Por Dan Emilio González
Un evento como la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) requiere de mucha preparación. La Milicia de Santa María empezó a planificar y estudiar opciones para participar en Lisboa desde un año antes: ir con alguna diócesis, apuntarse directamente con la Conferencia Episcopal (CEE), etc. Finalmente, esta última fue la opción elegida. La ventaja, mayor autonomía para marcar los ritmos que viéramos adecuados para nuestro grupo de participantes, pues lo único que nos iba a ofrecer era la gestión del alojamiento y de coordinación con la organización central con la JMJ. La desventaja, contar con un interlocutor que atiende a un grupo muy amplio de personas (hasta 30.000 jóvenes se han apuntado con la CEE a la JMJ Lisboa) y de realidades eclesiales.
La inscripción directa con la CEE también ha supuesto una colaboración más estrecha con los mecanismos que tiene su delegación de juventud para coordinar los diversos movimientos de pastoral juvenil de España. En las reuniones dirigidas específicamente a tratar cuestiones sobre la JMJ aparecían otras iniciativas de la CEE y, viceversa, en otras reuniones de temáticas más abarcantes hemos recibido datos e información que nos ha ayudado a seguir preparando la JMJ.
Había, por tanto, que decidir el plan entre las múltiples opciones que ofrece la organización de la JMJ: solo fin de semana o toda la semana de la JMJ, ¿nos interesa llegar un día antes o quedarnos un día más?, ¿vamos a los Días en las Diócesis previos a la JMJ? Desde el principio quisimos ofertar, además de la semana propiamente de JMJ, un par de días de reposo y recogida para poder asimilar como militantes, lejos ya del ruido y las multitudes, todo lo vivido. Así que ahora tocaba buscar el mejor lugar: en Portugal junto al mar, o en una zona más conocida para nosotros y más cerca de nuestros lugares de origen. Al no encontrar ninguna posibilidad convincente en nuestro país vecino, optamos por lo segundo.
Todos estos procesos son lentos y titubeantes, sobre todo al principio. Hay decisiones tomadas que hay que revisar porque dejan de ser posibles, o recibimos información nueva o nos damos cuenta de un aspecto inadvertido. También porque los canales de información al principio no están afinados y nos cuesta tener claro el marco que nos exige la CEE. Todo ello hizo que se publicitara la información más tarde de lo que hubiéramos deseado. Y a contrarreloj. La información salió justo en Navidad (después de cuatro meses incubándola) y teníamos apenas un mes para el primer plazo de inscripción. No era el definitivo pero sí muy importante para hacer una previsión de grupo y poder comenzar otros trámites de gestión de la actividad. Fueron semanas de mucho ajetreo recabando más datos que dar a los padres y prepararles para el segundo plazo que nos ponía la CEE, prácticamente un mes después del primero.
Así que llegó marzo y teníamos el grupo casi completo. Era el momento de ir preparando el número final de participantes y definir los factores limitantes con los que contábamos: número de educadores, vehículos disponibles para hacer el viaje, etc. La comunicación con la CEE se hacía más fluida con correos y reuniones, aunque no estuvo exenta de algún malentendido que hubo que ir resolviendo.
El siguiente momento clave fue abril, el mes de despejar las dudas. Los dudosos tenían que tomar una resolución y se estableció una lista de espera. Había que informar adecuadamente a las familias que se incorporaban justo en ese momento lo cual sirvió para actualizar la información para el resto. Sabiendo esperar los ritmos de las personas involucradas, aunque gestionando también la premura de la situación, pues desde la organización nos pedían que cuanto antes cerráramos el grupo porque así sería más fácil organizar nuestra estancia en Lisboa.
Justo en medio de estas gestiones participamos en la reunión en la que se nos informaban de los primeros detalles concretos de la JMJ que nos permitían empezar a organizar el contenido de la actividad. Esa reunión nos obligó también a cambiar unos cuantas de nuestras previsiones iniciales como la hora de salida hacia Lisboa y nos permitió terminar de concretar la parte más «técnica» de la actividad: horarios y planificaciones de desplazamientos.
Ya quedaba poco tiempo así y teníamos el equipo prácticamente definido, de modo que era el momento de distribuir tareas y ponernos a preparar la actividad, para que no fuéramos consumidores pasivos sino peregrinos a Lisboa. Quizá el reto mayor que nos planteamos fue el de asumir la coordinación y la música de las catequesis de las mañanas. La organización de la JMJ pedía a los grupos participantes que nos ofreciéramos para realizar ese servicio. Nuestro coordinador musical tenía sus dudas, pero nos lanzamos porque a nadar se aprende lanzándose al agua. Y esa era la aportación que podíamos hacer como jóvenes a esta JMJ.
Quedamos ya con los motores preparados, con los ánimos encendidos y el corazón bien dispuesto gracias al Campamento, solo queda ¡aprovechar!