La verdad sobre el amor conyugal y su fecundidad

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Familia
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Ante el ataque organizado y furibundo a la familia, fieles a las consignas del papa, inquietos y esperanzados por el porvenir de la familia, debemos anunciar a todos que «el verdadero amor y la gracia de Dios nunca pueden permitir que el matrimonio se convierta en una relación centrada en si misma de los individuos que viven el uno junto al otro buscando su propio interés.» (Juan Pablo II, A los laicos. Limerick, 1-10-1979, 5).

Las familias volverán a remontase más alto si los padres, y las madres, sobre todo, escuchan la paternal advertencia del santo Padre: «No penséis que podéis hacer en vuestra vida algo más importante que ser un padre o una madre verdaderamente cristianos (…) No escuchéis a quienes dicen que trabajar en una tarea secular… es más importante que la vocación de crear vida y de preocuparse como madres de esta vida» (ídem).

Una realidad dolorosa -el ataque diabólico disfrazándose de todas las caretas para demoler la familia- y una esperanzadora estrella luminosa: la Virgen de Fátima. Juan Pablo II la hizo llevar a la plaza de San Pedro, en Roma, para consagrar ante Ella el mundo a su Inmaculado Corazón.

En presencia de unas doscientas mil personas -era el día en que las familias de todo el mundo se reunían para ganar el jubileo del Año Santo- lanza una afirmación y da una consigna.

Una afirmación que nos descubre el abismo en que el mundo puede caer si los cristianos no actúan su Bautismo. «La humanidad contemporánea…, «tienta» a Dios, y «lo pone a prueba» en este campo fundamental de la familia».

Una consigna valiente cuajada de promesas que invita al laico a salir de la apatía y a luchar sin miedos para cristianizar la familia. Ante la retahíla oscurecedora de la dignidad del matrimonio hay que proclamar la verdad sobre el amor conyugal, viviéndolo en la totalidad y armonía de sus dimensiones, como la Humanae vitae las trazó.

«Es el amor conyugal que enlaza a los esposos y une a los hijos en un mismo amor humano sensible y espiritual -no simple impulso de instinto y sentimiento-; total -sin reservas indebidas y cálculos egoístas-; fiel y exclusivo hasta la muerte; (…) amor fecundo, que no se agota todo en la comunión entre los cónyuges, sino que está, destinado a prolongarse, suscitando nuevas vidas’ (Jubileo de las familias 25-3-1984).

Es el amor impregnando los mil detalles de la convivencia familiar: «Vivid con coraje vuestra vida personal, aun cuando parezca insignificante». Vividla mirando a «Teresa de Lisieux, gran maestra de las cosas pequeñas. Nos ha demostrado en su corta vida cuan grandes son ante Dios las obligaciones pequeñas de cada día» (A los laicos en Viena, 12-9-1983).

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