Sembrad la esperanza a través de la amistad

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Río de agua viva
Río de agua viva

Extracto de Hora de los laicos, 2ª ed., pp. 253-255.

Huid siempre de enfrentar unos contra otros. Un cristiano no puede tener mentalidad clasista. No hundáis a unos para levantar a otros. Esa actitud esconde siempre una concepción materialista y utilitaria. Dad a todos oportunidad de realizarse actuando y dialogando, potenciando su personalidad. No os conforméis con no atizar odios, pues vuestro quehacer es siembra de paz y amor. Sois responsables de esta siembra. Cargad las alforjas del alma con semillas de paz que esperan impacientes la expansión. Dejadlas caer a voleo, con alegría y esperanza, a través de la amistad, en los surcos abiertos de un mundo que anhela verdad y amor.

Como el agua

Es imposible crear algo que dure si no salta la chispa del amor. El amor alumbra y aviva la amistad, la dilata, echa raíces profundas que nunca dejan de crecer. La purifica de sus escorias, pues no se preocupa de recibir, sino de dar.

El amor y la confianza van tejiendo esa amistad íntima que funde dos corazones en una misma alma. Empareja a los amigos, les hace pensar y actuar al unísono. Es el alma a alma que con suavidad y paciencia lima aristas, suaviza roces, nivela diferencias. El amor en el alma todo lo purifica y transforma. Se parece al agua.

Trabaja en silencio, con afán y constancia. No se cansa de pasar. Así convierte el páramo en vergel, la meseta árida en oasis. Cuando encuentra una piedra o un obstáculo en el río o en la acequia, no protesta, ni se indigna ni critica, sino que salta y canta. Así, el alma a alma en la amistad íntima, con suavidad y paciencia, rebosando alegría, cambia los corazones.

Hay más: el amor en la amistad verdadera es como el agua, inodora, insípida e incolora. Brota del hontanar, nace en los manantiales. Transparente, clara, sin olor, color ni sabor, y, sin embargo, da lo que no tiene. Al pasar, enciende rosas, florece la múltiple y atractiva policromía de claveles, lirios o amapolas. No tiene olor, y perfuma azahares, jazmines y madreselvas. Insípida, da sabor al naranjo y al limonero. Da lo que no tiene. En silencio, da vida a todo lo que toca.

En el alma a alma, el apóstol, a través de la amistad, da lo que no tiene, pero Cristo se lo comunica: el agua de la Vida. Dios utiliza al bautizado como acequia o canal del río que es Él mismo. Es el «río de aguas vivas que suscita la vida por dondequiera que pasa. Árboles en desierto, peces en las aguas muertas» (Ez 47, 1 y ss). Así nos presenta a Jesucristo el Apocalipsis (22,1-2): «Río de agua viva, clara como el cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle y a ambos lados del río estaba el árbol de la Vida dando doce frutos, cada fruto en su mes».

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