Por José Manuel Mariscal
¡Qué lejos quedan mediados de los 70! Pero qué frescos continúan en mi interior los primeros contactos que tuve con Abelardo.
Primavera del 74. Un grupo numeroso de militantes de Cáceres, entre residentes de la residencia Lourdes y lugareños, y otros de Malpartida, nos encontrábamos preparando el mes de mayo y la visita que Abelardo nos haría después de muchos años de ausencia.
Para nosotros era un acontecimiento importante conocer a quien admirábamos por el impacto que en nosotros había causado su vida, su cambio de vida contada en el disco Un seglar descubre la oración y que algún militante puso en nuestra clase. Este acontecimiento nos llevaría a un grupo a nuestra primera tanda de ejercicios espirituales en la Casa de Ejercicios de la Montaña, a reflexionar sobre nuestras vidas adolescentes y a poner la mirada en otra dirección diferente a la acostumbrada. El fuego que comenzó a arder en nosotros lo íbamos alimentando también con la audición de las intervenciones en las Vigilias de la Inmaculada y otros discursos. ¡Cómo ardía nuestro corazón por extender las consignas y la pasión que en ellas ponía nuestro querido Abelardo!
Día primaveral en las serranías de Cáceres, las jaras en flor cubrían las laderas desprendiendo su olor resinoso, los alcornocales dejaban ver su nueva piel después de haber sido descarnados. Excursión al monasterio del Palancar, reducto de oración franciscana donde san Pedro de Alcántara se retiraba por estas tierras. Todo nos invitaba a vivir de nuevo. Y allí estaba él, con su semblante cautivador, su palabra cálida y vigorosa de padre, el magnetismo de su personalidad, su habilidad de narrador de historias, cuentos y poesías, su aroma de gracia, de santidad en vida… Algo parecido, salvando las distancias, debieron sentir los hermanos Zebedeos, en el encuentro con Jesús cuando, años después, lo recordaba Juan al escribir su evangelio.
No recuerdo las palabras concretas que nos dijo en esos momentos de oración que tuvimos durante la excursión. Con seguridad nos invitó a enamorarnos de Jesús y acogernos bajo el manto de la Virgen. Sí recuerdo el festival: la narración de la «batalla de Guadalcanal» que por primera vez escuchábamos la mayoría de los presentes, alguna poesía, creo que «La nacencia», y numerosos chistes. Y la actuación que con Julián Polo y Felipe Solís hicimos en versión libre del tui de la perrita. Me sonrojo del ridículo que hicimos ataviados con estas pintas de la foto.
Luego vinieron muchos otros momentos: ejercicios espirituales y convivencias de verano en Villagarcía de Campos (Valladolid), donde se afianza mi compromiso cristiano; campamentos en Gredos, donde va tomando forma mi vocación educadora. Y la charla personal donde nos convertíamos en confidentes de proyectos e ilusiones.