Por José Manuel Secades
Cada último domingo del tiempo ordinario, después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey del Universo, proclamando que Jesús es Señor de toda la creación. Esta festividad trasciende lo litúrgico para constituir una afirmación profética que interpela tanto a creyentes como a la sociedad contemporánea.
La festividad nació en un momento crucial: el 11 de diciembre de 1925, cuando el papa Pío XI promulgó la encíclica Quas primas («En primer lugar»). Tras la Primera Guerra Mundial, Europa atravesaba una crisis espiritual sin precedentes, con regímenes totalitarios que pretendían ocupar el lugar de Dios, y un secularismo creciente que relegaba la fe al ámbito privado.
Ante este panorama, la Iglesia respondió recordando una verdad fundamental: por encima de todos los poderes terrestres, Cristo reina como único Señor. Pío XI no buscaba confrontación política, sino proclamar que
…si los hombres reconocieran la autoridad real de Cristo en su vida privada y pública, inevitablemente brotarían beneficios incalculables.
El mundo ha sufrido y sufre un diluvio de males, porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Jesucristo y su ley, en su vida y costumbres, en la vida doméstica y en la vida pública, y así es imposible toda esperanza segura de una paz internacional verdadera, mientras los individuos y los pueblos, nieguen totalmente el reinado de nuestro Salvador (Quas primas).
El reinado de Cristo está en el corazón del mensaje evangélico. Ante Pilato, Jesús confirma su realeza precisando: «Tú lo dices, soy rey», pero «mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36), universalizando así su autoridad más allá de fronteras políticas o temporales.
Reconocer a Cristo como Rey no es acto meramente litúrgico, sino compromiso existencial. En la vida personal significa colocarlo en el centro de decisiones y valores y acompañarlo ante el sagrario siempre que se pueda. En la familia, convertirse en «iglesia doméstica» donde se vive el evangelio. En lo social y profesional, ser levadura en la masa mediante una ética intachable y el compromiso con la justicia.
Jesucristo es rey, pero su corona es de espinas, su trono una cruz. Y a sus seguidores les dice: «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Mt 16,24). Hoy hemos diluido el mensaje porque nos cuesta aceptar la cruz y hemos de esforzarnos en recuperarla.
La celebración de Cristo Rey nos recuerda que la historia tiene sentido y dirección. Cristo, el Alfa y la Omega, guía la historia hacia su plenitud definitiva.
A punto de cumplirse el primer centenario de la Quas primas, Jesucristo es marginado, y el mundo está en grave peligro de guerra. Hoy la Iglesia afronta el desafío de «anunciar el Evangelio a una generación que ha creído que vivir como si Dios no existiera es un camino de libertad» (Mons. Argüello).
Pero no es verdad, viven esclavos del móvil, de los viajes, de las modas, del qué dirán…, y de sus instintos egoístas, de comodidad, independencia, placer…, aunque no se dan cuenta, no son conscientes. Y es una pena, porque al final se van a morir… y, entonces, se van a encontrar con aquel del que han estado huyendo toda la vida. ¿Qué ocurrirá entonces?
«Ven, Señor Jesús. Venga a nosotros tu Reino».






