Por Ángel Santamaría
«Me encuentro en estos momentos…» fueron las primeras palabras que escuché de Abelardo, allá por 1990, cuando estaba en el último año del colegio secundario Champagnat de Tacna (ciudad ubicada al sur del Perú y frontera con Chile), gracias a mi profesor Manolo T. Amorós. Tenía 16 años. Esas palabras las volvería a escuchar al año siguiente gracias a un amigo, que lo puso en una tienda, en una noche en que nos reuníamos los conocidos del barrio. Luego, conocí a la Milicia de Santa María y escuché completa aquella grabación, motivándome a practicar mis primeros ejercicios espirituales de 4 días en enero de 1992; parte de las charlas estaban basadas en las cintas de Abelardo, aquel hombre que sería guía en mi crecimiento juvenil, y grabaría en mi corazón el amor a la Virgen María.
Al concluir los ejercicios espirituales, salí con muchas ganas de conocerlo, y, con ocasión de su cumpleaños, le escribí una extensa carta contándole mi experiencia y preguntándole algunas curiosidades como qué había sido del Dimoni, etc. Sorpresa mía fue el recibir su extensa respuesta: «Tu carta me ha gustado tanto y la agradezco tantísimo, que verás comienzo a tratarte de amigo, pues así lo considero por la forma en que me escribes sin habernos conocido nada más que de referencias y las cintas que has escuchado…, al leer tu carta he sentido algo especial por esa juventud peruana. Yo no sé si podré ir a Perú, cosa que deseo pero que por mi salud no sé si podré, pero confío verte algún día, bien porque vaya yo a Perú, o bien porque vengas tu a España…».
Fue el inicio de un intercambio epistolar desde 1992 hasta el 2001, con un total de 34 cartas y 6 tarjetas dedicadas, recibiendo una última nota suya el 2005, con motivo de su libro Agua Viva.
A cada carta que le remitía, se daba tiempo para dar respuesta: «te escribo, aunque sea un poquito» (16/12/1992), y siempre aconsejando como buen padre: «Ya veo cómo la Virgen te protegió esa noche en que regresabas a casa y te encontraste con esa pelea de chicos y contigo no se metieron. En esos casos encomiéndate a tu ángel de la guarda y a la Virgen» (16/12/1992), consejo que lo llevo siempre presente.
Entendí en sus cartas y canciones «las manos vacías, el subir bajando», algo contrario a lo que te alienta el mundo: fama, gloria, figurar, que me miren y me alaben; se decía de sí mismo: «Soy un alma pequeñita, con manos vacías y manchadas. Pero Dios ama a los pequeños. Lo importante es dejarse hacer y deshacer. No desalentarse por nada. Suele desalentarnos precisamente el vernos pequeños, el que podamos hacer tan poco por Cristo. Pero déjate siempre amar…» (09/09/1993).
Pude conocer a Abelardo en mayo del 2009. Por su Alzheimer, yo ya no estaba en su memoria, pero conectamos a través de sus canciones. Nueve años después, en el 2018, pude visitarlo con mi esposa y mis tres hijas. Muchos textos de las cartas de Abelardo, ya no son mis cartas o mi correspondencia, ahora son de todos, para que conozcan lo que el Señor hizo y deshizo en él, un niño que ahora está al lado del corazón de la Virgen María.