Transformación ideológica subliminar

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La contemplación de la obra del joven pintor ucraniano Oleg Shuplyak (nacido en 1967) me ha suscitado indirectamente asunto tan peligroso como el de la manipulación del ser humano por el uso sutil del lenguaje o el empleo torticero del mundo de la comunicación. El mensaje del artista es inocuo. Su dominio del dibujo y de la pintura en la escuela de Dalí, le permite presentarnos dos cuadros en uno. Normalmente, un paisaje es al mismo tiempo el retrato de un personaje conocido o viceversa. Son cuadros dobles. Un paisaje se convierte en retrato de personajes anónimos o conocidos como Vincent van Gogh, Sigmund Freud, Dalí o John Lennon, etc.

A mí no me gusta. Admiro la habilidad técnica, pero el contenido se me reduce a simple juego como el que en la forma de las nubes descubre los más exóticos animales o personajes mitológicos como ejercicio de la fantasía. Todo lo más tendría como mensaje que los sentidos nos pueden engañar, que una cosa es la apariencia y otra la realidad y, en una cultura relativista, sería echar leña al fuego. El arte es algo más que dominio técnico o simple juego. Las obras que he visto, aun empleando la misma técnica, no tienen nada que ver con ese descubrir la verdad por ejemplo, de la muerte en la escena de una joven acicalándose ante un espejo. Aquí no hay verdad, sino juego. Por analogía, sin embargo, me lleva a otra reflexión.

Una de las amenazas más poderosas de nuestro tiempo contra la libertad del ser humano es la existencia de medios sofisticados en manos de gente sin escrúpulos que pueden incidir en el espacio más íntimo de la conciencia hasta conseguir modificar la conducta. No me cansaré de recordar las palabras proféticas de san Juan Pablo II, en el apartado “Fuentes de inquietud”, dentro de la encíclica Dives in misericordia, en continuidad con la visión descrita en la Gaudium et spes, “Así pues, junto a la conciencia de la amenaza biológica, crece la conciencia de otra amenaza, que destruye aún más lo que es esencialmente humano, lo que está en conexión íntima con la dignidad de la persona, con su derecho a la verdad y a la libertad […] Está lleno de amenazas dirigidas contra la libertad humana, la conciencia y la religión, explica la inquietud a la que está sujeto el hombre contemporáneo”. No se trata de una visión pesimista, ni de hablar por hablar. Está en peligro nuestra identidad.

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