No cabe duda de que, actualmente, ninguna sociedad puede prescindir de los medios de comunicación, del gran adelanto que estos significan, y de la gran labor que desempeñan —o deberían desempeñar— en su adecuado desarrollo social y democrático.
Los medios de comunicación son para muchos los principales educadores, inspirando comportamientos, estilos de vida, y maneras de comprender el mundo y al hombre. Hasta tal punto que, prácticamente, se delega en ellos algo tan personal como es la capacidad de pensar por uno mismo. El hombre ya no piensa, es pensado desde fuera.
La Iglesia reconoce, en los medios de comunicación social, unos grandes aliados para su tarea evangelizadora. A lo largo de su historia, la Iglesia siempre se ha servido de los medios de comunicación disponibles en cada época, para transmitir el mensaje de salvación. Cuando se inventó la imprenta, por ejemplo, la Iglesia utilizó ese medio de transmisión para difundir su doctrina a través de libros y demás textos escritos. No en vano Trobes en lahors de la Verge María fue la primera obra literaria impresa en España en 1474.
Actualmente se da una proliferación de enorme variedad y posibilidades en los medios de comunicación: cine, vídeo, teatro, etc., de los que la Iglesia, que somos todos, siguiendo su tradición histórica, debe servirse cada vez más para cumplir su misión pastoral.
Ahora bien, si es verdad que los medios de comunicación pueden ser para la Iglesia grandes aliados en su misión evangelizadora, también lo es, que se pueden convertir en grandes adversarios, cuando son utilizados como arma contra ella.
Ante una realidad, que nadie discute, de agresiones permanentes a la Iglesia, debemos reaccionar buscando los canales adecuados para hacernos escuchar, defendiéndonos de estos ataques y difundiendo los valores del Evangelio en todos los ámbitos donde transcurre la vida del hombre.
Los católicos quizás nos hayamos dormido un poco, y debamos tomar conciencia de nuestra escasa preparación para responder a esta nueva situación, y evitar el inhibirnos a la hora de entrar en los sucesivos debates que se vayan planteando.
Otra cuestión muy importante es la del lenguaje o la forma de expresar su pensamiento en los medios. Las respuestas, además de veraces, tendrán que ser ágiles, claras, directas, concisas y oportunas, evitando que sus comunicados puedan parecer catequesis.
Terminamos como empezamos: no cabe duda de que, para los creyentes, actualmente, conjugar la fe y la comunicación constituye un reto entusiasmante.