Por Josetxo Vera (*)
Nunca ha existido el silencio. Quizá esto sea una forma complicada de comenzar un artículo, pero creo que es importante y que nos puede ayudar a pensar: nunca ha existido el silencio completo, porque «en el principio ya existía la Palabra» (Jn 1,1). Es decir, mucho antes de la noche de los tiempos y más allá del espacio desconocido, existía la comunicación. De hecho, propiamente, en la Trinidad solo existía la comunicación del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nada había fuera de ellos mismos, pero entre ellos había una comunicación constante y completa, la más perfecta que puede existir: la comunicación del amor.
La comunicación del amor
Todo lo importante que se ha dado en la historia (y fuera de ella) ha sido la comunicación del amor. En un momento dado, el amor de Dios desbordó la Trinidad y se comunicó fuera de ella misma. Aconteció la creación. Esa primera comunicación de Dios fuera de sí mismo fue también una expresión de amor. Todavía hoy, basta asomarse a la ventana, contemplar el cielo, la naturaleza, lo grande y lo pequeño para darnos cuenta de que la creación sigue haciendo visible el amor de Dios y lo expresa con una grandeza incomparable (especialmente en otoño).
Al finalizar la creación, Dios creó al hombre, a quien dotó de un poder especial: el ser humano es capaz de la comunicación personal con Dios y está llamado a ella de manera esencial. De hecho, el hombre existe para una comunicación con Dios a la que llamamos comunión. Al principio, esa comunicación fue fluida, cotidiana, amigable. Fue realmente una relación paradisíaca, porque tuvo lugar en el Paraíso. Sin embargo, el pecado cometido por Adán y Eva introdujo, por primera vez, la ruptura del hombre con Dios, la incomunicación entre el Creador y la creación. El hombre perdió la comunión con Dios, salió del Paraíso.
No obstante, la incomunicación no fue definitiva. Dios se acercó al hombre y estableció con él sucesivas alianzas, un intercambio de compromisos, que fueran preparando una nueva comunicación/comunión con Él. Esas alianzas las personalizaron Noé, Abrahám y Moisés.
Así se fue preparando el segundo gran momento de la comunicación de Dios: la encarnación. Dios comunicó su amor salvador a los hombres haciéndose hombre en Jesús. Desde aquel preciso momento de la historia, en aquella cueva de Belén, el ser humano podía volver a hablar personalmente con Dios cara a cara. La primera que lo hizo fue la Virgen María, desde el mismo momento de la encarnación, luego José, los pastores, los magos, Juan Bautista, los discípulos, los apóstoles, Pilatos, todos los que le conocieron; a ellos se les comunicó la salvación, con ellos se compartió la salvación y para ellos se celebró la salvación.
La gran comunicación
Es precisamente esta celebración de la salvación la gran comunicación del amor de Dios a los hombres, el gran desparramamiento de Dios: Jesús muere en la Cruz para salvar a los hombres del pecado y de la muerte, y mostrar de ese modo el infinito amor de Dios. A partir de aquel día, sus discípulos, el nuevo pueblo de Dios, recibió una misión: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio». En la cruz (y en su conmemoración diaria en la eucaristía) se restableció la comunicación entre Dios y el hombre de un modo totalmente nuevo e insuperable. La comunión con Dios, el mayor grado de comunicación al que podemos aspirar en nuestra relación con el Creador, se hace de nuevo posible.
La Iglesia, el grupo de los seguidores de Cristo animado por el Espíritu Santo, prolonga en el tiempo y en el espacio la misión de Jesucristo: anunciar la salvación, celebrar la salvación y compartir la salvación.
Y aquí es donde yo quería llegar: la historia en su sentido más amplio y profundo, es la historia, de una comunicación, la gran comunicación de Dios a su pueblo, que es la comunicación del amor de Dios. En Dios encontramos el sentido de toda comunicación, su qué y su porqué: el amor.
Por esto podemos decir que la comunicación solo existe cuando se comunica el amor, cuando el objeto y la causa de la comunicación es el amor. El amor y sus derivadas: la verdad, la bondad, la belleza. Al hablar del amor, la verdad, la belleza y el bien, las personas se hacen más personas y mejores personas. Solo hay comunicación cuando se comunica la verdad. Cuando se produce el silencio de la verdad, de la belleza, de la bondad, cuando se da su ocultamiento, el mundo queda detenido en la ignorancia, en la oscuridad. Peor todavía, cuando se comunica el error o la mentira, cuando se difunde el mal, el odio, la perversión, el mundo retrocede, se hace menos humano, queda incomunicado, nos hace peores, nos puede destruir como personas.
Ahí está toda la clave de la comunicación, de cualquier comunicación y, de manera especial, de la comunicación de la Iglesia. La Iglesia, que prolonga en el tiempo la misión de Cristo, tiene como objetivo la comunicación de un mensaje. No es un mensaje cualquiera, es una buena noticia, la buena noticia de Jesucristo, al que todos los hombres y mujeres de la historia están esperando, incluso sin conocerlo.
Herramienta, actividad, misión
La Iglesia es una institución de tantas, y comparte con todas ellas algunas características de su dimensión pública en relación a la comunicación. Como para todas ellas, la comunicación es una herramienta y una actividad, pero para ella, además, la comunicación es una misión confiada por su fundador y un elemento esencial de su actividad.
Una herramienta
Como en cualquier otra institución, la comunicación es una herramienta al servicio de la organización, que tiene como objetivo poner en relación la imagen de la Iglesia con su identidad, lo que parecemos con lo que somos. Ése es el fin de toda comunicación institucional: parecer lo que se es. De hecho, cuando hay una distancia grande entre lo que una institución es y lo que parece, decimos que tiene un problema de comunicación institucional. A través de la comunicación, la Iglesia tiene el arduo objetivo de conseguir parecer, ante la sociedad y ante el mundo, lo que ella es realmente: pueblo de Dios, comunidad de creyentes, lugar de salvación, presencia de Dios.
Es verdad que la imagen se configura en la mente de las personas a través de miles de detalles que, inadvertidamente se posan en nuestro interior y configuran una imagen de la realidad: la educación de mis padres, lo que leo, lo que me explican, mis propias reflexiones, la influencia de los medios de comunicación, el medio ambiente social y cultural en el que me desarrollo, mis convicciones y valores, etc. Todo ello configura la imagen que tengo de las personas, de las instituciones, de la realidad que me envuelve y sobre las que tengo opinión.
Uno de esos elementos que configuran la imagen que yo tengo de una realidad es la comunicación que realiza sobre sí misma esa realidad: lo que dice de sí, lo que manifiesta con sus obras, lo que expresa con sus gestos o acontecimientos. Buena parte de la imagen que tengo del mundo que me rodea se origina en lo que ese mundo me transmite. Por eso, la comunicación de la Iglesia trabaja para conseguir que la imagen de la Iglesia en la sociedad coincida con la realidad de la Iglesia.
Una actividad
En segundo lugar, la comunicación de la Iglesia es una actividad. La comunicación de la identidad de la Iglesia y de su mensaje ha continuado desde el comienzo de su misión a través de los mismos medios hasta la actualidad. En estos más de veinte siglos de historia, la Iglesia ha comunicado con todos los medios disponibles en cada momento.
Quizá se puede hacer un breve recorrido por la actividad de la comunicación de la Iglesia realizada en estos veinte siglos. Comenzó con la predicación oral como hizo el mismo Jesús y sus apóstoles y discípulos. Siguieron las cartas o escritos pastorales, que comenzaron escribiendo los apóstoles y continuaron sus sucesores hasta nuestros días. Con el tiempo, la Iglesia incorporó a la difusión de su mensaje y de su identidad los diversos medios de comunicación que iban surgiendo. Durante siglos fueron los copistas de los monasterios los encargados de difundir los libros litúrgicos, las enseñanzas de los Padres, los tratados de teología. Así aseguraron la unidad de la Palabra de Dios, la celebración de la misma liturgia en todas las comunidades, y la comunión de la fe y en la oración.
Ya en el siglo XV, el primer texto impreso por Gutenberg con su invento de la imprenta fue la Biblia. Desde entonces se sucedieron las ediciones por todo el mundo. El texto sagrado alcanzó una difusión sin precedentes, y junto a él todos los libros que la tradición de la Iglesia había recogido durante siglos. Los folletines y periódicos sirvieron también pronto a la misión de la Iglesia. San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, se hizo famoso por la difusión, en pequeños textos, de la doctrina de la Iglesia entre sus diocesanos. En 1865 surge L’Osservatore Romano, como periódico al servicio de la Santa Sede para difundir su mensaje y su posición ante la situación del mundo.
La llegada del cine, a finales del siglo XIX, sirvió también para la difusión del mensaje cristiano. Una de las primeras películas de cine fue La Vie et la Passion de Jésus Crist, de los hermanos Lumière en 1897. El cine propició la creación en el Vaticano de las primeras instituciones eclesiales dedicadas a la comunicación y a su pastoral. El siguiente medio de comunicación fue la radio, inventada por Marconi en los primeros años del siglo pasado. Su capacidad y posibilidades fueron rápidamente reconocidas por la Iglesia, y Pío XI inauguró la primera estación de radio en el Vaticano junto a Marconi, en 1931. La aparición de la televisión, apenas unos años después, tardó en ser reconocida por la Iglesia, pero la iniciativa de muchos católicos impulsó la presencia del mensaje cristiano en numerosos canales, estaciones de televisión y programas. El Centro Televisivo Vaticano se inauguró en 1985 por iniciativa del papa Juan Pablo II.
Fue este mismo Papa el que, atento al mundo de la comunicación, envió su felicitación navideña a través de internet. Comenzaba la era digital de la Iglesia, casi al mismo tiempo que se desarrollaba y se difundía esa tecnología. El sitio web de la Santa Sede quedaba establecido con todas sus secciones y contenidos, en 1997. Desde esa fecha, no sólo incorpora todas las intervenciones de los papas en el presente, sino que va incorporando los documentos y datos de los papas anteriores, que no conocieron este desarrollo.
El 12 de diciembre de 2012 (fecha fácil de recordar), el papa Benedicto XVI lanzaba al mundo su primer tuit a través de la cuenta @pontifex. En julio de 2017 alcanzó los 35 millones de seguidores, en nueve idiomas. En octubre, tenía ya 40 millones. Su cuenta en instagram, @Franciscus, ha rebasado los 5 millones de seguidores desde febrero de 2016.
Este recorrido por la historia pone de manifiesto la relevancia de la actividad de la comunicación realizada por la Iglesia hasta nuestros días. Hoy podemos conocer al instante las palabras del Papa y seguir su predicación y sus cartas de manera escrita, por la radio, la televisión, internet o las redes sociales. Los medios de comunicación que aparezcan en el futuro serán, sin duda, incorporados por la Iglesia.
Una misión
En tercer lugar, la comunicación es para la Iglesia una parte esencial de su misión. Hemos dicho que la Iglesia prolonga en el tiempo la misión de Cristo. Esta misión tuvo tres ejes: anunciar la salvación «El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed la Buena Noticia», realizar la salvación en el misterio pascual de su Pasión, Muerte y Resurrección; y compartir esa salvación, anticipándola a través de los signos y milagros. Por eso, la misión de la Iglesia es también el anuncio de la salvación, en la catequesis, la predicación o la enseñanza; la celebración de esa salvación a través de la celebración de los sacramentos; y compartir la salvación, mediante el ejercicio de la caridad, rasgo esencial de la vida de la Iglesia.
Efectivamente, la comunicación para la Iglesia no es solo un elemento en el organigrama de la institución. Se puede decir que, si bien la Iglesia tiene incorporada la comunicación como un elemento propio de su actividad, la comunicación está en la misma esencia de la Iglesia. La Iglesia «existe para evangelizar» (EN 14) y tiene como misión propia y esencial, entregada por su fundador, la comunicación de una noticia de salvación para los hombres (Mc 16,15).
La comunicación no es un elemento más en la vida de la Iglesia, sino que corresponde a su misma identidad. Podemos decir, de hecho, que una Iglesia que no comunica no puede ser Iglesia, y por lo mismo, un cristiano que no comunica…
¡Mucho ánimo!
(*) José G. (Josetxo) Vera es doctor en comunicación y director de la Oficina de Información y de la Comisión de Medios en la Conferencia Episcopal Española.