Por Auxi Rueda, directora de Comunicación, Diócesis de Ávila
Se cumplen diez años desde que una pequeña nube blanca saliera de aquella chimenea vaticana, confirmando al mundo de la manera más tradicional posible que la Iglesia tenía un nuevo sucesor de Pedro. El papa que vino del fin del mundo.
Soy muy fan de Francisco. Por muchas, muchísimas razones que darían para veinte artículos como este. Pero una de ellas, porque profesionalmente me toca muy de cerca: sabe comunicar. Y sabe comunicar muy bien, de forma efectiva. Si hay algo que le caracterice es su capacidad para llegar a la gente, para hacer su mensaje fácil y accesible a todo el mundo. Tanto, que incluso los más alejados de la vida de la Iglesia suelen hacerse eco de sus discursos. Desde el mismo día de su elección, Bergoglio supo respaldar sus palabras con acciones, que es la clave de una comunicación plenamente verdadera y no impostada. Es un gran y potente comunicador.
Y el papa, que es muy sabio, sabe aprovechar como nadie las nuevas potencialidades que brindan las nuevas tecnologías. Cabalgando al ritmo de los tiempos, el Pontífice está online, potenciando su presencia en las redes sociales hasta el punto de haberse convertido en «un auténtico fenómeno mediático», como le ha calificado en varias ocasiones la revista Forbes.
Lo decía muy claro su portavoz durante varios años, el padre Lombardi: «Con Francisco, los mensajes se entienden más directamente. Y el servicio [de la oficina de prensa de la Santa Sede] consiste en ayudar a los diferentes medios, especialmente a los digitales, a recibir rápidamente el mensaje de Francisco, que es particularmente apto para la comunicación actual. Con frases breves, contundentes, con mensajes sencillos. La potencia comunicativa de Francisco tiene algo muy especial. El papa tiene el don de la comunicación”.
La Iglesia tiene en su misma raíz el impulso de comunicar, de salir al encuentro del otro y testimoniar un mensaje: el de la Verdad que hace libres. Así se lee en el mismo evangelio, en el envío de los apóstoles al mundo («Id y predicad»); y así ha quedado constancia a lo largo de los siglos en la historia del cristianismo, desde las formas periodísticas más primitivas (como las epístolas de san Pablo), hasta las comunicaciones más recientes, que incluyen la firme apuesta por el uso de las nuevas tecnologías. Durante este tiempo, la Iglesia ha sabido adaptarse a los cambios sociales y comunicativos, tal vez en ocasiones con lentitud, pero siempre con el objetivo de esa transmisión de su mensaje de la manera más efectiva posible. De ahí los mensajes papales en las Jornadas de las Comunicaciones Sociales, la entrada del papa en Twitter, Instagram o YouTube, y la profesionalización de los gabinetes de prensa, tanto en las diócesis como en la Santa Sede.
Que Francisco sepa hacer llegar tan bien su mensaje es, en gran parte, mérito propio. Es expresivo, sabe contactar directamente con el receptor. Y tiene ese punto argentino, que es el don de la palabra, que facilita mucho esta tarea. Sin embargo, no podemos olvidarnos de quienes día a día trabajan en la comunicación de la Iglesia. Como buenos profesionales del sector saben manejar a la perfección los lenguajes mediáticos actuales, y saben de la fuerza comunicativa que tienen los mensajes audiovisuales. Al igual que hicieran los primeros cristianos con las obras de arte, convertidas en una catequesis visual para narrar las virtudes de la fe, los expertos de comunicación del Vaticano han puesto en manos del papa los medios para que el ciudadano 2.0 comprenda una realidad de siglos. Un mismo mensaje, una nueva forma de comunicarlo. El efecto de una sola imagen, un solo vídeo, su impacto visual, genera una huella en quien la percibe mucho más profunda que si se intenta explicar o narrar esa misma idea con palabras.
Ahora bien, como el propio papa nos decía en el mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2019, no podemos quedarnos solo en la admiración y la adulación. Porque, si para algo sirve esta presencia de la Iglesia en la Red y en los sistemas comunicativos en general es para acercarnos aún más al misterio de Cristo. «La unión no se funda sobre los “like” sino sobre la verdad, sobre el “amén” con el que cada uno se adhiere al cuerpo de Cristo acogiendo a los demás». Solo así sabremos que ese esfuerzo comunicativo ha dado plenamente sus frutos.
Soy plenamente consciente de que nos queda mucho por mejorar dentro de la comunicación de la Iglesia; y soy plenamente consciente de que, como humanos que somos, no estamos libres de cometer errores de vez en cuando. Tampoco el papa. Pero, humildemente, creo que vamos en la buena dirección. ¡Sigamos remando bajo el timón del gran capitán vestido de blanco!