Proyecto Laudato si’

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Proyecto Lautado si'
Proyecto Lautado si'

Por Alberto de la Peña

Este año, respondiendo a la encíclica del Papa, los juveniles de la Milicia de Santa María hemos decidido plantear un proyecto nuevo. Siguiendo las iniciativas del papa Francisco, lo hemos llamado Laudato si’, como no podría ser de otra manera.

Cada año tenemos una temática distinta en el campamento, en las actividades regulares y en las convivencias del curso y este año, el Laudato si’, vertebrará todas ellas. La única excepción es el encuentro de oración que realizamos en Dueñas (Palencia). Es una actividad, destinada a los juveniles, que nos prepara para los Ejercicios Espirituales ignacianos.

Además de las convivencias planteadas (Navidad, Semana Santa, etc.) realizaremos actividades complementarias, al menos una al mes, en las que saldremos y tomaremos pleno contacto con la naturaleza, consiguiendo con ello aprender a orar y a encontrar a Dios en ella, en su creación.

Sin duda, uno de los carismas de la Milicia es la alabanza y conocimiento de Dios a través de la naturaleza, en la “casa común” según el papa Francisco en su encíclica. Este nuevo proyecto es una oportunidad sensacional para nosotros, los jóvenes de hoy en día tan acostumbrados al ruido y al ajetreo de la vida cotidiana, para descubrir lugares en los que desconectar de la rutina y para familiarizarnos con el silencio y con un entretenimiento sano, saludable y, por descontado, divertido.

Las convivencias que se organizarán este año estarán de igual manera cimentadas en este prometedor proyecto que ha generado grandes expectativas en todos nosotros, los juveniles de la Milicia de Santa María. En los círculos semanales también trataremos y trabajaremos en profundidad este tema.

En la primera salida que hicimos viajamos a las cuevas de Orbaneja del Castillo, en Burgos. Fue un “segundo asalto”, puesto que ya las habíamos visitado dos años atrás. Y allí que nos fuimos el mes pasado equipados con nuestras linternas, cascos y, sobre todo, mucho empeño y ganas. Se mascaba entre nosotros la expectación y los nervios que teníamos por alcanzar el final de la gruta. Para mí, el fin de semana tuvo un incentivo más: me acompañaba un amigo que quería conocer el grupo y pensó que sería una buena oportunidad para hacerlo.

Tras el largo viaje en furgoneta, nos reunimos en Orbaneja con militantes de Burgos y de Valladolid que habían venido con nosotros a disfrutar de la experiencia. Una vez todos preparados, ascendimos por una pequeña colina hasta llegar a la boca de la cavidad, un tanto recóndita.

Entramos a la gruta por una grieta en el suelo, realizando un tramo arrastras que desembocaba directamente en el interior de la montaña. Caminamos casi dos horas hasta llegar a una zona difícilmente accesible en la que había que cruzar un río subterráneo por encima, teniendo como único apoyo una cuerda de escalada. Con la ayuda de los educadores y alguna que otra pierna que acabó en remojo, conseguimos continuar nuestra aventura.

Llegamos al cabo de cinco minutos a una parte más elevada y escarpada respecto al nivel del agua, en la que las zonas rocosas se estrechaban y las paredes se cerraban angostas y se curvaban terminando en un techo abovedado.

Descubrimos unas curiosas huellas en la fina arena que formaba la base del río subterráneo, lo que indicaba que alguien había continuado por agua su travesía.

Llegados a este punto, hubo división de opiniones: continuar la expedición por pequeños torrentes, o regresar. Los educadores decidieron que lo mejor sería regresar al exterior, pero antes decidimos poner en práctica una de nuestras ideas para cumplir la aspiración que traíamos: un ratito de silencio de no más de diez minutos, un rato que pretendíamos fuese mágico, especial.

Nuestra meta era conseguir un silencio total, ese silencio que no se consigue en ningún sitio; un silencio absoluto, en el que empezasen a pitarte los oídos. Un auténtico momento de comunión entre todos nuestros corazones, abiertos al Padre, con un profundo anhelo de ser empapados por el fuego de su amor, de ser seducido por la calidez de su mirada, de sentirnos amados, protegidos.

En la cueva no había sonido alguno, por lo que resultó fácil conseguirlo. Una vez terminados los instantes de oración, dimos media vuelta y caminamos hasta la grieta de salida. Al irnos acercando a la oquedad exterior, el aire que se respiraba resultaba extraño. Necesitábamos la luz, pero estábamos pletóricos porque habíamos conseguido nuestro objetivo y nos sentíamos felices y plenos.

Volvimos en los coches a Burgos, donde nos alojamos en el hotel Ciudad de Burgos que, generosamente, nos acogió con mucho cariño.

Al día siguiente, domingo, compartimos la Eucaristía con los monjes de la Cartuja. Visitamos el monasterio y pudimos disfrutar de sus obras de arte. Y concluir con un coloquio en el que nos planteamos cómo también nosotros podíamos ser creadores como lo era Dios. Una buena reflexión sobre aquellas cosas con las que somos buenos y cómo hemos de hacerlas.

Fue un fin de semana inolvidable, como promete ser este proyecto Laudato si’, que nos llevará en próximas salidas a lo más profundo de Soria, a su laguna Negra o al frío de la nieve en la sierra de Madrid, al circo glaciar de Gredos, a los acantilados del Atlántico y muchos lugares más donde poder encontrar a Dios a través de su creación

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