Secuelas de una maternidad destruida

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Quizás si Chrétien de Troyes en el año de 1190 hubiera conocido el texto de La nueva Ley de Salud Sexual y reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, conocida como Ley del Aborto, cómo iba a escribir el audaz inicio de su poema «Perceval», con razón considerado como una de las grandes novelas («román’) de caballería dentro del ciclo del Rey Artus. Aunque tengamos el corazón podrido y la razón desnortada, nosotros somos tan modernos que ¿por qué no nos hemos de atrever a destruir la misma naturaleza humana hasta matar a un hijo libremente como un derecho y no como un horrendo crimen de la maternidad y de la paternidad?

Chrétien de Troyes, gracias a Dios, está claro que no era un hijo de la modernidad, por eso el comienzo de su narración no puede ser más admirable. La madre de Perceval (Parsifal para los alemanes), ha perdido a su marido a causa de las heridas recibidas en la guerra y a sus dos hijos mayores en combate entre caballeros. Ha decidido borrar, de su entorno, la memoria del mundo de las armas y educar a su hijo menor, él único que le vive, alejado del mundo cortesano, entusiasmándolo por la bellísima floresta solitaria y enseñándole el cuidado y cultivo de sus tierras, entre campesinos leales.

Todos la conocen y la llaman la «Dama Viuda», pero ella sabe que el fundamento de su maternidad no es engendrar hijos para la violencia ni tener un marido para guerrear. Sus entrañas engendran para la vida como razón de ser más profunda de su feminidad. Mujer o maternidad. Esposa no viuda, por muy dama que se le reconozca.

Por más empeño que puso, un día, Perceval, todavía adolescente, se encuentra con cinco caballeros en medio del bosque, tan resplandecientes por sus armaduras y tan hermosos por sus penachos, caballos y armas, que los confunde primero con Dios, y luego con los ángeles. Al oír la respuesta de que son caballeros, acude a su madre y la acusa de haberle engañado. La Dama Viuda se estremece. Todas sus cautelas han servido de poco.

Al confesarle que quiere ser caballero, la madre le anuncia que eso significará su muerte. A ninguna razón atiende el hijo. Por más que la madre lo viste como un lugareño y no como aspirante a la caballería, el hijo parte de la aldea sin ninguna vacilación, ni siquiera cuando observa que en el puente hasta el que le ha acompañado, la madre ha caído desmayada. Más tarde conocerá que en aquel momento murió la madre. Ese será el pecado por el que Perceval no puede resolver el enigma del Santo Grial.

No se trata de un suceso melodramático. Chrétien de Troyes representa constantemente referentes simbólicos. La maternidad es inherente a la feminidad, física o espiritualmente. Sobrevivir como la eterna Dama Viuda no tiene sentido. La desaparición del hijo deja, simbólicamente, sin razón de ser a la madre. No busquéis realismo ni apliquéis claves psicológicas. En todo caso relacionar esta escena con la generosidad de María y os ayudará a comprender su dolor.

Como referente positivo de esa feminidad gozosa os selecciono una exultante maternidad, luminosa y esplendente, transfigurada en un rotundo círculo vital entre la madre y el hijito mamando. He aquí una mujer. He aquí una madre. Se lo debemos a Ricard Canals, uno más de la pléyade de pintores asombrosos que dio Cataluña a finales del siglo XIX y principios del XX. Amigo de Nonell, íntimo de Picasso, como referencia. Vale la pena conocer su obra.

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