El sueño del P. Morales
El P. Tomás Morales S.J. tuvo un sueño: la movilización del laicado. Soñaba con multitud de bautizados, conscientes del don recibido y de su responsabilidad, transformando la sociedad para hacerla más humana y más divina. Un sueño que fue realizando a lo largo de su vida por medio de sus diversas obras apostólicas.
El escrito que mejor refleja este ideal soñado es una obra de madurez, Hora de los laicos (1984). Aquí recoge las experiencias y reflexiones de su vida y perfila una obra de pedagogía y espiritualidad laical que precede con sus intuiciones al horizonte eclesial que pocos años después se abriría con Christifideles laici (1988).
Hora de los laicos
Comienza su ensayo con una dramática constatación: la mayoría de los católicos se muestran indiferentes ante su fe y no tienen ninguna energía evangelizadora.
Es esta dimensión apostólica, que está implícita en la profesión de fe, la que quiere hacer redescubrir a todos los bautizados, y especialmente a todos los que se dedican a la animación de grupos cristianos. Está convencido de que la fe lleva en sí misma a la dinámica de la misión. Entiende que es un potencial que está dormido en la conciencia de los cristianos, y pondrá todo su empeño en despertar esas fuerzas aletargadas. Así entendía la movilización del laicado.
Y este sueño no es un invento o novedad del siglo XX. El P. Morales se remonta al Evangelio y a los padres de la Iglesia para repetir con san Juan Crisóstomo: Dios quiere que todo cristiano sea doctor, fermento, luz, sal de la tierra, y así como estas cosas no reportan utilidad por sí mismas, sino para los demás, así se nos exige trabajar no solo en provecho propio, sino también en provecho de los demás (PG 54, 292)[1].
Fundamentado en el Evangelio, enardecido por el ejemplo y la palabra del entonces Papa san Juan Pablo II, reforzado por la lectura de los santos padres y confirmado por la experiencia en la dirección de obras apostólicas, describe con estas palabras el ideal del laico cristiano en medio del mundo:
Nuestra tarea preferida debería ser pasar por el mundo sembrando inquietudes espirituales, irradiando amor en la calle, en la profesión, en el sufrimiento y en la alegría. El Bautismo y la fe nos hacen miembros de una familia, la Iglesia, una familia misionera que continúa y prolonga la familia apostólica instituida por Cristo para inundar el mundo de amor[2].
Divino impaciente
Como otro “divino impaciente” el P. Morales se esfuerza por convencernos de que en la movilización del laicado está la clave de la nueva evangelización:
Un potencial insospechado, pero, por desgracia, casi totalmente inédito. Sin el lanzamiento del laicado, la Iglesia se encuentra bloqueada de pies y manos ante el mundo moderno. Confinada en el templo o en la sacristía, recluida en claustros o monasterios, es incapaz de cumplir su obra salvadora si los bautizados olvidan “la gran vocación cristiana que han recibido, y caen en el sopor o retornan a sus hábitos temporales, y se enfangan en los intereses inmediatos de la vida material” (Pablo VI).
Movilización universal en anchura y profundidad de todos los laicos bautizados. Mar sin riberas, horizontes dilatados, casi infinitos. Nadie puede permanecer al margen, y menos la juventud que irrumpe en la vida con ansias renovadoras. Padres, maestros, educadores, profesionales, sacerdotes, son los principales y más inmediatos responsables. No pueden limitarse ellos a ponerse en marcha. Deber primordial suyo es impulsar en los jóvenes, ya desde la niñez, a esta movilización misionera del laicado a escala mundial[3].
Dos males que nos atenazan
El P. Morales denuncia dos males que nos atenazan y que han impedido el gran bien de la movilización del laicado: el primero es la neblina de ideas confusas que ofusca la inteligencia y el segundo es el miedo al compromiso y al esfuerzo perseverante que agarrota la voluntad. Advierte de ese peligro de confusión en las ideas de lo que es la vocación y misión del bautizado: El olvido de la auténtica misión del laico es nefasto para la Iglesia y el mundo. Este olvido arrastra a un clericalismo por parte de la Iglesia y a un laicismo por parte del mundo[4].
Haciéndose eco de la doctrina del Concilio sobre la “índole secular” propia de los fieles cristianos, insiste: El seglar posee, como bautizado, el dinamismo de la fe que le exige iluminar todas las realidades profanas. Como laico comprometido con los afanes del mundo, cumple un deber que sólo él puede llenar: cristianar sus estructuras[5].
La movilización del laicado, a pesar de todas las apariencias, no es una quimera. Es posible hoy, y se ha realizado ya en la historia[6].
El secreto está en dejar actuar a la gracia, sembrada en nuestros corazones desde la fuente bautismal.
Bautizados sin más
Igual que el origen de la vida se dio en las aguas, el P. Morales sabe que toda la movilización de los laicos surge de las aguas del Bautismo. Esta es una de las enseñanzas que más ha repetido en sus libros. Así lo captó Abilio de Gregorio en su ensayo sobre la pedagogía del P. Morales: Lo verdaderamente importante de la obra del P. Morales quizás no sea tanto el haber ayudado a tantos jóvenes a dirigir su vida hacia los votos dentro del Instituto secular de la Cruzada, sino el haberlos ayudado a descubrir su condición de bautizados sin más: de laicos. Es esta la almendra de su mensaje y, por ello, las referencias en su pensamiento son constantes[7].
Y continuando con la imagen del agua, teniendo como fondo la escena evangélica de la curación en la piscina de Betesda, concluye Abilio de Gregorio: En esto consistía la pedagogía del P. Morales: en remover –con energía y con audacia- las aguas del bautismo estancadas en el hondón del alma de tantos hombres y mujeres[8].
Hitos en la movilización del laicado
Esta visión profética del P. Morales sobre la movilización de los laicos, no es algo aislado en la Iglesia. Es consecuencia de una nueva eclesiología que ha nacido en el Vaticano II, con una nueva visión sobre el laico en la Iglesia y el mundo, y que se ha reflejado especialmente en la exhortación apostólica Christifideles laici.
Para encuadrar esta visión del P. Morales en un contexto eclesial, y ver las coincidencias con lo que el Espíritu va suscitando en la Iglesia, vamos a señalar algunos de los hitos de la movilización de los laicos. Seguimos sobre todo las reflexiones de Mons. Raúl Berzosa en su obra Ser laico en la Iglesia y en el mundo[9].
Desarrollo histórico[10]
Bruno Forte[11] señala cuatro etapas históricas: la primitiva Iglesia con un fuerte protagonismo laical, da paso a una Iglesia dual (clero-laico), y a una Iglesia trial (clero-religioso-laico) para llegar a la actualidad donde se vive la comunión para la misión, lo que ha llevado a redescubrir la laicidad.
En el cristianismo de los primeros siglos y en la cristiandad medieval es el ideal monástico y la prevalencia de los clérigos quienes hacen impensables una teología del laicado y dan como resultado una inclinación preponderante hacia la fuga del mundo.
La controversia con la Reforma lo que hizo fue focalizar la acentuación de la jerarquía y el sacerdocio ministerial, con el consecuente olvido del laico y la laicidad.
La Acción Católica
El primer hito contemporáneo en la movilización de los laicos es la Acción Católica. Se partía de una idea original y básica: deben ser los propios laicos los apóstoles de los laicos. Y se constataba una realidad que empujaba a los seglares: la sociedad había dejado de ser “cristiandad” y se había secularizado.
Sin embargo, en la Acción Católica subyacía un dualismo entre el clero, que dominaba el espacio de lo sagrado (con el peligro, confirmado por la realidad, de identificar este espacio con la totalidad de la Iglesia), y el laico que prevalecía en lo temporal[12].
Se perfilaban dos modos de ver la “novedad” de la acción apostólica del laico: como una necesidad suscitada por la falta de sacerdotes que no pueden llegar a todo y una visión más cristiana que profundiza en la eclesiología de comunión y parte de la misión propia del fiel laico.
Yves Congar OP[13]
Congar ha sido un faro luminoso que ha puesto las bases para una teología del laicado: en primer lugar, al valorar la categoría del “Reino de Dios” (el “ya”) y no solamente el “escaton” (el “pero todavía no”); en segundo lugar, al resaltar la relación Iglesia-mundo; y en tercer lugar al buscar los fundamentos cristológicos desde una eclesiología de totalidad.
El Concilio Vaticano II
El texto clave para toda la teología y espiritualidad del laicado es Lumen gentium 31[14]:
Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde.
A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad.
La figura del laico en el Vaticano II[15]
Sin pretenderlo quizá, al subrayar la índole secular como la propia del laico, se está dando una definición. Laico haría referencia a la relación con el mundo, y por eso la índole secular es lo específico, aunque no sea en exclusiva.
El mejor desarrollo de esta visión del laico la describió el Papa Pablo VI en Evangelii nuntiandi 70 al destacar que la tarea del laico es poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.
En síntesis, la vocación propia de los laicos consistiría en buscar el reino de Dios ordenando las realidades temporales según Dios.
Último hito: Christifideles laici[16]
Este documento nos da la clave para interpretar correctamente la movilización del laicado. Destacamos especialmente el nº 9. Al dar una definición de fiel laico remite al texto de Lumen gentium 31. Así se le define desde el Bautismo, insertado en la Iglesia con una vocación particular: buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios.
La Exhortación Apostólica perfila una auténtica teología laical con una triple dimensión:
Dimensión cristológica: En primer lugar, aborda la identidad del laico, que se responde desde el misterio de Cristo.
Dimensión eclesiológica de comunión: En segundo lugar, lo sitúa en su contexto vital, en la comunión de la Iglesia, superando los antiguos binomios y trinomios.
Dimensión antropológica de misión: Solamente desde la comunión se puede hablar de la misión, que es la que enlaza con la movilización.
Conclusión
Después de este recorrido histórico retorno a la guía del P. Morales. Y la última palabra es la confianza en que Dios realizará el milagro que a nosotros nos cuesta creer pero que el P. Morales, dejándose guiar por Dios, comenzó a realizar en su vida: Enjambres de laicos, juventud sedienta de autenticidad, hambrienta de amor, harta de palabrería hueca, está deseando movilizarse. Se da cuenta de que la humanidad viene de uno de los inviernos más largos y más crudos, pero que camina hacia una de las primaveras más hermosas de la historia[17].
[1] T. Morales (2003), Hora de los laicos, Madrid, 19.
[2] Ibíd., 21.
[3] Ibíd., 24.
[4] Ibíd., 35.
[5] Ibíd., 36.
[6] Ibíd., 44.
[7] A. de Gregorio (2007), Por las huellas de la pedagogía del padre Tomás Morales. Un idealista con pies en la tierra. Madrid, 37.
[8] Ibíd., 39.
[9] R. Berzosa (2000), Ser laico en la Iglesia y en el mundo. Claves teológico-espirituales a la luz del Vaticano II y Christifideles laici. Bilbao.
[10] Cf. Ibíd., 36-41.
[11] Cf. B. Forte (1987), Laicado y laicidad. Salamanca, 66-72.
[12] Cf. Ibíd., 30-33.
[13] Ibíd., 33-40.
[14] Merecería destacar también el documento Apostolicam actuositatem especialmente en los nn. 4-7.
[15] R. Berzosa, o.c., 63-67.
[16] Ibíd., 106-107.
[17] T. Morales, o.c., 84.