Es 9 de abril de 1888. Teresa acaba de ingresar en el carmelo de Lisieux. Tiene 15 años. Comienza una etapa en la que irá desplegando su grandeza humana y espiritual. Reflexionamos en esta ocasión sobre un aspecto poco conocido de su vida: el de acompañante espiritual. Una magnífica coach a lo divino.
En la escuela del sufrimiento
Ingresó en el Carmelo de manera excepcional, pues no tenía la edad reglamentaria. Aunque obtuvo el permiso de su padre, todos los demás se opusieron categóricamente a la pretensión de esta chiquilla. No surtió efecto la carta dirigida al obispo ni la súplica personal ante el papa León XIII a quien visitó en peregrinación con su padre y Celina. El santo padre, tras escucharla, la despidió con una breve frase: «Si Dios lo quiere, entrará»[1]. En efecto, un mes más tarde, a finales del año 1887, el obispo de Bayeux concedía la deseada autorización: ¡La fortuna ayuda a los audaces!
El carmelo de Lisieux estaba formado por una veintena de religiosas, gobernadas por su priora, la madre María de Gonzaga, de carácter difícil. La comunidad estaba tocada de cierto jansenismo[2], manifestado en el rigorismo y predominio del miedo a un Dios justiciero. Un ámbito espiritual opuesto al de Teresa que vio siempre a Dios como padre.
Complicaba las cosas el que casi la quinta parte de la comunidad estaba formada por las cuatro hermanas Martín: Paulina, María, Celina y Teresa. En el convento se percibía por parte de algunas, cierta prevención contra ellas, que destacaban por sus cualidades humanas y formación. En este ambiente, Teresa se batirá como una atleta en el dominio de sus afectos, tanto viviendo la caridad, amando a todas (incluso a las más indiscretas e insoportables), como liberando su corazón del afecto natural que profesaba a sus hermanas.
Escribe Teresa al respecto:
«¡Las ilusiones! Dios me dio la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Encontré la vida religiosa tal como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañó. Y sin embargo […] mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas […]. Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me arrojé a ellos con amor»[3].
Así se fue horneando esta maestra de vida.
Orientadora de espíritus
En 1893 fue elegida priora la madre Inés de Jesús (su hermana Paulina). La madre Gonzaga no encajó bien este golpe. Consciente de esto, la nueva priora encomendó a la madre Gonzaga la atención de las novicias, pero conociendo la forma de ser de ésta, nombró a Teresa como su ayudante. Fue una solución providencial para las novicias. En estos años, Teresa desplegó con sencillez y prudencia sus dotes de educadora.
Veamos algunas de sus líneas de actuación educativa, que pueden ayudarnos:
1. Educadora desde la realidad de la vida. «Para ella —escribe J. Lafrance— la existencia cotidiana es el telón de fondo sobre el cual Dios pinta el rostro del hombre […]. Al permitir a las novicias expresarse en verdad sobre la totalidad de su existencia, Teresa quiere ayudarles a descifrar la llamada que el Señor les dirige hoy, a través del acontecimiento y del momento presente»[4]. Les ayudará a discernir para descubrir las «mociones» interiores, sus virtudes y defectos para corregirlos, o para aceptarlos con realismo como participación de la cruz.
2. Se adapta a cada persona. Acogerá al otro desde la relación que el otro quiera establecer con ella. Desde esta perspectiva intentó adaptarse a sus novicias, que no eran fáciles: una de ellas, áspera en el trato; otra, desconfiada; una tercera, infantil e inestable; una cuarta, escrupulosa. Solamente su hermana Celina manifestaba madurez para un diálogo educativo, pero era su hermana carnal. Ninguna de ellas (salvo Celina) le puso fácil la apertura en la confidencia. Y Teresa constata que «algunas (almas) están enfermas, muchas son débiles, todas sufren. ¡Qué ternura deberíamos usar con ellas!»[5]. Y concluye:
«Es imposible obrar con todas de la misma manera. Con ciertas almas veo la necesidad de hacerme pequeña […] confesando mis luchas, mis derrotas […]. Con otras, por el contrario, veo que, para hacerles bien, es necesaria una gran firmeza y no retractarse nunca de una cosa dicha»[6].
3. Acompaña y dialoga. Se relaciona con las novicias de igual a igual. Habla con ellas de sus cosas, facilitando que le digan todo lo que sienten. «Esto resulta más fácil conmigo, pues no me deben el respeto que se guarda a una maestra»[7]. Escucha con gran paciencia y en silencio. Una de sus novicias dirá: «nunca la vi contestar de manera impaciente en lo más mínimo […]. Era siempre tranquila y dulce»[8]. Abierta siempre a la confianza, nunca impuso desde fuera criterios propios de conducta: «Se comprueba que es absolutamente necesario […] renunciar a las propias ideas y guiar a las almas por el camino que Jesús les ha trazado, sin pretender hacerlas ir por el nuestro»[9].
4. Vive lo que exige. «En el cumplimiento de mi misión, he aprendido mucho. Sobre todo, me he visto obligada a practicar yo misma lo que enseñaba a las demás»[10]. Lo confirma una de sus novicias: «hacía todo lo que decía y esto animaba a imitarla». «No daba nunca un consejo que no lo cumpliese perfectamente ella misma».
Conclusión
La gran misión de Teresa fue «hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito» (Cuaderno amarillo). Un caminito realista, de escucha, de coherencia y de diálogo. Se advierte la fuerza de Dios en la naturaleza frágil de esta mujer extraordinaria. Si nos comparamos con ella corremos el peligro de desanimarnos: ¡Cuanta impaciencia, egoísmo y tozudez mostramos, a veces, en la educación de nuestros jóvenes! Pero, mirando nuestra pequeñez, pedimos al Señor la gracia de la confianza y acogemos desde ahora a santa Teresita como nuestra guía espiritual.
[1] Carta a Paulina (nº 36, 20.11.1887).
[2] El jansenismo fue un movimiento religioso iniciado por el obispo Jansenio (1585-1638), que gozó de popularidad en Europa durante los siglos XVIII y XIX. Fue condenado como herético por la Iglesia católica por enfatizar la depravación humana, la predestinación y el rigorismo moral.
[3] Historia de un alma, c. VII.
[4] Teresa de Lisieux, guía de almas, Ed. de Espiritualidad, Madrid 19972, p.112.
[5] “Consejos y recuerdos” IV, 7.
[6] Historia de un alma, c. XI, 23 vº.
[7] Id., c. XI, 26 vº.
[8] «Consejos y recuerdos», I, 7.
[9] Historia de un alma, c. XI, 22 vº.
[10] Id., C. XI, 19 rº.