Yo creo que el estado de postración anímica en que me meten los avatares por los que está atravesando España —y no solo por Cataluña sino por la degradación moral, la persecución sistemática contra todo lo que suponga una visión ordenada del ser humano o de la misma naturaleza de todas las cosas, por ideologías alocadas, concesiones al mal gusto, al despilfarro, a robos descarados o a no menos depravados pirómanos que nos queman los bosques de la dulce arboleda patria— me ha movido a traer a esta página un remedio a la contra, un antídoto, que no solo no os va a consolar sino que va a incrementar vuestro berrinche. He recordado la alegoría de España en defensa de la Religión que pintó Tiziano para ganarse la admiración de Felipe II y que se la envió en 1575, como veis reciente aún la batalla victoriosa de Lepanto. Después vinieron los encargos oficiales de Felipe II al pintor. Tiziano se había inspirado en cuadros anteriores que o se habían perdido, o no llegaron oportunamente al destino pretendido. Son las cuestiones que apasionan a los eruditos. Me interesa más el cuadro en sí, el que podéis contemplar en el Museo del Prado, y que os reproduzco.
El cuadro se organiza en tres escenas, dos verticales, una a la izquierda y otra a la derecha, y la central que aparece dentro de un círculo sobre el que se eleva un cielo con nubes densas. A la derecha una joven en posición genuflexa, desvalida, apenas cubierta con un paño azul, muestra su rostro compungido e implorante, como si fuera una María Magdalena penitente; está debajo de un árbol lozano y esbelto y a sus espaldas un tronco sobre el que se deslizan serpientes amenazantes. A los pies, un cáliz caído y una pequeña y sencilla cruz apoyada en la roca. No hay duda: se trata de la Religión Católica representada alegóricamente.
En el centro se evoca la batalla de Lepanto. Aparece el mar, una flota de barcos, conducida por un guerrero, ataviado con un turbante árabe y montado en un carro tirado por caballos, —según la iconografía típica de Neptuno— que salta sobre las olas.
A la izquierda, aparece la figura principal: una joven mujer, coronada, vestida de oro y púrpura, que lleva en la mano izquierda una lanza con un estandarte rojo, y sostiene en la mano derecha un escudo con las armas reales de Felipe II. A sus pies se disponen algunas armas características de los ejércitos imperiales. Le acompaña una mujer con una espada, representación habitual de la Fortaleza, y detrás de ella un soldado y otras figuras femeninas armadas, que forman un ejército. La joven triunfal representa a España.
Tiziano ha meditado profundamente la escena. No es Felipe II directamente el exaltado sino España. Es España entera la que acude en ayuda de la Religión católica unánimemente. Felipe II será el instrumento que sirve a los ideales patrios y pone a su servicio el ejército, conducido por la fortaleza, para abatir a un enemigo que exige el combate de la fuerza. Pero hay otro enemigo que también tiene que ser abatido, son las herejías que como serpientes dañinas amenazan por la espalda a la fe. España al servicio de la Religión y de la Fe afronta toda dificultad venga de donde venga.
Belleza y arte al servicio de la verdad. Ah, esto sí que es saber comunicar. Esto sí que era conjunción de lo mejor al servicio de los ideales de una Patria. Del Rey abajo, ninguno. Comprenderéis mi llanto y mi berrinche.