El día 6 de noviembre, el grupo «Altas cumbres», constituido por chicas del Movimiento de Santa María, ponía en escena el musical «Flores en el desierto», un proyecto que venían preparando desde hacía meses sobre los cristianos perseguidos.
Comenzaron su aventura allá por el verano de 2019. En alguna de las reuniones de formación que tuvieron durante el curso, les impactó profundamente la situación de sufrimiento de los cristianos perseguidos por su fe en muchos lugares de la tierra.
Tres educadoras se lanzaron a escribir: En principio, una vaga idea de fondo, mucha creatividad, unas páginas sueltas, alguna canción… Pequeños ensayos sin saber todavía cómo iba a resultar el invento. Comenzaban, sin saberlo, una dura travesía del desierto, marcada por la dificultad de un texto muy profundo para las más pequeñas y, sobre todo, por el todopoderoso COVID, que impuso el aislamiento, con la imposibilidad de estar juntas para ensayar… Llegaron las horas bajas de desánimo que se colaban traicioneramente entre las ilusiones, pero en la primavera de 2021, llegó el empujón final, retomando los ensayos de la mano paciente y hábil del polifacético Javier F. Lorca… y se atrevieron a representar nada menos que un musical, respaldadas por esas madres que pusieron su toque femenino en el atrezo. Flores en el desierto fue el título acertadísimo que le pusieron al esfuerzo de todas.
Un lugar cualquiera del desierto líbico. Una aldea arrasada por terroristas. Tras la estela de muerte y destrucción, un grupo de mujeres, abandonadas a su suerte, huyendo de la muerte que ha devorado a sus familiares. Entre ellas camina Niara, una misionera cristiana, que con su vida entregada ha convertido al cristianismo a varios miembros de la aldea asesinados (uno de ellos el marido de Siara que está a punto de dar a luz). Hay que huir. No queda otra alternativa. E inician una penosa travesía, en un doble sentido: la del desierto geográfico, devorador, que es hambre, sed, cansancio hasta la extenuación, y la del desierto interior, la más peligrosa: desesperanza, miedo a la muerte, sentimiento de abandono de ese Dios, que siendo todopoderoso y padre, las ha olvidado; culpabilidad, impotencia, la desesperación de Johari hasta plantearse el suicidio; la muerte de Iana que va malherida; la ternura y sensatez de la pequeña Ashia… y el milagro de la transformación interior de cada una de ellas por el sufrimiento: renace la esperanza y Leiza decide entregar su vida a Dios para ayudar a los demás.
Flores en el desierto… Son como esas florecillas del campo, abandonadas a su suerte, sufriendo tempestades, sin nadie que las cuide ni suavice la dureza del suelo. Fortalecidas por las tempestades y acariciadas por el sol primaveral, permanecen silenciosas y ocultas a la mayoría de las miradas. Son bellísimas; alegran los prados y embellecen las montañas.
Flores en el desierto son estas jóvenes: mujeres unas, proyectos de mujer otras. Cada una de ellas es una flor en este desierto abrasador, estéril e inhóspito de nuestro mundo occidental, relativista y hedonista, abandonado a sus extravíos, que ha llegado a avergonzarse de la mujer y que pretende arrebatarle lo más grande de su ser: la vocación a dar vida y a cuidarla… ¿Cómo olvidarnos de nuestras madres?

Resulta obligado repetir a estas jóvenes las palabras de agradecimiento que Juan Pablo II dedica a la mujer:
«Mujer, que con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
Esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Consagrada, que, a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios.
Madre, que te conviertes en sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te haces guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Hija, hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Deseo pues que se reflexione con mucha atención sobre el tema del «genio de la mujer», no sólo para reconocer los caracteres que en el mismo hay de un preciso proyecto de Dios que ha de ser acogido y respetado, sino también para darle un mayor espacio en el conjunto de la vida social, así como en la eclesial».
(Carta del papa Juan Pablo II
a las mujeres. 29.06.1991)
Flores en el desierto ha sido la puesta de largo del grupo «Altas cumbres», las chicas del Movimiento de Santa María que, acompañadas por su educadoras y padres, están dispuestas a realizar con valentía la travesía del desierto de la vida, encarnando el estilo de vida, sencillo y exigente a la vez, que Dios nos regaló por el P. Morales y Abelardo de Armas:
«un estilo de vida que supone aspirar a la más alta santidad y realizarla bajando al detalle más pequeño. Subir bajando. Arrebatar el amor de Dios por la miseria aceptada y la negligencia combatida. No cansarse nunca de estar empezando siempre. Este ha de ser nuestro estilo de vida» (Abelardo de Armas, 1-2 junio 1985).
El estilo de vida con el que la Virgen de Gredos, «Flor del campo», sueña para cada una de ellas.
Desde este rincón de nuestra revista, El genio femenino os dice: ¡Gracias por vuestras vidas!