Por Mar Carranza
Con motivo del año jubilar de santa Teresa de Lisieux, Bienvenido Gazapo expuso en el Aula Familiar Tomas Morales el tema «Subir bajando». La espiritualidad de las manos vacías en santa Teresa de Lisieux y en Abelardo de Armas[1]. Es una reflexión sobre el paralelismo entre la doctrina hecha vida de la gran maestra de la confianza y Abelardo de Armas, apóstol de la misericordia. Entrevistamos al autor.
¿Por qué comparas a santa Teresita y Abelardo?
Porque la experiencia espiritual de Teresita y de Abelardo me parecen confluentes en muchos aspectos. En Abelardo, se perciben dos etapas, separadas por el año 1980. Durante la primera, Abelardo fue un hombre de acción apostólica arrolladora entre los jóvenes. En la segunda, tras la gracia recibida precisamente en un convento de madres carmelitas, Abelardo comenzará a comunicarnos la espiritualidad del «subir bajando», con las «manos vacías», en la que se perciben inmensas resonancias de santa Teresa del Niño Jesús.
«Subir bajando» ¿Por qué este título?
Tiene un ritmo montañero, pero es una afirmación equívoca porque en la montaña se sube subiendo y se baja bajando. En el orden espiritual las cosas son distintas, aunque nos cueste aceptarlo. Esta es la espiritualidad de Abelardo. Supo hacer de ella no sólo un camino hacia Dios sino un estilo de vida y de relación con los demás.
¿Cuáles son las claves fundamentales de esta espiritualidad?
Es un encuentro de extremos aparentemente contradictorios pero complementarios: «Subir bajando» fue para Abelardo una actitud espiritual de aceptación de sí mismo, con todas sus limitaciones y a la vez una actitud permanente de lucha y superación personal en un estilo de vida exigente, modélico para los jóvenes a los que educó con su vida. Supone un equilibrio difícil entre un espiritualismo que negara el valor de la acción del hombre y un voluntarismo que la afirmara en exceso.
¿Puedes explicarnos esto?
Abelardo fue un hombre de Dios, pero no un espiritualista. Muy realista, conoció la grandeza y pequeñez humanas. Como educador, supo adaptarse a los jóvenes, «aunando la firmeza y la exigencia con la comprensión y el afecto»[2]. Valoró mucho el esfuerzo personal, la corrección, etc., sin caer en el voluntarismo (hacer todo confiando en el esfuerzo personal), porque supo dejarse hacer por un Dios que es misericordia. Escribe: «[…] la lucha, el esfuerzo constante y diario en el dominio de nosotros mismos, tropieza con el rechazo a esa forma de vivir dentro y fuera de nosotros mismos […]. La incapacidad que sentimos se hace penosa. Es entonces cuando acude en nuestra ayuda la llamada “mística de las miserias”. Por ella, esa voluntad fuerte que deseamos formar se hace al tiempo dócil y humilde»[3].
De esta espiritualidad, se dice que tiene «tronco ignaciano y savia carmelitana» ¿Qué quiere decir esta afirmación?
Es el venerable P. Morales quien la emplea al referirse al estilo de vida de los cruzados de Santa María: «tronco» es estabilidad y firmeza, «savia» es vida.
El «tronco ignaciano» supone el «conocimiento interno» de Jesucristo (un conocimiento de amor, más que intelectivo) y la respuesta a la llamada que resuena insistente en las meditaciones de la segunda semana de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, de los que Abelardo se hizo un experto transmisor (se calcula que dio alrededor de 200 tandas): «¡Venir conmigo!» «Estar bajo la bandera de Cristo», que consiste en: «Traerlos, primero a summa pobreza spiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual» (EE., 146). ¡Estas son las manos vacías!
Y aquí se integra la llamada «savia carmelitana», un estilo de vida familiar, de acogida, de entrega silenciosa, de sencillez… Abelardo se alimentó permanentemente de esta espiritualidad del Carmelo, que revitaliza el «tronco ignaciano».
¿Por qué Teresita?
Abelardo fue un seguidor de la doctrina de los grandes místicos españoles y también de santa Teresita, haciendo vida propia la doctrina de la «manos vacías» de la santa carmelita. Pero hubo un momento en que vivió una experiencia límite que iluminó el resto de su vida. Fue una mañana de febrero de 1981 en un pequeño convento carmelitano. En el momento de la acción de gracias de la misa, «[…] ver mi nada en el momento de nacer. […] Y deseé morir como nací. Nacer a la vida eterna como a la temporal. […]. Por pura gracia y con las manos vacías»[4].
¿Cuánto hay de santa Teresita en Abelardo?
Invito a meditar estos textos:
Teresita escribe: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuentas de mis obras»[5].
Abelardo: «[…] deseé morir como nací. […] Si el ser se me dio gratis y la gracia del bautismo sin merecimiento alguno, así en la plenitud de mi nada deseo entrar […] en el regazo del Padre. Por pura gracia y con las manos vacías»[6].
Teresita afirma: «Tengo debilidades, pero me alegro de ellas […]. Es tan dulce sentirse débil y pequeño»[7].
Abelardo confiesa: «No tengo ningún acto de virtud […]. Quiero que mi única virtud sea la confianza que nace de la virtud de Él […]».
¿Qué aconsejas a las personas que lean estas líneas?
Lo que nos aconseja Abelardo:
«Señor, ¡haznos apóstoles de tu misericordia! […]. Porque, de todos tus atributos, Señor, es el que más sabe de tu esencia, que eres amor.
[…] Que yo sea apóstol de tu misericordia por la fe. Porque estoy viendo tu infinita misericordia para conmigo. Y de ahí nace el […] ir acercando a los hombres, metidos entre ellos, como uno entre ellos. No sintiéndome redentor, sino sintiéndome miserable»[8].
[1] El texto completo de esta conferencia puede encontrarse en Subir bajando.
[2] J. del Hoyo, Santidad educadora, p. 22.
[3] «Impresiones» 4-5.06.1988; marcha al Alto de los Leones (Santidad educadora, p.193).
[4] A. de Armas, circular inédita a los cruzados (25.02.1981).
[5] Santa Teresa de Lisieux, «Ofrenda al Amor misericordioso» (Oraciones, 6).
[6] A. de Armas, circular inédita a los cruzados (25.02.1981).
[7] Cuaderno amarillo, 05.07.1897.
[8] A. de Armas, retiro 25 abril 1982.