Sus contribuciones litúrgicas a la revista Estrella del mar
La actividad incesante en la vida del siervo de Dios, Tomás Morales S.J., así como su pensamiento sobre determinados puntos, no deja de sorprendernos veinte años después de su muerte. Quizás una de sus facetas más desconocidas ha sido la de propagador de la fe por medio de los escritos. En algún momento nos hemos atrevido a decir que el P. Morales no fue un escritor propiamente dicho, sino que escribió bien por salir al encuentro de una necesidad apologética en defensa de sus actuaciones apostólicas (sus escritos desde Badajoz), o bien por la exigencia de sistematizar un estilo de vida y un carisma del que era un simple transmisor y del que sentía que debía legar a generaciones venideras, como son todos los libros de uso interno de las Instituciones por él fundadas. El hallazgo providencial, no obstante, de diecinueve artículos publicados en la revista Estrella del mar a lo largo de 1941 y primeros meses de 1942, podría hacer que empezásemos a cambiar esta opinión.
Estrella del mar
La revista Estrella del mar, que se había fundado en 1920 como boletín de las Congregaciones Marianas de lengua española, y que desde 1922 era el órgano oficial de la Confederación Nacional de Congregaciones Marianas españolas, creada en 1921, se vio interrumpida en julio de 1936 y se acababa de poner en marcha de nuevo en enero de 1941. Se trataba en esta tercera época de una revista de gran formato, algo más que el actual DIN A-3 (49 x 34,5 cm), ilustrada en blanco y negro, con un cuerpo de letra muy pequeño, a cinco columnas, a dos tintas en portada ya que el encabezamiento iba en azul celeste, y con una tirada quincenal, aunque con varias interrupciones (19 números al año).
Tenía 16 páginas, a veces 24. Se editaba en Madrid, de donde se distribuía a toda España, y salía a la luz normalmente los sábados. Iba destinada a los (y las) congregantes marianos. La suscripción anual de ese año 1941 era nada menos que de 18 pesetas, precio que nos parece muy elevado en aquellos primeros años de postguerra en los que faltaba casi de todo. La revista, sin embargo, salió adelante, como lo prueba su continuidad hasta 1968, año en que desaparece al transformarse las Congregaciones Marianas en Comunidades de Vida Cristiana (CVX).
En ella escribían jesuitas ya consagrados por su actividad apostólica o por su vida como los P. Ángel Ayala y Á. Carrillo de Albornoz, que en 1947 pasaría a Roma como Director mundial de las Congregaciones Marianas; y estudiantes de teología que aún no se habían ordenado, y que le daban la chispa más juvenil a la revista. Entre ellos aparecen nombres bien conocidos como M. Marín Triana, Nazario Pérez, José María de Llanos, etc. Algunos de ellos habían de escribir páginas gloriosas de la historia de España y de la Compañía en el siglo XX.
Tomás Morales S.J.
A comienzos de 1941 Tomás Morales era un jesuita que estudiaba segundo de teología en Granada, y desde octubre de ese año, tercero. Se preparaba para el sacerdocio que recibiría unos meses más tarde (13 mayo 1942). No consta que en esos momentos de formación académica y teológica estuviera dirigiendo ninguna congregación, ni siquiera integrado en alguna, aunque sí había pertenecido en su juventud a una. Durante el bachillerato, en su largo internado en los jesuitas de Chamartín (1917-1924), perteneció durante varios años a la de la Inmaculada y de San Luis Gonzaga, que tenía reuniones formativas y obras de apostolado, como la catequesis y la visita a hospitales. En 1922, con 14 años y estudiando 4º de bachillerato, Tomás tuvo en ella el cargo de tercer capillero, según podemos ver en la Memoria del colegio de Nuestra Señora del Recuerdo de ese curso (p. 80). Lástima que se hayan perdido casi todos los datos tras la quema del colegio en 1931. Algo, por lo tanto, sabía del funcionamiento de las Congregaciones Marianas.
Quizás también por ello mismo, uno de sus primeros cometidos apostólicos, en sus años de maestrillo en Villafranca de los Barros (Badajoz) (1943-1945), antes de hacer la tercera probación, fue el de consiliario de la Congregación Mariana que había en aquel pueblo al calor del colegio jesuita. Y quizás también por ello, en el difícil período 1961-63, apartado de Madrid y de todas las obras que había fundado, se hizo cargo de la Congregación Mariana que había en Cáceres, adonde se desplazaba en tren desde Badajoz todas las semanas para atenderla. El 13 de mayo de 1962 celebró su vigésimo aniversario de ordenación sacerdotal precisamente en Cáceres, presidiendo una misa en la concatedral de Santa María, pues era el día mundial de las Congregaciones Marianas y, como consiliario, le correspondía hacerlo. Allí se concentraron «unos pocos congregantes y multitud de ellas. Aproveché para pedir a la Virgen que de allí escogiese a un buen grupo para su Cruzada. Toda la misa fue ofrecida para que la Cruzada sea, en manos de la Señora, el instrumento providencial para cumplir su mensaje de amor en el mundo» (carta a Abelardo, 16-V-1962).
Sus escritos
De los 19 artículos publicados en estos catorce meses, podemos encontrar tres bloques temáticos distintos. Por un lado, aquellos que hacen alusión a la liturgia aprovechando una festividad señalada; en segundo lugar, cuatro amplios artículos dedicados a introducir al lector en cada uno de los cuatro evangelios; y finalmente aquellos en los que habla de la Universidad católica española, que son ocho. Vamos a dedicar en Estar tres artículos, uno a cada uno de estos grandes temas.
Calendario litúrgico
Cuatro artículos publica en 1941 y tres más en 1942 relacionados con la liturgia, en la sección “Calendario litúrgico” que tenía la revista. La sección tenía un logotipo muy característico, un cordero místico rodeado de una láurea formada por distintos racimos y espigas en el centro flanqueado por un crismón a la izquierda y un emblema de María a la derecha. El primero de los artículos aparece el 11 de octubre de 1941 y es el dedicado a la “Maternidad divina de María”, fiesta que se celebraba entonces ese día, 11 de octubre. El segundo aparece como artículo de fondo en la portada de la revista del 25 de octubre y está dedicado a “Jesucristo, rey de las naciones”, ya que la fiesta, instituida por Pío XI en 1925, se celebraba en esos momentos el domingo anterior a la solemnidad de Todos los Santos (recordemos que hasta 1970 no se trasladó al último domingo del año litúrgico). Son escritos profundos, con muchos latines y gran número de citas, quizás por los estudios que estaba realizando en esos momentos, pero se leen muy bien. El de Cristo Rey con un final muy ignaciano.
El tercero aparece el 8 de diciembre y está dedicado al tiempo litúrgico que comenzaba entonces, lo titula simplemente “Adviento”. El cuarto ve la luz en ese mismo número, lunes 8 de diciembre, dedicado a la Inmaculada, como no podía ser de otra forma. (Lo reproducimos unas páginas más adelante en la sección de “Testigos y maestros”).
En 1942 escribe “Epifanía, misericordiosa manifestación del Señor” para el 6 de enero; “Conversión de San Pablo” para el 25 de enero, y “Septuagésima” para el 1 de febrero. Y ahí se acaban sus colaboraciones en el campo de la liturgia y, lo que es más sorprendente, ahí acaba la sección “Calendario litúrgico” de la revista. Ello parece indicar que no fue un encargo que le hicieron los superiores o desde la misma revista, sino que la iniciativa debió ser suya. Nadie siguió la sección.
Seis están firmados con su nombre completo, mientras que el del Adviento lo firma tan sólo con las siglas T.M., probablemente para no rubricar con su nombre la autoría de dos artículos en el mismo número.
Se trata de artículos donde se percibe perfectamente el estilo que le caracterizará en sus escritos similares de los años sesenta, recogidos y editados más tarde (1977) en su obra Itinerario litúrgico. Es característica ya la interpelación al lector: “Si leéis con atención la liturgia de adviento, un gesto de sorpresa se dibujará instintivamente en vuestro rostro” comienza el dedicado al adviento; y el de la Inmaculada: “Remontaos al primer instante de la existencia de vuestra Madre bendita”. Estos artículos pudieron ser el resultado de trabajos académicos al hilo de los estudios de la asignatura de liturgia.
Hemos conservado algunos de estos artículos procedentes de sus propios recortes de la revista, y contienen correcciones en tinta azul hechas con pluma de su puño y letra, o bien ampliaciones bibliográficas, como dejándolos listos para una nueva publicación corregida y aumentada. En todos estos artículos vemos ya el germen de un interés muy personal por la liturgia, que desembocó luego en los años cincuenta, en el Hogar del Empleado, en la creación de folletos para cada tiempo fuerte o festividad litúrgica importante, como las solemnidades. Servían para preparar las grandes festividades por medio de paraliturgias y oraciones apropiadas, con aquellos dibujos extraídos de los tomos de liturgia de Pius Parsch, que él había leído en alemán, y consultaba con bastante frecuencia. Por otro lado, dieron lugar a los libros de meditación con puntos de oración para cada domingo del año y para las grandes fiestas marianas y de los santos, que terminaron generando los doce volúmenes de Semblanzas de testigos de Cristo para los nuevos tiempos (1994).
En el próximo número hablaremos de sus cuatro artículos dedicados a introducir cada uno de los evangelios.