La belleza, más necesaria que el pan

108

Luminoso el discurso que pronunció Benedicto XVI en su encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina el 21 de noviembre de 2009. En la estela de Pablo VI y del santo gigante Juan Pablo II, precisó el papel de los artistas en la misión de la Iglesia.

«¿Qué puede volver a dar entusiasmo y confianza,… alentar al espíritu humano a encontrar de nuevo el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar con una vida digna de su vocación, sino la belleza? Vosotros, queridos artistas, sabéis bien que la experiencia de la belleza, de la belleza auténtica, no efímera ni superficial, no es algo accesorio o secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad, sino, al contrario, lleva a una confrontación abierta con la vida diaria, para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, a fin de hacerla luminosa y bella».

Ninguna teoría estética ha señalado tan noble vocación al arte. Es encuentro con la vida diaria, capaz de orientar en la búsqueda del sentido y de la felicidad. Se atreve a citar a Dostoievski: «La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo».

Cuando uno se acerca a nuestro pintor Joaquín Sorolla, el mundo se nos hace más bello, pero al mismo tiempo más humano. Las escenas costumbristas junto al mar elevan a sublime el trabajo duro y esforzado de los pescadores. Parece que nos advierte: no hay que ir lejos para encontrar la belleza. Pero hay que saber mirar. El resplandor de la luz y el colorido de las flores ambientan y enmarcan en dignidad el trabajo de las pescadoras «Cosiendo la vela».


Miguel D’Ors, el poeta, nos ofrece en su obra poética esa mirada capaz de trascender lo consabido. Nos desvela la otra cara oculta de cualquier realidad. El corazón humano busca verdades que le sosieguen el corazón. Claro que un río es una corriente de agua, que lleva de caudal metros cúbicos por segundo, que lo podemos aprovechar construyendo pantanos, etc. Pero hay algo más necesario que la ciencia y que el mismo pan (¡No me diga!) La belleza. Así nos lo enseña Miguel D’Ors en este poema del libro Del amor; del olvido, Ediciones Rialp en 1972.

¿Qué es río?

Si os hablan de corrientes de agua, no hagáis caso: eso es mentira todo: yo os hablo de canciones. Si Dios a cada río le dio su partitura es natural que suenen y suenen y resuenen (hay ríos que son valses y ríos tan ligeros que tienen melodías campesinas de flauta). No hagáis caso si os hablan de centímetros cúbicos: un río es un espejo -tenedlo bien presente- donde puede mirarse cualquier enamorado, porque todos los ojos les gustan a los ríos (quiero decir con esto que si os miráis en uno será vuestra mirada sencilla como un ave). No hagáis caso si os hablan de curso bajo y alto, que la felicidad no tiene sitio fijo, ni creáis esa historia de los saltos de agua, siempre tan necesarios y tan beneficiosos. Son las esclavitudes que imponen a los ríos; pero un río no puede detenerlo cualquiera: un río corre y canta y escapa entre los dedos y hay que tener el agua que pasa muy soñada para vivir de nuevo un minuto de infancia. No hagáis caso tampoco si os hablan de los peces que pudieran pescarse: eso es todo mentira; pensad únicamente cuántos niños y sauces, cuántas montañas altas se han mirado en su espejo, cuántos amores fueron creciendo a sus orillas… Este es el gran tesoro que tiene cada río. Todo es mentira, todo lo que dicen los sabios. Sólo una cosa es cierta: que tienen una cita, que el mar está esperando que lleguen a sus brazos. No hagáis caso si os hablan de litros por segundo, que estar mirando un río es como estar soñando; y si dicen de alguno que es poco caudaloso, considerad vosotros su gran caudal de estrellas.

Artículo anteriorMaría del Adviento: Enséñanos a esperar a Jesús cerquita de ti
Artículo siguienteFidelidad creativa, amistad…