Ideas y creencias

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Dice el P. Morales al final de su obra Forja de hombres que a muchos de los que pretenden ser educadores de la juventud “les sobran opiniones, pero les faltan dogmas”, evocando la expresión de H. Heine ante el recuerdo admirado de la firmeza de los hombres que construyeron la maravilla de la catedral de Amberes.

Esto suena hoy a fundamentalismo intolerante dentro de una cultura del pensamiento débil donde el derecho a la libre opinión se pretende que sea fundamento del derecho y soporte de la ética individual y colectiva.

Sin embargo, convendría tomar bien la medida, de la proposición del padre Tomás Morales porque quizás está poniendo el dedo en la llaga:

Escribía Ortega y Gasset en 1940 un pequeño ensayo titulado Ideas y creencias en el que viene a sostener la misma aseveración que el educador jesuita. Permítaseme glosarlo a mi manera.

Observo la tranquilidad con que embarcan los pasajeros del avión que se dispone a cruzar durante una larga travesía el océano y medio continente. Y pienso que casi la totalidad de los viajeros se dispone a efectuar este viaje no con la tranquilidad que les da la demostración científica de que ese enorme artilugio será capaz de remontar el suelo y mantenerse durante horas avanzando por el aire. No. La mayoría va tranquila porque “cree” –no por la consistencia racional de ninguna demostración– que eso va a suceder y ello es suficiente como para una toma de decisión de capital importancia.

Es más: pienso que la vida del hombre circula, hasta en el acontecer más cotidiano, por rieles de creencias, no de ideas. Cuando, hace algún tiempo el cirujano cardiovascular me explicó los pormenores de la operación de corazón a la que estimaba necesario me sometiera, él se empeñaba en argumentarme muy científicamente la baja probabilidad de fracaso en el proceso, a pesar de lo cruda e impresionante de la descripción. Y, aunque experimentaba cómo se me iba arrugando el ánimo al ritmo de sus explicaciones, al final le dije sí porque creí en él, no por la brillantez de su sólido discurso científico.

Este fenómeno en el que las ideas ejercen de bucles ornamentales frente a las creencias en el papel de categorías a priori para seguir viviendo, está presente permanentemente a lo largo de la rutina diaria. Tomo el ascensor, aunque no tengo casi ni idea de cómo es su mecanismo de funcionamiento. Simplemente “creo” que se va parar en el piso correspondiente y no tengo conciencia intelectual de estar jugándome la vida cada vez que entro en él. Salgo a la calle porque creo que la callé está puesta ahí, sin demostraciones racionales. Sería imposible tener una vida fluida si, para cada decisión tuviéramos que contar con un constructo elaborado racionalmente. No. Para vivir es preciso disponer de un depósito de “creencias” en tanto que firmezas que se dan por supuesto, aunque no se haya llegado a ellas por estricta vía inductiva o deductiva.

¿Quiere decir que las ideas son, pues, irrelevantes en nuestra vida? Quizás habría que afirmar que, si las ideas no llegan a metabolizarse en creencias, si no pasan al sistema práxico de nuestras conductas en forma de creencia, resultan ser bálago, maleza, farfolla de naturaleza intelectual.

Martin Buber mantiene en Eclipse de Dios que hay algo que se interpone entre el hombre actual y Dios que impide una adecuada relación con Él: Dios reducido a idea. De un Dios reducido a teorema podemos hablar elocuentemente. Con un Dios Persona podemos hablar íntimamente. No tiene casi nada que ver el Dios de los filósofos al que alude Pascal con el Dios de la fe a Quien creemos, del que esperamos y del que nos experimentamos amados.

Ciertamente, nos sobran ideas, opiniones acerca de Dios y nos faltan, lamentablemente, creencias, firmezas sobre las cuales apoyar nuestros pies con seguridad en el diario caminar.

¿Cómo sucede el tránsito de la idea a la creencia? A partir del momento en que el verbo, el logos, se hace carne (con minúsculas) Es decir, a partir del momento en que se comienza a vivir como si se creyera realmente, aunque nuestras ideas sean todavía vacilantes. Y en la medida en que se reitera la acción creyente (la función crea el órgano). Y, sobre todo, en la medida en que el propositor de la creencia sea, a su vez, creíble por su coherencia, por su autoridad intelectual y moral y por su buena salud anímica, léase felicidad.

Decididamente, si nuestro mundo gira hoy con rumbos inciertos, a pesar de todo el progreso científico y la tolerante concurrencia de opiniones, es porque las ideas no han llegado a cristalizar en creencias. Nos sobran especialistas; nos faltan maestros de fe.

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