Jubileo de la esperanza: hora de los laicos

2025, año santo

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Jubileo de la esperanza: hora de los laicos
Jubileo de la esperanza: hora de los laicos

Por Alfonso Urbiola Andueza, delegado diocesano de Pastoral de la Salud de Vitoria

Me preguntaba sobre el jubileo que tiene por lema «Peregrinos de esperanza», ¿en qué poner el acento pensando en los lectores habituales y en la hora que nos toca vivir?

«El Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19; cfr. Is 61,1-2).

Desde estas palabras de Jesús podemos centrar la mirada sobre lo que vamos a vivir en la Iglesia universal. Es un tiempo de gracia, es un tiempo del Espíritu, es un tiempo de misión.

Es, de nuevo, la hora de los laicos. Resuena con fuerza esta apremiante llamada. En manos de cada uno está cómo vivirla, cómo aterrizar en la vida diaria para que esa gracia de Dios llegue al mayor número.

«Jubileo» es el nombre de un año particular. La primera mención en la Biblia dice que debe ser convocado cada 50 años. Se proponía como la ocasión para restablecer la correcta relación con Dios, con las personas y con la creación, y conllevaba el perdón de las deudas, la restitución de terrenos enajenados y el descanso de la tierra. Con Bonifacio VIII, en 1300, se convoca el primer Jubileo, llamado también «año santo», porque es un tiempo para experimentar que la santidad de Dios nos transforma.

¿En qué se nota un año santo, un jubileo?

Peregrinación. Se nos pide que nos pongamos en camino. No sólo hacia Roma. Ha de ser una peregrinación interior. Un proceso de conversión. Los cristianos son aquellos que siguen a Cristo. Renovemos esa determinación. Sed santos y sedlo pronto.

La puerta santa. Hay que atravesarla. «Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos» (Jn 10). El gesto expresa la decisión de seguir y de dejarse guiar por Jesús, que es el Buen Pastor.

El Jubileo es un tiempo de reconciliación, un «tiempo favorable» (cfr. 2 Cor 6,2) para la propia conversión. Hay que poner a Dios en el centro de la propia existencia. Es tiempo de redescubrir el valor de la confesión.

Oración. «Es un compromiso asumido personalmente y en familia. Redescubramos la fuerza de la oración. El Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a orar a los hijos de Dios» (CCC 2661).

Liturgia. Es el «culmen hacia donde tiende» toda la acción de la Iglesia «y, al mismo tiempo, la fuente de la que mana toda su energía» (SC, 10). En el centro está la celebración eucarística, donde se recibe el cuerpo y la sangre de Cristo.

La profesión de fe. Es un signo de reconocimiento propio de los bautizados; en ella late la exigencia de una conversión profunda.

Indulgencia. Es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los límites de la justicia humana y los transforma.

En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la sobreabundancia de la gracia.

Hora de los laicos. Peregrinos de esperanza

Un año jubilar, imbuido de esperanza cristiana, nos impulsa a la misión, a evangelizar con gozo y valentía. La esperanza nunca puede ser abandonada, necesitamos siempre de ella, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.

Dios, en nuestro mundo, no necesita pruebas, sino testigos. Los laicos estamos llamados a vivir en la esperanza cristiana actuando en medio del mundo, con la coherencia de vida, con el anuncio de Jesucristo, con la oración constante y, en suma, con la ofrenda de toda la existencia (Alpinista del espíritu, pág. 70).

Estamos en el mundo, pero sin ser del mundo. Como peregrinos en cualquier lugar de la tierra. Con «Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza y el mundo bajo los pies». En Covadonga, a los pies de la estatua de D. Pelayo se lee: «Nuestra esperanza está en Cristo». Vivimos en la gran esperanza de la salvación eterna que Cristo nos ha ganado. Vivamos también, ilusionadamente, nuestras pequeñas esperanzas. Ese poquito que yo puedo.

Los tiempos somos nosotros. Y En este tiempo, que es un tiempo del Espíritu, un kairos, hemos de estar abiertos a su acción persuadidos de que somos pioneros de un mundo nuevo cuando un mundo viejo se desmorona. Así lo decía san Juan Pablo II: En nuestros días se están fraguando los cimientos de una nueva sociedad. El cristiano se siente pionero en esta empresa. Quiere demostrar con su vida que «el laicado católico debe ser (…) ante estas situaciones y problemas en que se juega el porvenir del hombre, el testigo de una humanidad nueva, debe crear nuevos espacios en los que se puedan hacer experiencias de fraternidad, alimentar su imaginación creativa con el dinamismo del Evangelio» (Al Consejo pontificio para los laicos, 5 octubre 1981). No se trata, ni mucho menos, de llenar las sacristías.

La esperanza constituye el mensaje central del próximo Jubileo. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, dice el papa Francisco. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. Especialmente para los laicos apasionados por Cristo y por las almas.

María, madre de la esperanza y del amor más hermoso, ruega por nosotros.

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