Por Jesús Carlos Sastre
Juan Pablo II fue un visionario en muchos aspectos. Tuvo la gran intuición de que en una sociedad cada vez más secularizada, post-cristiana (o ya podríamos decir pre-cristiana), serían necesarios encuentros multitudinarios, momentos de Tabor en los que los jóvenes pudieran visualizar el rostro joven de la Iglesia.
Recuerdo con inmensa gratitud mi primera JMJ, Roma 2000: la llegada a la Via della Conciliazione, a las puertas del Vaticano, con miles de jóvenes cantando, ondeando banderas de países que ni había visto en el mapa. Vivir la Iglesia, encontrarme con algo impactante, esperanzador, ilusionante… Doblar la esquina y ver toda esa calle llena de jóvenes, cantando, sonriendo, esperando a Juan Pablo II, la impresión que provocó en mí fue la primera lección de eclesiología que recibí, y la más importante: la Iglesia tenía rostro joven, y yo como joven tenía un lugar en esa Iglesia. Lo demás, vino después.
Hoy los jóvenes no buscan espontáneamente la religión. Menos aún la religión institucionalizada. Pero están hambrientos de espiritualidad, en concreto de una espiritualidad líquida. «El joven —como el adulto— se erige como constructor de sus propias creencias desde un nuevo estilo personalizado, relativista, sincrético, pragmático, experiencial y emotivo»[1]. Cada uno de los adjetivos de esta definición merecería un momento de reflexión para aproximarnos a las posibilidades y limitaciones que una JMJ supone para un joven hoy.
Esta espiritualidad líquida tiene dos consecuencias inmediatas[2]:
- Las etiquetas religiosas han perdido su contenido: al tener tanta importancia la vivencia subjetiva, los contenidos objetivos de la fe se difuminan. Es frecuente encontrar ateos que rezan; católicos que creen en el karma o en la reencarnación, o para los que Cristo no es esencial en su fe. Es curioso constatar que muchos jóvenes católicos que viven su fe sin una fuerte unión con alguna realidad eclesial, creen y viven igual que los que se declaran ateos.
- Para el joven de hoy, la Iglesia es lejana, innecesaria e incómoda (a priori solo propone normas y limitaciones). Le basta con su familia, y su grupo de amigos. Y las redes sociales. No necesita más.
El joven que ha crecido calentito en ambientes católicos como herencia familiar siente su pertenencia eclesial como una cosa más en su vida. Está acostumbrado a que haya adultos que entregan su vida en su servicio. El Evangelio a menudo no logra tener el mordiente que transforma la vida.
Y el joven que ha crecido al margen de la vida de Iglesia, no conoce de primera mano nada de un mundo que permanece extraño para él, partiendo de una valoración no positiva que recibe por activa y por pasiva por los medios habituales de comunicación y difusión cultural, a menudo poco favorables para con ella.
Y aquí entroncan jóvenes, tradicionalmente católicos o que han vivido al margen de la vida de Iglesia, con la experiencia de unas JMJ. Banderas, bailes, canciones, multitudes… son necesarias para una juventud que hoy necesita como nunca descubrir el rostro bello y joven de la Iglesia, la esposa del esposo.
Los jóvenes, hoy como ayer, se ven atraídos por las grandes aventuras, los grandes desafíos, y continúan dispuestos a entregar su vida por una causa lo suficientemente grande como para merecerla. Los jóvenes de hoy, antes que líquidos, son jóvenes, y el corazón del joven, si no está enfermo, sueña, desea, se entrega, lucha, ama y busca ser amado… Es verdad que una inmensa mayoría vive anestesiada por la pereza, o paralizada por la superficialidad, y termina viéndose atrapada por paraísos de falsa felicidad. Pero es necesario afinar la mirada, para, como educadores, descubrir el corazón que aún late tras esa dura costra de la indiferencia. Es necesario confiar en el joven.
Por eso, las JMJ son una ocasión para despertar la fe, el deseo de Dios, identificar que lo que el corazón joven busca y anhela en verdad (¡pero sin saberlo!), encuentra su respuesta en Jesucristo. Y lo halla en la Iglesia.
Como responsables de grupos de jóvenes, hemos de reflexionar sobre la propuesta que les hacemos, sobre si esta conduce a Cristo, si posibilita un camino madurativo en la fe, la esperanza y la caridad.
El camino que nos lleva a Lisboa este año ha estado lleno de musicales, convivencias, retiros, trabajo, clases, exámenes, partidos, alegrías, enfermedades, pérdidas, nacimientos… La vida es eso. También lo será el camino de vuelta a nuestra casa, después de vivir esos días en Lisboa. Un momento de Tabor, los primeros días de agosto: Señor, qué bien se está aquí (Mt 17,1-9). Días para ver claro, tomar referencias, y volver a la misma realidad, pero con una mirada transformada.
Las actividades de jóvenes del Movimiento (Milicia de Santa María, Altas Cumbres, y educadores del Grupo Juan Pablo II) forman un pack:
• Campamentos en Gredos: responsabilidad, reflexión, constancia; auto-correctivo, defecto dominante, Virgen de Gredos, subir-bajando, pequeño detalle; Gredos: Aula Magna; vencer la pereza, no a la queja, dejar lo mejor para los demás…
• JMJ Lisboa 23: Tabor; Iglesia de rostro y corazón jóvenes; catolicidad; sucesor de Pedro…; multitudes, alegría, celebración…
• Ejercicios espirituales: encuentro íntimo con Cristo vivo; Principio y Fundamento; vocación personal; Encarnación; Rey Eternal; Dos banderas; Caná; Getsemaní; Cruz; Aparición a la Madre Buena; Pentecostés; alcanzar Amor…
María se levantó y partió sin demora (Lc 1,39). Los Cruzados de Santa María abrazan el lema de las JMJ Lisboa 23, y tratan de proponerlo como nuevo estilo de vida, providencial para nuestro mundo. Madre, concédenos vivir a tu manera, siendo visitados por el Amor, para visitar a nuestros prójimos[3].
Y concede a los jóvenes líquidos (y a nosotros los adultos) descubrir la Roca sólida que es Cristo, sobre la que construir la propia vida. ¡Nos vemos en Lisboa!
[1] A. CANTERAS MURILLO, La muta religiosa, 156.
[2] Cf. G. URÍBARRI BILBAO SJ, Jesucristo para jóvenes. Claves pastorales para un mundo líquido, Sal Terrae, 37.
[3] Cf. J. L. ACEBES, revista Estar, 340 — junio 2023, Nuestro carisma.