultural cambiable.
La feminista Elisabeth Badinter escribe en su libro Por mal camino que la razón primera del feminismo es instaurar la igualdad de sexos y mejorar las relaciones entre hombres y mujeres. Pero, añade, no hay una mejora de la condición femenina si la conquista de la igualdad pone en peligro esas relaciones. Y recuerda la aseveración de Margaret Mead: cuando un sexo sufre, el otro sufre también. Y este es el reto de fondo que el movimiento de las mujeres tiene que afrontar. La mera ideología no basta para vivir.