Por José B. Muñoz
Hasta que aparecieron las Redes Sociales, los periodistas eran los que manejaban los medios de comunicación.
Ahora todo el mundo tiene acceso a una tecnología (las Redes Sociales como Twitter, Facebook, Youtube o Instagram) que le permite convertirse en “periodista” (mejor “comunicador”) y participar, informar, opinar, comunicar e intervenir directamente en los llamados “Medios de Comunicación de Masas”, más de masas que nunca (suelen contarlo todo, sea verdad o mentira, y la mayoría se detiene especialmente en lo más escabroso y en las malas noticias).
Aquí hemos diferenciado entre los “periodistas de profesión” (de los grandes e históricos medios de comunicación) y el resto del mundo, los “comunicadores ciudadanos”.
Los “periodistas de profesión”, desde mi punto de vista, se plantean (bien o mal, mejor, peor o nada) una ética llamada “periodística” (por ejemplo a través de los conocidos “Libros de Estilo” que luego se cumplen más o menos, pero que ahí están). De los “comunicadores ciudadanos”, creo firmemente que la mayoría no se plantea lo que es una “ética en los medios de comunicación” y les vale todo (a los primeros a veces también, por la audiencia, por la “pasta”).
Cuenta las injusticias que ves a las personas adecuadas
Una persona contó un día un hecho (una noticia) delante de un público al que conocía muy poco. Dentro de ese público había un “periodista de profesión” y el resto eran “comunicadores ciudadanos”. El “periodista de profesión” le preguntó tras contar la noticia delante de todos: “¿Eso se puede contar (en un medio de comunicación)?”. Y la persona, que sabía que ese “periodista de profesión” era un periodista que trabajaba en un medio grande, no dijo nada. Si los “comunicadores ciudadanos” sueltan en Twitter la noticia (y lo cuentan todo) a esa persona la hubieran metido en un serio problema. Como quien lo contó fue un profesional (que sabe guardar las fuentes, por ejemplo), todo quedó finalmente en una anécdota.

Dos conclusiones sobre esta historia: 1. “No cuentes lo que no puedas contar. Pero delante de nadie. Ni fotos, ni vídeos. Y ten cuidado con lo que dices porque te pueden grabar en cualquier momento y puede llegar a todo el mundo a través de las Redes Sociales”. 2. Si puedes contar algo que sea informativo (que ayude a crecer al ser humano, como denunciar una injusticia), hazlo sabiendo a quién se lo cuentas, que es un profesional de los medios y que va a cuidar de la fuente de información (muchos reclaman atención de los medios y llaman a la puerta de los periodistas cuando pasan injusticias como los ataques a instituciones católicas por ser católicas).
Yo entiendo la profesión de periodista como servir al ser humano en su crecimiento en verdad y en libertad. Servir al bien del género humano informando, formando y entreteniendo, respetando a la verdad y a través de un fuerte sentido ético.
Por ejemplo, los periodistas somos necesarios para pedir cuentas a los gobernantes por sus actuaciones, para vigilar, investigar y saber si tienen conductas éticas o no (corrupción, por ejemplo), para corroborar que su trabajo hace un bien al ser humano o para contar lo que ocurre y que la gente sepa lo que pasa (como decía mi amigo Antonio, corresponsal de guerra que ha estado secuestrado). Al final, los “periodistas de profesión” hacemos lo que podemos.
Y aquí viene una pequeña historia enmarcada dentro de mi trabajo de periodista en un medio de comunicación histórico y de gran tradición.
“No te quedes solo en resultados deportivos”
Cubriendo este pasado verano los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro, llevaba en mi cabeza la frase de un buen amigo y compañero, también periodista, de “no te quedes solo con los resultados deportivos porque también vais a un país donde están pasando millones de cosas más y es importante que la gente sepa lo que hay allí”.
Me tocó cubrir la información de muchísimos deportes: tiro olímpico, taekwondo, hockey, rugby, baloncesto, golf, la final de fútbol en el estadio de Maracaná (Brasil–Alemania) o halterofilia contando la medalla de Lidia Valentín.

Pero también le propuse a mi jefe subir a una favela para conocer de primera mano una de las grandes realidades que hay en Río de Janeiro. A través de una amiga de la parroquia en mi casa, ella me puso en contacto con el grupo del Movimiento de Comunión y Liberación de Río de Janeiro. Ellos, en lo que llaman “Caritativa”, suben cada cierto tiempo a echar una mano con la gente de las favelas (les llevan algunas cestas de comida pero sobre todo van a relacionarse con ellos, a tener una amistad, a salir de sus “problemas” y de paso, si Dios quiere, llegar a tener un encuentro con Cristo).
Esos reportajes mostraban la realidad de Río de Janeiro y la vida de estas personas humildes (la gran mayoría son trabajadores sencillos que se sacan la vida adelante como pueden), los problemas que tienen alrededor como el tráfico de drogas, la violencia, son familias desestructuradas con madres que sacan a sus familias ellas solas (sin el padre), con mucha pobreza, en “círculos viciosos” con los jóvenes (tienen hijos con 10 o 12 años, no ven más salida que el tráfico de drogas, etc.), y el trabajo apostólico de estos matrimonios jóvenes de la “Caritativa” (especialmente Felicce y Rafaela, un italiano y una brasileña de Río que es trabajadora social y se conoce a la perfección todas las favelas). Eso también eran los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. El objetivo no es otro que conocer la realidad de estos lugares y servir a su crecimiento en libertad.
Intentando poner mi trabajo de comunicación al servicio de una cultura del encuentro, termino este artículo como empezaba aquellos reportajes (las claves): “Si el Corcovado es el corazón de Río de Janeiro, el otro corazón son las favelas”.