Por Raúl Tinajero Ramírez, director de la Subcomisión para la Juventud e Infancia, Conferencia Episcopal Española
Es posible que, todavía después de más de 30 años que llevan realizándose las Jornadas Mundiales de la Juventud, JMJ, nos podamos preguntar el porqué de esta iniciativa e incluso el para qué.
Es cierto que hay opiniones, no las mayoritarias, que se cuestionan las JMJ y lo que conlleva vivirlas para los jóvenes. A veces podemos caer en la tentación de mirarlas desde una perspectiva «adulta», desde una mirada más acomodada, desde una visión superficial muy propia de este mundo. Incluso las opiniones pueden partir de una mala experiencia personal o simplemente de no haber tenido la posibilidad de vivir una JMJ desde dentro y conocer lo que acaba generando en todos los sentidos, principalmente en la persona, en el joven, en la vida interior de todos los que han podido pasar por una de ellas; la experiencia de Iglesia; lo que supone para el país que la recibe…, en general, todo lo positivo que acaba ofreciendo un encuentro de tal magnitud y que es un soplo de aire fresco para el mundo de hoy.
Incluso en esta misma línea, habrá quien opine que pastoralmente la experiencia que supone para el joven vivir la JMJ, después al volver a casa se diluye en muchos casos, por no tener una comunidad viva de referencia, por no existir un acompañamiento adecuado o porque al volver a la realidad de cada día, lo vivido tan intensamente se acaba apagando.
Pues permitidme que aun respetando estas opiniones que se dan al respecto, y siendo consciente de las limitaciones que pueden darse en todas las JMJ, haga una apuesta real y efectiva por lo vivido en las JMJ: en otro tiempo como joven, después como sacerdote, y en las últimas jornadas como responsable en la coordinación y organización de la JMJ en cuanto a la participación española, y colaborando activamente con el Dicasterio romano encargado de la organización y unido también a las comisiones organizativas locales de cada país.
1.- La JMJ, allá donde se realiza, supone un verdadero esfuerzo de entrega, sacrificio, de donación de toda la Iglesia local que acoge. Podemos decir que, antes de que se llegue a los días propios de la JMJ, son muchos ya los frutos que se dan en el país acogedor y que reactiva las comunidades locales, fortalece el ser Iglesia y muestra un camino de esperanza.
2.- Todos los que trabajamos por y con la pastoral con jóvenes, sabemos que la JMJ no es ninguna meta final, pero sí es un momento fundamental para nuestras realidades pastorales. La pastoral con jóvenes no es una pastoral de eventos. Pero somos conscientes de que los eventos, y más una JMJ por la dimensión que tiene, suponen una gran oportunidad pastoral y un momento de verdadero impulso en la misión evangelizadora. Por ello es importante integrarla siempre dentro de un proceso conjunto de pastoral con jóvenes.
3.- Es un deber para la Iglesia —y la JMJ ayuda a ello— revitalizar, acercar y promover la persona de Jesucristo, su mensaje, su Evangelio entre los jóvenes, tanto en aquellos que tratan de vivir su fe, como en aquellos que, por distintos motivos, se han alejado de la Iglesia o quizá no lo conocen mostrando una Iglesia joven y viva, que camina, se preocupa y se divierte con el joven. Se trata de un momento de gracia para dar un verdadero testimonio de esperanza.
4.- Las JMJ se convierten en un «escaparate» de los avances que se dan en el trabajo pastoral con los jóvenes y que se convierten en referencia para llevarlo a las realidades concretas. Hemos de ser conscientes de que la pastoral con jóvenes siempre está en camino. Va unida a su identidad el hecho de que sea una pastoral en continuo cambio, siempre abierta a la creatividad, a la innovación. Son muchas las veces que utilizamos la expresión «ser punta de lanza», porque somos conscientes de que las primeras transformaciones, los primeros pasos en distintos ámbitos de la pastoral de la Iglesia, se dan en el trabajo con los jóvenes. No porque se los utilice como «conejillos de indias», sino porque ellos demandan —con su fuerza, con su buena «rebeldía»— pequeños pasos, pequeñas propuestas que nos van haciendo comprender y entender nuestra realidad con una visión siempre nueva y fresca.
5.- Las JMJ son una oportunidad de mostrar una Iglesia que acoge. La pastoral con jóvenes, en este momento actual que vivimos, tiene que ser un ejemplo de abrazo, de acogida. Nuestra tarea es la de mirar a los ojos, como nos enseña el Señor, con una mirada de amor, de abrazo, de vida, de esperanza. Y desde ahí construir. Construir con cimientos fuertes, arraigados en la verdadera vida, desde el descubrimiento del amor, desde el encuentro con Jesucristo. Una pastoral desde el Evangelio que nos invita a mirar con ternura a todos, a sanar corazones desde la escucha, el abrazo. Una pastoral que no sucumbe a las caídas, sino que siempre contempla, y a su vez muestra, el brazo extendido para volver a levantarse.
6.- Cuando se proyecta una acción pastoral con jóvenes, dentro de un proceso, se remarcan los objetivos generales: propiciar el encuentro personal con Jesucristo; facilitar la posibilidad de vivir su fe en una comunidad; ofrecer cauces y propuestas formativas; invitarlos a la corresponsabilidad; y acompañarlos en el discernimiento vocacional. Estas claves fundamentales para poder llevar adelante cualquier iniciativa y proyecto de pastoral con jóvenes son los objetivos generales de cualquier JMJ, que a su vez también tiene otros objetivos concretos, más particulares, algunos de ámbito universal y otros más propios de la Iglesia que recibe.
7.- La JMJ es un espacio y tiempo donde se concentran estos objetivos, aunque es cierto que el hecho de una participación tan masiva y vivirlo prácticamente en cinco días, conlleva una experiencia muy intensa para los jóvenes, los cuales valoran en una inmensa mayoría, que es un tiempo propicio para el encuentro personal y juntos con otros, con Cristo. Reconocen a una Iglesia cercana, viva, que camina a su lado, que ofrece propuestas claras y directas, con mensajes entendibles, que les ayudan a formarse y a tener criterio para su vida. Captan la llamada a ser protagonistas en la acción evangelizadora, a ser corresponsables en esta principal misión de la Iglesia, una llamada a vivir la caridad, la solidaridad con aquellos que sufren, con los que más necesitan. Acogen la tarea de ser acompañados en esta etapa donde es más necesario para el discernimiento vocacional.
8.- Es cierto que una vez finalizadas las jornadas los jóvenes vuelven a sus realidades concretas, y, como nos pasa en otras actividades no tan masivas, al volver no encuentran el ambiente, ni las posibilidades que han podido tener de manera tan intensa en los días de la JMJ. Es una de las grandes «asignaturas pendientes» que tenemos y que somos conscientes de ello, pero que las circunstancias propias del lugar, la propia vida de los jóvenes y el ambiente social en el que viven no posibilitan que todos puedan tener una experiencia continuada en todo lo vivido durante esos días.
9.-Sí está constatado que los países, quizá concretando mucho más, las diócesis donde se han vivido los DeD (Días en las Diócesis) y la JMJ, detallan que el trabajo pastoral realizado durante los años previos y durante los días propios del encuentro han marcado profundamente a todos los que participaron de una u otra manera.
10.- En concreto, esta JMJ de Lisboa supone el gran acontecimiento después de lo vivido en la pandemia y las consecuencias que ha tenido en el trabajo pastoral de cada realidad y que necesita de estos momentos, de estos eventos, para seguir en ese proceso de volver a una normalidad pastoral con los jóvenes, y romper con los «miedos» que en este tiempo de pandemia hayan podido aparecer a la hora de afrontar el reto de la evangelización con los jóvenes.
11.- Hay que destacar también que esta JMJ de Lisboa transcurre tras la finalización de proceso sinodal donde se abordó la realidad de la juventud, y aunque seguimos en un tiempo para ir aplicando todo lo escuchado y reflexionado, hemos de estar atentos a cómo se van aplicando, en esta JMJ, todas las aportaciones en el pre-sínodo en el documento Instrumentum laboris, documento final del sínodo, como, por supuesto, Christus vivit, la exhortación del papa Francisco que nos da luz en el camino de la pastoral con jóvenes en este momento en el que vivimos hoy.
12.- Estamos ante una nueva oportunidad, tras la vivida en Panamá, para poder reconocer el valor de la juventud, su importancia en las tareas evangelizadoras, la apuesta de la Iglesia por ofrecer un verdadero protagonismo a los jóvenes en todas sus realidades y por abogar por una Iglesia que, desde la escucha atenta, ofrece un camino de esperanza y vida, un propuesta comunicativa en un lenguaje entendible y cercano, donde los jóvenes puedan descubrir que ellos son Iglesia, que todos necesitamos sus aportaciones, sus propuestas, su creatividad, sus inquietudes y sobre todo su «frescura» a la hora de valorar la sociedad, el momento que vivimos, y desde ellos, partiendo del Evangelio y el magisterio, saber dar respuestas a los grandes interrogantes que se nos plantean en este siglo XXI.
13.- Es importante destacar que uno de los efectos que produce el vivir una JMJ, tras el contacto directo de los jóvenes con la Iglesia, sintiéndose parte principal, protagonistas en las tareas evangelizadoras, es una mayor apertura a plantearse todo lo referente al discernimiento vocacional de una manera más madura, a plantearse la necesidad de tener un acompañamiento que los ayude a poder comprender lo vivido tan intensamente.
14.- El deseado fruto de la Jornada Mundial, o de cualquiera de los encuentros que realizamos, es que, tras vivir estos días intensos, nazcan grupos de jóvenes en todas las comunidades que rejuvenezcan nuestra Iglesia, que se sientan miembros activos y protagonistas en la corresponsabilidad de ser testigos de esperanza, de evangelizar, de mostrar a Cristo. Jóvenes que reconozcan al Dios vivo que los invita a alcanzar lo eterno, que en Cristo encuentran el alimento para seguir adelante, porque en él está la raíz, la roca sobre la que edificar con la seguridad de que no se derrumbará. Jóvenes que, confiando plenamente en él, alcanzarán a beber de la fuente de la que mana el agua viva que sacia nuestro deseo innato y verdadero de vivir la auténtica felicidad.
15.- Los jóvenes demandan, para poder seguir siendo protagonistas tras la experiencia vivida en la JMJ: una pastoral basada en la escucha atenta y en la comprensión de la realidad que viven; una pastoral dinámica que no se contente con lo que está proponiendo y esté abierta a lo nuevo; potenciar una pastoral de la fe; fomentar una pastoral más relacional; entender el acompañamiento como una misión importante y fundamental; un acompañamiento en el discernimiento vocacional; una mayor coordinación, de trabajo en red y más propuestas de comunión.
16.- Este sería nuestro reto: que los jóvenes se conviertan en los verdaderos testigos del Amor allí donde estén, donde trabajen, estudien, vivan… Un reto lleno de ilusión, comprometido, pero esperanzador, pues ser testigos del Señor supone sembrar esperanza. ¿Cuál es el motivo de nuestra esperanza? ¿En qué nos basamos para poder vivir desde esa esperanza?