Alas te pido, madre

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Jóvenes participando con devoción en misa al aire libre en el circo de Gredos, celebrando su fe y cercanía a la Virgen.
Acampados celebran la misa junto a la naturaleza en el circo de Gredos.

Por José María Ausín, cruzado de Santa María

Cada mes de mayo los cruzados de Santa María y todos los miembros del Movimiento rezamos con emoción las flores a la Virgen, una oración dialogada escrita por el padre Morales de la que rescato un fragmento:

—En este mes de las flores, alas te pido, madre.

—Alas para volar.

—Alto, muy alto.

—Sin descansar.

—No me dejes plegar.

—Las alas que tú me diste.

—Hasta que llegue a esa tu luz.

—Donde las sombras terminan.

—Donde estás tú.

—Alas te pido madre.

—Alas cargadas de almas.

—Que vuelen también a ti.

Acabará la oración pidiendo que los jóvenes descubran a María como madre, virgen y reina, modelo y referente para su vida. Cuestión que entronca con una historia milenaria de fieles que han tenido en la madre de Dios su guía para seguir al Señor. A lo largo de los siglos, su presencia ha sido fuente de consuelo, fortaleza y esperanza para millones de creyentes. Sin embargo, en tiempos donde la inmediatez y lo digital parecen gobernar el corazón humano, el reto de revitalizar el amor a la Virgen en las nuevas generaciones se vuelve urgente. Los militantes de Santa María hemos aprendido desde pequeños que su presencia es fundamental para vivir como cristianos en medio del mundo.

1. Madre, la más tierna

María no es una figura lejana ni abstracta. Es, ante todo, madre. Su maternidad no se reduce al hecho biológico de haber dado a luz a Jesús, sino que se extiende a todos los hijos e hijas que él le confió en la cruz cuando dijo a Juan: «Ahí tienes a tu madre». Desde ese momento, la maternidad de María se volvió universal, alcanzando a cada uno de nosotros.

Su ternura no es solo dulzura emotiva, es fuerza activa que acompaña, orienta y protege. Para los jóvenes, que a veces sienten que no encajan o que caminan solos, esta maternidad puede ser un ancla. En esta línea el rezo del rosario, en su sencillez, supone dejar que esa madre nos tome de la mano y recorra con nosotros cada momento de nuestra vida, mostrándonos siempre el rostro de su Hijo, tal y como nos enseña san Luis María G. de Montfort: «Cuanto más un alma se consagra a María, tanto más se consagra a Jesucristo».

La ternura de una madre se manifiesta en pequeños gestos: en la mirada que comprende, en las manos que acarician, en el silencio que acompaña.

Reavivar el amor a la Virgen implica redescubrir esta maternidad suya no como un concepto devocional abstracto, sino como una experiencia viva que llena de paz.

2. Virgen, la más pura

San Juan Pablo II decía: «En María todo habla de Jesús, todo es transparencia de Él». Su pureza no es insensibilidad, represión ni rigidez: es la capacidad de mirar con ternura, de amar sin egoísmo, de vivir con coherencia. Supone la verdadera libertad del corazón, una luz que nos permite ver y vernos con dignidad. El papa Francisco lo explica así: «Ella es la joven de corazón abierto, que supo escuchar, que no dejó que nada la contaminara». Su pureza no es pasiva, sino activa; es la capacidad de amar sin segundas intenciones, de entregar todo sin reservas.

El misterio de la Inmaculada Concepción nos recuerda que María fue preservada del pecado desde el primer instante de su existencia. Esto no la coloca lejos de nosotros, sino que la convierte en un faro que muestra que vivir en gracia y verdad es posible, incluso en medio de la fragilidad humana. Para los jóvenes, acostumbrados a entornos saturados de imágenes y mensajes que banalizan el amor y el cuerpo, la pureza de María supone una llamada contracultural.

De nuevo aquí, el rosario actúa como un filtro que purifica la mirada del corazón: al contemplar los misterios, se aprende a ver como María veía, a sentir como ella sentía, a vivir como ella vivía.

La pureza de María también se refleja en su fe total y sin reservas: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Esta disponibilidad absoluta a la voluntad de Dios es la raíz de toda pureza interior. Revitalizar el amor a la Virgen entre los jóvenes significa invitarlos a experimentar que la libertad verdadera se alcanza cuando el corazón está limpio para amar.

3. Reina, la más misericordiosa

Su realeza es cercanía; su trono, un corazón que siempre escucha.

María es reina, no por un título honorífico humano, sino porque participa de la realeza de su Hijo, rey del universo. Sin embargo, su reinado no se ejerce desde un trono distante, sino desde el servicio amoroso y la cercanía a sus hijos. Es una reina que escucha, que intercede, que acoge a todos sin excepción. Ella no ignora las debilidades humanas, sino que las abraza y las conduce a la conversión. Su corazón maternal está siempre abierto para acoger al que se siente indigno, al que ha caído, al que busca recomenzar.

Para las nuevas generaciones, muchas veces heridas por experiencias de rechazo, fracaso o decepción, la misericordia de María es un bálsamo que restaura la autoestima y devuelve la esperanza. Enseñarles a verla como reina misericordiosa es recordarles que hay un lugar donde siempre serán bienvenidos.

Un camino sencillo y atractivo

En los campamentos y ejercicios espirituales se nos ha animado siempre a vivir mirando a nuestra madre del cielo, con su dulce nombre siempre en el corazón. «Todo por María, con María, en María» porque así se llega más pronto y más seguro a Jesús.

María sigue siendo la estrella que guía hacia Jesús. Su ternura atrae, su pureza inspira, su misericordia transforma. Y en un tiempo donde muchos jóvenes buscan sentido, pertenencia y amor verdadero, ella ofrece todo eso y más, con la paciencia de quien nunca se cansa de esperar.

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