Se cumplen en este mes de octubre 25 años del fallecimiento del venerable P. Tomás Morales. Ofrecemos a nuestros lectores con esta ocasión algunas reflexiones que hizo sobre la mujer, al hilo de la Sagrada Escritura. En ellas, con su estilo inconfundible, manifiesta una profunda admiración por el genio femenino y su aportación a la vida de la Iglesia y del mundo.
No podía, pues, Jesús descartar a la mujer […]. El encuentro con la samaritana es decisivo para entenderlo. Tiene trascendencia universal.
Es la hora del mediodía (Jn 4,6), pero también es momento estelar en la historia de la mujer y en la propagación del Evangelio. Tiene alcance cósmico en el universo de las almas. Desde que fluía la fuente del pozo de Jacob, ningún profeta había sostenido aún junto a su brocal conversación religiosa alguna con una mujer. Aquel día el mundo de la mujer alcanzó su mayoría de edad para el Evangelio. La presencia del Señor entre los hombres abrió entonces un nuevo capítulo en la vida de la mujer.
El encuentro de la samaritana con Cristo despierta su maternidad espiritual. Instinto maternal en su más alto grado es la virginidad. Ideal desconocido entonces, Jesús lo ilumina en el corazón de aquella mujer. La samaritana, que quizás había permanecido estéril con los seis hombres, se convierte así en madre de una ciudad que ella conduce a Cristo.
¡Encuentro providencial junto al pozo de Sicar! Preludia una serie de sucesivos contactos en el Evangelio y en la historia de la Iglesia. Estos encuentros de Jesús con la mujer son evaluados desde distintos puntos de vista por exegetas, teólogos, historiadores o psicólogos. La mujer, sin embargo, los considera como contactos providenciales e íntimos que hacen vibrar las fibras más sensibles de su ser.
En cada uno de ellos, el Señor se adapta amorosamente a la idiosincrasia de la mujer. Hace una llamada personalísima e irrepetible a cada una. Los mejores momentos para ella son cuando oye al Maestro: «Mujer, ¡oh mujer!, hija, hija mía, hija de Abraham», o como en aquella mañana de Pascua radiante de luz: «¡María!»
Misionera del amor
«María, ve a mis hermanos y diles…» (Jn 20,17). Es el primer llamamiento explícito a una mujer para participar en la propagación de la fe, para ser fermento oculto en la masa. Intuitiva, ávida de amor, ansiosa de llevarlo a los demás, deseosa de transmitir vida y felicidad, le parece al Señor muy apta para irradiar la fe.
«Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andábades por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallastes en ellas tanto amor y más fe que en los hombres» (STA. TERESA, Camino de perfección, 4,1; Obras completas. (BAC, Madrid 19796), p. 205.) .
Santa Teresa defiende así a la mujer. Le devuelve el puesto que el Evangelio le otorga en la empresa salvadora de Cristo. La integra urgentemente en esa movilización del laicado que piden los papas.
Pablo VI coincide con Santa Teresa. Resalta la actualidad del apostolado de la mujer-fermento en el mundo moderno:
«En estos días tecnológicos, cuando el hombre corre el riesgo de convertirse en esclavo, más bien que en dueño de las máquinas que ha fabricado con la inteligencia recibida de Dios, y cuando se encuentra incluso en peligro de destruir descabelladamente la civilización por medio de las terribles fuerzas que él ha aprendido a desatar, corresponde a la mujer salvarlo de este peligro y garantizar para nuestra raza un futuro seguro y humano» (A las mujeres católicas de Australia (18-10-1969)).
El papel de la mujer en el mundo moderno aparece aquí claro. Se adentra más que el hombre en los caminos de Dios y realiza por eso un apostolado más fecundo. Así pensaba Santa Teresa apoyándose en un gran santo de su tiempo:
«Hay muchas más [mujeres] que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara —y también lo he visto yo— que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones […], todas en favor de las mujeres» (Vida 40,8; Obras completas (BAC, Madrid 19796), p. 186).
Juan Pablo II destaca con firmeza la importancia de la mujer en el mundo actual. La invita a cumplir su misión:
«La Iglesia reconoce y alaba la aportación específica, necesaria e insustituible que la mujer, sobre todo hoy, puede dar —y de hecho da— a la promoción del bien común en el orden público y en el sector del trabajo. Dotada por el Creador de un propio don innato, hecho de profunda sensibilidad y de fino sentido de lo concreto y de la medida, está llamada, junto con el hombre, a contribuir al crecimiento de una sociedad más justa y humana […]. Deseo invitar a cada mujer, con palabras estimulantes, al ejercicio de sus preciosas cualidades desde la esfera privada a la pública y social, y a hacerlo sabia y responsablemente» (Ángelus (6-12-1981), al invocar a Santa María del Adviento).
En la aurora del cristianismo, la mujer jugó un papel decisivo que también en la actualidad, con mayor urgencia, debe desempeñar. «Una magnífica función tiene que realizar hoy en el apostolado con todos los recursos de su feminidad, en un mundo donde está adquiriendo cada vez más su sitio y su responsabilidad» (JUAN PABLO II, A los laicos (París, 31-5-1980) 3).
(T. Morales, Hora de los laicos, pp. 154-161).