Iglesia en el mundo: los institutos seculares. Con la mirada en la altura y los pies en el suelo

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Fotografía de Simon English
Fotografía de Simon English

El Código de Derecho Canónico, canon 710, y el Catecismo de la Iglesia católica nº 928, definen un instituto secular como «un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él». La palabra mundo es aquí sinónimo de siglo, de donde procede el adjetivo secular.

Los institutos seculares tienen un largo recorrido histórico que se inicia desde finales del siglo XVII, hasta nuestros días. Espoleados por el proceso de secularización de los países europeos, en la segunda mitad del siglo XIX, crece, en algunos bautizados, el deseo de consagrarse a Dios, pero sin separarse de sus actividades laborales, familiares y de ocio.

Los primeros institutos seculares obtuvieron reconocimiento jurídico, y fueron encuadrados entre los estados de vida consagrada aprobados por la Iglesia en el siglo XX, el 2 de febrero de 1947, con la constitución apostólica Provida mater Ecclesia de Pío XII.

Del 20 al 26 de septiembre de 1970, tuvo lugar en Roma el Primer Congreso Internacional de los Institutos Seculares, en el que participaron los exponentes de unos 92 institutos, que dio como resultado, en el año 1972, la conformación de la CMIS, Conferencia Mundial de Institutos Seculares.

El Código de Derecho Canónico promulgado por san Juan Pablo II en 1983, en el libro segundo, que trata sobre el pueblo de Dios, introdujo un título completo sobre los institutos seculares (cánones 710 al 730).

En nuestros días, los institutos seculares son una expresión original de la presencia de la Iglesia en el mundo, un signo audaz y vital de la búsqueda continua de relaciones entre estas dos realidades.

Los institutos seculares —si son verdaderamente fieles a su carisma de secularidad consagrada— tienen una palabra muy importante que decir hoy en la Iglesia, porque pueden aportar mucho en la conjunción del eterno dualismo fe-vida, Iglesia-mundo y Dios-hombre. Su misión es hoy —más que nunca— providencial porque pueden ser un modo privilegiado de evangelización.

Reseñamos en este número ejemplos vivenciales de miembros de institutos seculares que, sin salir del mundo, consagran sus vidas a vivir el evangelio entre sus contemporáneos —y en todas las realidades sociales— tratando de hacer un mundo más humano, mejorando las realidades temporales, con la mirada puesta en el más allá.

Sí, pudiera decirse que los institutos seculares caminan con la mirada en la altura y los pies en el suelo.

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