Construyendo el reino de Dios

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Exterior de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada en la Cañada Real, Madrid, centro de ayuda y acogida.
La parroquia de Santo Domingo de la Calzada en la Cañada Real, símbolo de acogida, dignidad y acompañamiento cristiano.

Por Paz Núñez, arquitecta y profesora universitaria

Escribo este artículo 6 días después del fallecimiento del papa Francisco, nuestro querido papa Francisco. Y lo primero que se me viene a la cabeza es: Gracias, Señor, por su entrega y su servicio en la construcción del reino. Pero ¿qué es el reino de Dios? Muchos teólogos, otros tantos escritos institucionales e incluso alguna encíclica explican en qué consiste. De todas, me quedo con la del evangelio cuando Jesús lo compara con la semilla de mostaza que da fruto por muy pequeño que sea su tamaño. Me interpela sobremanera, porque «por sus frutos los conoceréis». Y, a mi buen entender, el papa Francisco será (es) recordado por sus frutos. Pero… ¿y los nuestros? Por suerte estamos en una Iglesia plural con distintos carismas, diferentes sensibilidades, vocaciones complementarias y cabemos «todos, todos, todos». Os quiero compartir la historia de cuatro personas, con vinculación consagrada o laica al Señor, muy diferentes, que construyen el reino desde el servicio y la entrega a los «últimos» sembrando esa semilla de mostaza que, en mi alma, fructificó.

Podría contar un buen puñado de experiencias de organizaciones o entidades sociales, pero en estas líneas me limitaré a cuatro pequeños proyectos —y uno grande— en los que me he visto implicada de manera más prolongada.

1. Carmen, monja de la congregación del Santísimo Redentor. Recién llegada a Luanda (Angola) justo el año en el que se firmó la paz tras 40 años de guerra[1]. Una realidad durísima, de extrema pobreza y violencia.

Corría el año 2005 y allí estaba yo con Carmen y un grupo de voluntarios acompañando en distintos proyectos de cooperación y de misión. Era por la tarde, estábamos cansados después de todo un día de trabajo, Carmen nos convocó a participar en una reunión «con sus chicos» (veinte chavales entre 12 y 20 años) que vivían en un descampado entre escombros y paisaje de guerra: tiendas de campaña destrozadas, sin agua ni electricidad, pero junto a un hotel de «lujo» de la capital del país.

Improvisamos una reunión y comenzamos a charlar: sus circunstancias, su forma de vida, sus anhelos y deseos. Los blancos no podíamos hablar estábamos conmovidos, estos chavales sobrevivían gracias al dinero de los servicios sexuales que ofrecían a los empresarios y personas que se alojaban en el hotel de lujo. Cuando logramos articular alguna palabra, preguntamos si no podían hacer otra cosa, y uno de ellos (17 años) respondió:

—«¿Serás tú la que me des una alternativa de trabajo? Me estás mirando como los clientes y el resto de gente. Sin embargo, la hermana Carmen nos mira como hermanos, sin juzgarnos. Nos acompaña siempre y sabemos que siempre podemos contar con ella».

Al salir le pregunté a Carmen: «¿cómo logras mirarlos así?» Y me contestó: «Ellos son mi familia. Si Jesús me mira así a mí, ¿cómo no hacerlo yo?»

2. Un año después, en la casa que nos dejaban en Angola, preparamos una cena especial. Venía Marcelo, sacerdote salesiano argentino, a cenar con nosotros. A descansar «en nosotros». Tenía la misión en Dondo, una pequeña aldea en el interior del país. Un lugar que aún no había sido desminado y en el que era muy complicado moverse con seguridad. Vino porque tenía dengue y malaria y en el pueblo no había hospital ni posible tratamiento. Estaba agotado, cansado y, sobre todo, desanimado. Era y es un líder nato; dinámico, alegre, trabajador como el que más y haciendo con vida el reino de los cielos. Aquella no era su mejor noche: «Esto no sirve para nada, tanta entrega y dedicación…; los frutos de nuestra siembra se verán en dos o en tres generaciones». Yo le pregunté: «¿entonces, para qué venimos nosotros aquí? Si tú, que llevas 10 años entregando tu vida no ves frutos…, nosotros que venimos un par de meses al año, ¿de qué sirve?» Su contestación se me quedó grabada a fuego: «no te confundas Paz, el cambio de la persona se da en un instante. No importa el tiempo que estés para que se produzca: una palabra, un gesto, una mirada puede hacer que ese encuentro marque toda una vida y le lleve al Amor con mayúsculas. Tiene todo el sentido que estés, porque no sabes ni el cuándo ni el dónde de la “conversión” de esa persona. No dejes de estar al servicio del reino, porque el sembrador es “Otro”».

3. Roberto y Pilar viven en Madrid. Tienen dos hijos, una biológica (13 años) y otro adoptado (7 años). Ambos profesionales universitarios, altamente cualificados y dedicados en cuerpo y alma a su vocación familiar «extensa». Roberto y Pilar acogen a personas que llegan en patera hasta que se pueden valer social y laboralmente: «¿Cómo no acogerles, después de la patera, del rechazo social y de las mafias que hay para captarles?, si somos cristianos… ¿qué menos, no crees?».

4. Mi querido amigo Agustín es cura diocesano, maestro de Aikido (arte marcial) y espeleólogo. Lleva dos parroquias, una en el barrio de Usera[2] y otra en Cañada Real[3], un lugar rodeado de personas moribundas por la droga. Cada día 5.000 personas van a comprar droga: gente famosa, trabajadores, padres o madres de familia, jóvenes, mayores, cada uno con su historia; los une el consumo de estupefacientes. Compraban y se iban. Agustín, a día de hoy, sigue organizando los comedores populares discretamente (evitando la significación de la persona que lo necesita), la mediación entre la población y la administración pública/la policía/las mafias, etc.

En una conversación con Josefina, mujer guineana en estado de decrepitud, que vive entre cartones al lado de la parroquia, le pregunté la razón por la que continuaba en Cañada Real habiendo centros y albergues. Su respuesta fue contundente: «¡Cómo me voy a ir lejos del padre Agustín! ¡Sé que cuando me muera, él me enterrará como se debe!»

Y así sucedió. Me confiaba Agustín el día del entierro: «Al menos, un trato de dignidad y de amor desde sus libertades en sus vidas y en sus muertes».

Señor, y de nuevo, cuánto que aprender de la vida entendida como entrega y servicio hacia los demás. Gracias por mostrármelo a través de estos rostros amigos que son tu instrumento de Amor y, cómo no, de construcción del reino desde esa semilla de mostaza. Me pego a ellos como una lapa a ver si se me pega algo…

Gracias Señor.


[1] Es como si una generación naciese, creciese, viviese y muriese en un contexto bélico.

[2] Sur de Madrid y uno de los más empobrecidos.

[3] Asentamiento informal y suburbio, conocido por su exclusión social y tener, en un uno de sus 14 km de longitud, el punto de venta de droga para la capital de España.

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