Los siete años de internado en el Colegio de los jesuitas de Chamartín (1917-1924) proporcionaron a Tomás Morales un buen número de amistades. Hasta ahí nada hay de extraordinario. La vivencia en un espacio ajeno a la familia y, por lo tanto, donde se añoran las comodidades y los aspectos propios del entorno familiar, obligan a la persona a buscar en los más próximos apoyos firmes que le sostengan y le hagan sentirse a gusto. Por otro lado, las experiencias vitales a esas edades de niñez y adolescencia quedan marcadas para siempre.
Hacer amistades no es extraordinario, no, lo que resulta ya más difícil es mantenerlas a lo largo del tiempo, durante toda la vida. Federico García Solís fue compañero suyo en Chamartín y mantuvo con él correspondencia hasta su muerte. Conservamos cartas de Tomás Morales a él, que van desde 1945 hasta 1978. En ellas hay siempre un tono cálido, muy cercano, y están escritas desde el afecto. En la última, de 4 de mayo de 1978, escrita con motivo de la muerte de un hijo de Federico, le dice: “No sabes cuánto me gustaría poder charlar contigo, despacio, de esta gran lección que nos va dando la vida a lo largo de los años. Siento no ir ahora por Badajoz, y te agradeceré mucho que si alguna vez tienes ocasión de venir a Madrid, no dejes de avisarme”.
En la carta que publicamos ahora le informa de la muerte de un jesuita que fue profesor suyo en los años veinte. Era un extremeño que entró como profesor de literatura, materia en la que había publicado interesantes antologías como la que tituló Lyra hispana (1919). Por otro lado, aunque la carta sea breve, hay interesantes referencias autobiográficas a su actividad y al colegio de Chamartín.
Se trata de una cuartilla con membrete de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús (c/ Maldonado 1), donde estaba destinado en ese momento. Está escrita a máquina con celeridad, de donde sus muchos errores. Hemos actualizado su grafía.
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17 marzo 1965
Sr. Dn. Federico García Solís
Torrelavega
Mi querido Federico:
Hace un par de días murió en Villafranca, mejor, empezó a vivir para siempre, nuestro buen Padre Vicente Gómez-Bravo, tan recordado por todos los que le conocimos en aquellos días inolvidables de Chamartín.
No he querido dejarte de comunicar la noticia, que ya lo tenemos en el cielo, pidiendo por nosotros para que con él nos vayamos reuniendo cuantos le conocimos entonces. Él nos enseñó, ¿te acuerdas? a amar a esa Virgen que nos ha de salvar. A ti te quería mucho, y como sé que tú también le apreciabas, te digo todo esto para que te animes a mirar con más frecuencia arriba, pues ya estamos cuarenta y tantos años más cerca que cuando nos conocimos.
Acabo de dar ejercicios en nuestra Casa que está en el antiguo Pinar, a la derecha de donde estaba aquella torre del guarda Mateo, en el sitio en donde comíamos cuando teníamos campo allí. ¡Si vieses cómo ha cambiado todo! Como los chicos a quienes daba Ejercicios tenían unos 16 o 17 años, me acordaba sin querer de cómo veíamos a esa edad nosotros con ojos ilusionados entonces una vida, en la que conforme vamos avanzando, nos parece cada día más un poquito de humo que se esfuma dejándonos ver que la verdadera vida es otra que no se ve con los ojos, pero es más cierta y eterna: Dios.
Sigo pidiendo mucho por ti, tu mujer, tus hijos. Esa Virgencita del Recuerdo les ayudará a todos a ir contigo al cielo, meta hacia la que vamos. Con el afecto de siempre te saluda,
Tomás Morales SJ