Subir bajando, nuestra esperanza

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Santa Teresa de Lisieux
Santa Teresa de Lisieux

«Queréis subir una montaña y Dios quiere haceros bajar al fondo de un valle estéril».

(Sta. Teresita)

Corría el año 1896 (faltaba un año para su muerte). Teresita está en la plenitud de santidad, aunque en noche oscura. María del Sagrado Corazón, su hermana mayor y su madrina, que era carmelita en el mismo convento, le pidió que le manifestara el camino de la infancia espiritual. Teresita le remitió el manuscrito B de Historia de un alma, dedicándoselo. En él aparece un párrafo sorprendente:

¡El martirio! He aquí el sueño de mi juventud […]. Pero siento que también este sueño es una locura mía, pues no podría limitarme a desear un solo género de martirio […]. Para satisfacerme, desearía padecerlos todos[1].

María le respondió con unas líneas llenas de admiración en las que le dice que está poseída por el amor de Dios, que «todo eso es hermoso, pero no es para mí». La misma respuesta que hubiéramos dado cada uno de nosotros. Teresita comprendió su «error» y se apresuró a aclarar las cosas. Le escribe:

¿Cómo podéis preguntarme si os es posible amar a Dios como yo le amo? […] Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón […] Sé que no es esto, en manera alguna, lo que agrada a Dios en mi pequeña alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia[2].

Agradecemos a María su sinceridad y a Teresita su respuesta inmortal.

Su hermana Celina (sor Genoveva de la Santa Faz), que había ingresado en el Carmelo años después que Teresa, tras la muerte de su padre, amaba tiernamente a su hermana pequeña, que ahora era su formadora en el convento, además de su confidente. Celina entendía, como nosotros, el «caminito» propuesto por su hermana, pero le costaba asumirlo vivencialmente. Un día le confesó con admiración: «¡Cómo me gustaría ofrecerle a Dios vuestra delicadeza!». Teresa le respondió: «Dad gracias a Dios de estar sin delicadeza».

Gracias, Teresa, por esa advertencia que nos sorprende.

En otra ocasión, cuando Teresa la animaba a unirse a Dios, precisamente desde su pobreza, Celina le comentó con cierto desánimo: «¡Cuando pienso en todo lo que tengo que adquirir! …» Teresa le respondió inmediatamente: «Mejor dirás que perder».

¡Ganar perdiendo!

Teresa no se cansaba de repetir a sus novicias que lo que le agrada a Dios de nosotros no son nuestras virtudes, sino nuestra pobreza. Le dice a Celina:

Queréis subir una montaña y Dios quiere haceros bajar al fondo de un valle estéril donde aprenderéis el desprecio de vos misma.

Y explica a su hermana:

Tengo debilidades, pero me alegro de ellas […] por ejemplo, me da rabia una tontería que haya dicho o hecho. Entonces entro en mí misma y me digo: ¡Ay!, estoy en el mismo sitio que antes. Me digo esto con gran dulzura y sin tristeza. Es tan dulce sentirse débil y pequeño[3].

¡Subir bajando!

Estas enseñanzas de santa Teresita son para nosotros, hombres y mujeres de las prisas, de la eficacia y de las frustraciones, de la autosuficiencia y de la ansiedad…, gente pobre y vacilante, que a veces deseamos amar bien, sin conseguirlo, y nos desalentamos sin advertir que este (¡exactamente este!) es el momento esperado por Dios, para que nos abramos a él y le entreguemos nuestras miserias, que arrebatan el corazón misericordioso de Dios. Teresita nos anima a abrazarnos a esta debilidad:

Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase con confianza total a tu misericordia infinita[4].

Volvamos a la carta que escribió Teresita a su hermana María. Es monumental:

Comprended que para amar a Jesús […] cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, tanto más cerca se está de las operaciones de este amor consumidor y transformante […]. Pero es necesario consentir en ser siempre pobres y sin fuerzas y he ahí lo difícil […]. Permanezcamos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada. Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a buscarnos por lejos que estemos […]. La confianza y nada más que la confianza es la que debe conducirnos al amor[5].

Abelardo, discípulo de Teresa de Lisieux, tampoco se cansaba de exhortarnos:

Necesitamos que Jesús nos vacíe de nosotros mismos. Un alma no se agarra a la confianza total y absoluta en Dios hasta que no queda desposeída de sí misma. Es la infancia espiritual […] hacer por virtud lo que el niño hace por instinto. El niño, por instinto, se abandona plenamente en sus padres… Refúgiate en tu incapacidad de niño, en tu miseria de niño[6].

Incluso nos lo recordaba en las letras de sus canciones montañeras:

No te canses de ver en la altura, modelo y figura, tu meta a alcanzar. Pero piensa que bajando se suben las cumbres más altas que existen que son de humildad (Canción Montañero).

Nunca mires a la altura, mira siempre más abajo. Busca el último lugar, es este un duro trabajo, pero es el mejor atajo para a la cumbre bajar. Y aunque parezca locura, buscar la cumbre en lo hondo, y renunciar a la altura, fue la cruz pozo sin fondo al que Jesús descendió (Canción La cumbre está más abajo).

Teresa de Lisieux, experta guía de montañeros del espíritu nos abre la puerta de la esperanza. Que ella nos acompañe en este subir bajando por las veredas pedregosas de la vida.


[1] Historia de un alma, IX [3 rº].

[2] Carta 17.09.1896.

[3] Cuaderno amarillo, 5-7.

[4] Historia de un alma, IX, 5 vº.

[5] Carta 17.09.1896.

[6] Retiro espiritual, mayo 1985. Texto inédito.

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