El verdadero Don Quijote de la Mancha

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Me uno al gozo de la conmemoración de estos veinticinco años de los Cruzados de Santa María metiendo en el homenaje a mi bienamado don Quijote de la Mancha. Permitidme esta osadía. Don Alonso Quijano el Bueno, el hidalgo de la Mancha, seglar o laico a quien le encendía no poner remedio a los males físicos y espirituales que estaban asolando la sociedad de su tiempo, si hubiera conocido al padre Tomás Morales y a don Abelardo de Armas, no tengo la menor duda de que hubiera querido ser un Cruzado de Santa María. Hubiera encontrado en María la auténtica Dulcinea del Toboso, sin necesidad de esperar ningún tipo de desencantamiento. Con más espacio os lo mostraría mejor. Ahora creedme. Imaginad a Don Alonso en vez de Caballero andante un Cruzado de Santa María.

Os invito a leer atentamente el capítulo LXXII de la segunda parte, el penúltimo. Entre las mil venturas y desventuras este fragmento me sirve para mi homenaje. Que cada uno habla de la feria como le va en ella, y a mi buen Don Quijote nada menos que hasta la víspera de su acabamiento mucho le dolió lo de El Quijote de Avellaneda.

“-Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas (…), y el verdadero don Quijote de la Mancha (…) es este señor que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.

-¡Por Dios que lo creo!, respondió don Álvaro, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado, que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas (…) Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.

-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona (…) Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos.

A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra merced conoció.

-Eso haré yo de muy buena gana -respondió don Álvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones (…)

Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras”.

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