Peregrinos de esperanza

Jubileo 2025

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Peregrinos de esperanza
Peregrinos de esperanza

P. Miguel Ángel Íñiguez Martínez, director Espiritual del Seminario de Getafe, cruzado de Santa María.

¡Siempre peregrinos!

Vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Jesucristo. Este es el horizonte, y conviene no perderlo de vista en ningún momento.

En esta trayectoria-peregrinación, la Iglesia, como sacramento de Cristo, nos regala este Año jubilar, en el que su misericordia se nos muestra de una manera patente y abundante.

Los jubileos, como la mayoría ya saben, tienen su origen el Antiguo Testamento, donde se realizaban cada 50 años, y se condonaban todas las deudas. Digamos que se ponía a cero el contador y todas las cosas retornaban a sus propietarios.

Hoy también necesitamos empezar otra vez de nuevo, borrar toda culpa y llenarnos de la gracia de Dios; «resetear» la vida. Este es el regalo de este año, con la posibilidad de lucrar la indulgencia plenaria y enriquecernos de todas las celebraciones programadas durante el 2025, acudiendo a Roma para atravesar las puertas Santas que ha abierto el papa, o peregrinando a los templos jubilares que han designado todos los obispos del mundo, las catedrales y otros lugares frecuentados por los fieles.

Otra modalidad para conseguir la indulgencia serán las «obras de misericordia y de penitencia, con las cuales se testimonia la conversión emprendida. Principalmente al servicio de aquellos que se encuentran agobiados por diversas necesidades». Visitando «a los hermanos que se encuentran en necesidad o en dificultad (enfermos, encarcelados, ancianos en soledad, personas con capacidades diferentes…), como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos».

Esta es la esperanza, que nunca defrauda, como lo pone de manifiesto el papa Francisco en la bula de convocatoria de jubileo ordinario del año 2025: Spes non confundit.

Esto que antes se hacía cada 50 años y que puso en marcha el papa Bonifacio VIII, en el año 1300, ahora se celebra cada 25 años para que ninguna generación pase sin la celebración de un Año jubilar, también llamado Año Santo. Estos son los jubileos ordinarios. También hay otros extraordinarios, motivados por acontecimientos singulares que convine celebrar. De hecho, en el 2033 celebraremos el Año jubilar conmemorando los 2000 años de la Redención de Jesucristo.

El Año jubilar encuentra su primera expresión al inicio del ministerio público de Jesús de Nazaret, con el anuncio del cumplimiento del año de gracia del Señor, tal como lo expresaba él (Is 61,1-2).

Le entregaron a Jesús el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,17-21).

Este texto que se proclama el tercer domingo del Tiempo Ordinario, del ciclo C, o domingo de la Palabra de Dios, centra el núcleo del Año Santo. Cristo ha venido a liberarnos de toda esclavitud y todo pecado.

En un mundo desesperanzado por tantos motivos, es necesaria una antorcha de esperanza, portada principalmente por los cristianos. La esperanza que se fundamenta en el Señor y que nunca defrauda (Rom 5,5).

Todos esperan. En el corazón del hombre anida el deseo y la expectativa del bien, incluso sin saber cómo será el mañana.

Esta esperanza queremos que se extienda a todos los hombres de la tierra y a todos los ámbitos de la vida. De hecho, el papa Francisco ha propuesto a los gobiernos que asuman iniciativas concretas y tangibles, que devuelvan la esperanza: formas de amnistía o de condonación de la deuda, especialmente la abolición de la pena de muerte.

La esperanza ha de extenderse también a los enfermos, a los jóvenes, a los migrantes, a los ancianos, a los abuelos y a los millares de pobres, que carecen de lo necesario para vivir. Estos y otros ámbitos posibles nos interpelan a cada uno de nosotros para que nuestra práctica religiosa no sea algo desencarnado, separado de la realidad de la vida. Yo también me puedo convertir en júbilo para otras personas que están cerca de mi vida.

Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. Es una forma concreta de salir de nosotros mismos y paliar, en la medida de nuestras posibilidades, las necesidades de los otros, bien sean materiales o espirituales.

Una de las gracias singulares del Año jubilar es la indulgencia plenaria, que borra en nosotros la pena temporal aneja al pecado; la pena eterna se borra con la confesión sacramental.

Par ganar esta indulgencia hacen falta unos determinados requisitos que detallo a continuación:

  1. Participar en alguna peregrinación jubilar, o ejercer determinadas obras de caridad y penitencia.
  2. Rechazar en nuestro interior todo pecado mortal y venial.
  3. Pedir por las intenciones del papa (padrenuestro, credo…).
  4. Confesión sacramental (puede hacerse unos días antes o después).
  5. Comunión sacramental.

Esta indulgencia se puede aplicar por uno mismo o por un difunto a modo de sufragio.

La esperanza, junto con la fe y la caridad forman el tríptico de las «virtudes teologales», que expresan la esencia de la vida cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a alegrarnos en la esperanza

En María encontramos el testimonio más alto de esperanza. En los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio y nos invita a confiar y seguir esperando. Ella esperó cuando todos decaían, por eso se convierte en el modelo al que hemos de imitar y la estrella a la que necesitamos contemplar.

Si cada uno vive este Año jubilar de la esperanza abierto a la gracia y misericordia de Dios, no cabe duda de que el mundo experimentará un cambio imprevisible, porque Dios es siempre más grande que el pecado y que la muerte.

Esperamos que esto sea así. Es posible si le dejamos hacer al Señor.

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