Extracto del discurso de Clausura de la XVI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, Torrente (Valencia) 11.10.1977. Ver Rocas en el oleaje, Madrid 1980, pp. 62-90.
¿Realmente hay conflicto generacional? Lo que pasa es que vivimos en una época conflictiva en la que cuando no hay conflicto se le provoca, y cuando lo hay se le agudiza para que se agrave. Y así hay enfrentamiento entre hombre-mujer, empresario-obrero, ancianos-jóvenes, partidarios del Real Madrid-Atlético de Madrid… Ante este panorama lo que tenemos que procurar sencillamente es hacer algo constructivo.
Hoy hay verdadero complejo de miedo a la juventud. Los educadores temen a la juventud. Los padres temen a la juventud. Los profesores temen a la juventud. Pero los jóvenes están deseando encontrar a quien les encauce y saben que es de entre ellos mismos de donde pueden surgir esos líderes, que, por otra parte, tienen que estar apoyados en otras personas un poco más maduras.
Al joven hay que ayudarle hoy a encontrarse consigo mismo, con los demás y fundamentalmente con Dios, y para esto hay que hacerle reflexivo. Hay que hacerle gustar del silencio; y entonces en esa juventud hace maravillas la gracia de Dios.
Cuando comienzan las tandas de ejercicios, les digo a los chicos: «Mirad, no busquéis consuelos; venimos a consolar a Dios, que es tu padre».
Entonces les cuento lo que me sucedió aquí en esta bendita tierra valenciana, donde pasé la guerra, porque me trajo aquí mi madre, evacuada, y aquí vino a morir mi padre y aquí está enterrado, en Cullera. Un día que iba yo con mi padre, enfermo, nos sorprendió una tormenta y mi padre me cogió entre sus brazos para protegerme de la lluvia y me envolvió en su chaqueta. Él iba empapándose. Yo me puse a llorar y mi padre trató de consolarme diciéndome que no tuviera miedo. Contesté: «No papá, no lloro porque tenga miedo, sino porque estás enfermo y te estás mojando por mí». Al oír esto, mi padre se echó a llorar.
Y les digo a los muchachos: «Nuestro Dios es tan grande, que se abaja tanto que se hace digno de compasión y hay que amarle, y tú vienes aquí nada más que a dejarle el gozo de estar unos días delante de él y que él esté contento teniendo a sus criaturas delante». Y los chicos entienden esto y se quedan en auténtica contemplación.
Estos chicos oran, van amando a Dios y van aprendiendo a amar a la santísima Virgen. En esta última Campaña de la Inmaculada les dije: «A muchos de los carteles que habéis puesto en la calle —pasaros por Bravo Murillo, y los veréis— les han puesto una nubecita que sale de la boca de la Virgen que dice: “Yo también soy adúltera”». A aquellos chicos se les veía en la cara un gesto de dolor, y al día siguiente, en plena lluvia, se empaparon de agua pegando carteles y se marcharon por las calles de Madrid con las manos ateridas, heladas, todo el domingo tapando los carteles que habían estropeado y poniendo otros nuevos.
Hay que dejar lo especulativo e ir a lo práctico. Vale más encender una luz que maldecir de las tinieblas; todo el mundo puede encender su lucecita. Pues hagamos esto con fe y con amor.