Por Santiago Jiménez Cortés
Santi es un joven arquitecto y emprendedor. Apasionado por la innovación, la creatividad y la naturaleza. Desde pequeño y en gran medida de manera autodidacta ha desarrollado varios proyectos en el ámbito del diseño, la moda, la educación o la sostenibilidad y especialmente vinculados al Impacto Positivo. Actualmente lidera Liight, una startup con la misión de motivar a las personas a ser más sostenibles en su día a día a través de la tecnología y la gamificación. Trabajan con clientes como Acciona, Banco Santander, Estrella Galicia, Mapfre, varias universidades y ayuntamientos como el de Fuenlabrada y Zaragoza.
Durante el confinamiento y junto con varios jóvenes del programa Celera diseñaron y construyeron respiradores en tiempo récord que después de un riguroso proceso de homologación pudieron ayudar a salvar vidas en distintos hospitales del mundo. Además, es Creative Technologist colaborando puntualmente como experto y consultor para distintas compañías en ámbitos de innovación, así como mentor y ponente en diversas universidades y aceleradoras.
Decía Winston Churchill que «muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar, pero muy pocos lo ven, realmente, como el caballo que tira del carro», una cita con más de setenta años pero que aún se mantiene actualizada (si no, busque sobre aquello de «capitalismo despiadado» en titulares de hace algunas semanas). Las fábulas y el saber popular son una forma de conectarnos con nuestras raíces culturales y comprender mejor la complejidad del mundo en el que vivimos. El mundo empresarial se caracteriza por la competitividad, la innovación, la búsqueda de resultados y la maximización del beneficio, lo cual no tiene por qué ser malo de por sí. No obstante, también hay quienes consideramos que la fe cristiana puede ser un valor añadido en este mundo.
¿Cómo los empresarios cristianos combinan su fe con el mundo empresarial? Mientras que escritores, médicos o deportistas suelen aparecer en medios por cosas buenas como su nuevo libro, una vacuna revolucionaria o ganar Roland Garros, los empresarios, muchas veces, son noticia por todo lo contrario: despidos, sueldos bajos, corrupción u otras malas praxis (que en ningún caso son la norma); cuando son noticias positivas se pondrán en entredicho «esto lo hacen porque desgrava, si le va bien algo turbio habrá hecho, deberían pagar más impuestos…». ¿Te suena? De hecho, dentro de la propia Iglesia todos conocemos a san Felipe Neri, Sta. Águeda, santo Tomás Moro, san Juan Bosco o Sta. Teresa de Jesús como patronos en sus profesiones, ¿no hubo ningún santo empresario?
Claro que sí, los hubo y los habrá; de hecho, conozco y trabajo con unos cuantos que tratan de aspirar a ello. Según la RAE la primera acepción de empresa (imprendere «comenzar») es «aquella acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo». Por su parte, emprender consiste en acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro. Partiendo de ello ya sabemos que no va a ser algo sencillo; de hecho, la propia definición casi recuerda más palabras como «aventura, heroicidad o hazaña», y resulta divertido aquello de «especialmente si encierran dificultad o peligro». Si volvieran a escribirse epopeyas quizás Homero contaría las penurias y dificultades del emprendedor para construir un negocio o, al menos, intentarlo. «Cabeza, corazón y c** dice mi abuelo» nos dice el tenista Carlos Alcaraz; la parábola de los talentos nos cuida de no enterrar o acomodarnos en nuestras habilidades, el reto viene cuando te identificas con aquel al que le dieron cinco.
¿Emprendedor nace o se hace?
En mi opinión diría que ambas, y en este artículo tengo una grandísima oportunidad para agradecer: a mis padres, a los cruzados y al carisma, porque si ya desde pequeño siempre me gustó estar involucrado en proyectos, actividades con jóvenes, deporte, música, naturaleza…, la Milicia fue el entorno ideal para forjarme como emprendedor. El mejor máster para apostar por este estilo de vida lo cursé en los círculos en el Hogar, campamento, ejercicios, nunt, musicales…, convivir con amigos, aprender y vivir Gredos, valores como la superación, el esfuerzo, la constancia, la responsabilidad…, así como otras soft skills en comunicación, gestión del tiempo, liderazgo (el «hacer-hacer» para multiplicar el impacto inspirando a quienes tenemos a nuestro alrededor).
¿Es cuestión de buscar la mejor opción, la más cómoda, la más sensata? Cerca de cumplir los treinta sinceramente creo que no es algo racional sino vocacional. Le tomo prestado el siguiente párrafo al economista Joan Tubau: en el famoso cuento de Ahiqar, más tarde recogido por Esopo, el perro alardea ante el lobo de la comodidad y lujos que tiene, casi incitando al lobo a alistarse. Hasta que el lobo le pregunta al perro sobre su collar y se aterroriza cuando comprende el uso. «De todas tus comidas, no quiero ninguna». Se escapó y sigue hoy corriendo. La pregunta es: ¿qué te gustaría ser, un perro o un lobo? La versión aramea original tenía un asno, en lugar de un lobo, mostrando su libertad. Pero a ese asno se lo come un león. La libertad conlleva riesgos: hay que poner la carne en el asador.
Es posible combinar fe y mundo empresarial si se busca crear valor, riqueza, bienestar y sostenibilidad para la empresa y la sociedad. Como buenos administradores, los empresarios deben esforzarse de manera responsable y en beneficio de los demás.
Generar y fijar empleo de calidad es la raíz para solucionar problemas de educación, vivienda, salud, etc. Impulsar un «capitalismo consciente» que genere y distribuya valor creado de manera justa, responsable y solidaria es fundamental. La mejor manera de resolver problemas es detectar necesidades y encontrar una respuesta sostenible en el tiempo. La mejor forma de reducir la pobreza es generando riqueza. «Dale un pez y comerá un día, enséñale a pescar y ya no volverá a pasar hambre».