Por José María Bellido y José Antonio Benito
¿Se imaginan un campamento con una naturaleza tan imponente como el Circo de Gredos, con 12 templos virreinales en sus valles y con un patrimonio cultural vivo que ofrece lo mejor de la cultura andina y católica en el Perú globalizado del 2017? Pues seguro que la realidad es más bella todavía. Aunque de nada serviría si no hubiese ojos para contemplarlo y enriquecerlo. Y todavía mucho más si son los jóvenes quienes protagonizan la aventura como su hogar en el marco de un proceso formativo que les brinda el Campamento de Santa María.
Sí, amigos, el Valle del Colca, en Arequipa, nos atrapa con la magia de su paisaje, la fascinación de su riqueza cultural, el encanto de la acogida de sus pobladores.
Lo han comprobado una veintena de jóvenes arequipeños acogidos por la generosidad del Colegio Agropecuario de Yanque donde han tenido su hogar y centro principal durante las presentes fiestas patrias del Perú, del 26 al 31 de julio.
Cuesta digerir tanta actividad como fútbol, baños en ríos y piscinas de aguas termales, juegos, caminatas, veladas, fogatas, asambleas, oraciones, visitas a lugares arqueológicos como Uyo-Uyo, museo de Yanque, puente e iglesia de Lari, Maca, Chivay, misa y rosario diarios, comida con productos típicos de la zona…
Uno de los espectáculos más fascinantes se apreciaba a lo lejos, la erupción del volcán Sabancaya, que en el año 1990 derritió las perpetuas nieves del Ampato y descubrió la momia Juanita, que está en el museo de la universidad Católica Santa María. Y todo ello como jugando, pero sabiendo que no es teatro, sino escuela para la vida. Y si no que se lo pregunten a los vecinos de Yanque que vieron cómo todos los jóvenes acudieron prestos para apagar un fuego en un hotel rural de una vecina francesa. Bastó un toque de campanas, una petición de auxilio, una demanda voluntaria por parte de José María Bellido, asesor del Campamento, para que todos a una marchasen corriendo en su apoyo.
En el último fuego de campamento, estos jóvenes —en su mayoría universitarios, de la parroquia de Santa Marta y de la Milicia de Santa María— dieron la razón a G. Bernanos: los jóvenes son los que mantienen al mundo a la temperatura normal; cuando la juventud se enfría, al resto del mundo le castañetean los dientes.
Nos lo confirman dos de los participantes:
David Panibra destaca: Aunque fue por corto tiempo, me pusieron a cargo de un grupo de tres chicos nuevos. Supuse que sería mala idea, pues soy muy malo para comunicarme; pero al final del campamento me di cuenta de que estaba equivocado. De no ser por ello tal vez no me hubiera ni aprendido sus nombres desde el principio; así pude conocerles mejor, qué pensaban, cómo se comportan, para ayudarles mejor. La superación para ser una mejor persona parte de uno mismo y si a ello agregas el pedir ayuda a Dios, seguro que lo logras.
Por su parte, Joel, quien tuvo el servicio de jefe de campamento, nos comparte: Salimos de Lima un miércoles de madrugada y regresamos de Arequipa el lunes siguiente por la tarde, viajamos solo para el campamento que en realidad no fue «simple campamento»; de las tantas actividades, casi todas ayudaban al acampado a salir del egoísmo y vencerse a sí mismo (asearse por las mañanas y lavar platos con la única agua que había, que era demasiado fría ya que, por las mañanas, amanecía congelada).
Entre las muchas cosas que los jóvenes aprendieron, destaco el rezo del rosario en grupos y la responsabilidad con la que tomaban sus funciones en la escuadra o grupo (formado por cuatro con un líder) Yo coordinaba con ellos.
Me resulta inolvidable la imagen del bello atardecer, en aquel paraje genial, rodeado de volcanes humeantes como el Sabancaya, la imponente presencia de Dios en el evangelio que es la naturaleza, la mágica noche con el fuego del campamento, los cautivantes momentos de oración facilitados por los puntos de meditación y el silencio majestuoso.
La verdad es que, a pesar de que todos aprendieron mucho, creo que yo fui quien aprendió más, al levantarme antes, acostarme el último, ir primero en todo —pues como jefe tenía que vencerme y exigirme más que los demás—. Gracias a Dios, y a pesar de ir de Lima, no me afectó el clima en lo físico como sucedió a varios de Arequipa, incluidos algunos que ya habían ido antes al Colca. Espero con muchas ganas volver para un próximo campamento.
Fueron también dignas de considerar las homilías del padre Marcos Alarcón, el capellán de esos pueblos del Colca. Es un sacerdote con mucho celo apostólico, que vibra con la salvación de las almas. A los chicos llegaron hondo sus predicaciones y consejos. Creo que les ha hecho mucho bien espiritualmente, aunque no pudieron confesarse todos, por falta de tiempo.
No nos queda sino dar gracias y pensar que actividades como ésta son la oportuna respuesta a lo que el papa Francisco lanzó en Río: «hagan lío».
Sí. Lo hemos hecho formándonos para ser más personas, más peruanos, más cristianos, y, así, prepararnos para recibirlo en enero en el Perú.