«Hola Dios, estoy aquí,
gracias te doy por darme la vida. Hazla nueva todos los días.
Buenos días, mi Señor»
Por María García, Ignacio Menéndez
Hace unas semanas nuestro hijo mayor cantaba esta canción en casa, que había aprendido en el colegio. Uno de nosotros no la conocía y se le quedó grabada. Y le volvió durante el examen, revisando el hilo de oro de Dios en su día, con especial énfasis en esta frase: hazla nueva todos los días.
Señor, queremos ser niños otra vez. Qué bonito empezar el día pidiéndole al Señor, desde nuestra «niñez», que haga nueva nuestra vida. Que se olvide de lo que hicimos mal ayer, que sea él quien reciba la gloria por lo que hicimos bien. Y nosotros, a arremangarnos, con el historial «limpio», a hacer su voluntad, a disfrutar, en la medida de lo posible, del «juego» que nos reparte cada día, alimentados por la esperanza de que él sabe —mejor que nosotros— lo que necesitamos.
Como dice el papa en Spes non confundit, «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir». Porque en el veloz día a día nos distraemos constantemente: «corre que no llegamos al cole», «¡otra vez atasco!», «no te olvides de pedir cita para la vacuna», «hay que ir al mercado a por fruta», «el niño está pintando en la pared, argh»… Nos acabamos centrando en nosotros mismos, evaluando nuestra vida según si salen las cosas a nuestro gusto y si las tenemos bajo control. Y nos lleva, sin darnos cuenta, a una tristeza de fondo, difícil de percibir, que borra la esperanza, y que nos hace más ásperos en el trato con los cercanos.
El examen diario viene en nuestra ayuda. Si hemos empezado el día pidiendo a Dios que renueve nuestra vida (hazla nueva todos los días), acabamos viendo cómo Dios actúa y buscando estar cada día más cerca, renovando la esperanza en aquello a lo que estamos llamados, profundamente agradecidos por la vida que nos regala (gracias te doy por darme la vida). Luego, hay que hacer por pasar con cierta frecuencia por el confesionario, claro. Y el resto sucede solo. «Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103,12), ¿acaso esto no es como para sentir tu vida nueva todos los días?
Como niños
Ahora que ya hemos redescubierto la alegría de empezar cada día, volvemos a los niños. Cuando vemos tendencias en ellos que sabemos que no son buenas, ¿qué hacemos? Vamos ayudándoles a mejorar, educándolos para que crezcan, con algún momento de pérdida de nervios, pero con paciencia, ¡que son niños!
Cómo nos ayuda ver que Dios es así con nosotros… ¡¡qué maravilla!! Podríamos decir que Dios también tiene esperanza en nosotros, si no fuera porque sabe el estado final de todo. Señor, dame esos ojos tuyos, para mirar con esperanza a los demás. A nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros padres. Todos con sus defectos, pero con Tu mirada amorosa, que siempre espera.
La necesidad de la esperanza
Nos olvidamos constantemente de que la llamada a tener esperanza no es solo una invitación. Es un apremio, una pista clave para llegar a la meta. Y Dios no se cansa de repetirlo, ¿te has fijado cuántas veces aparece la palabra esperanza en misa? No solo en las lecturas, sino también en las oraciones que dice el sacerdote.
El papa nos invita también a vivir esa esperanza. No como algo etéreo que nos promete un teórico futuro de felicidad. Sino como «la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en él. Es con este espíritu que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: “¡Ven, Señor Jesús!”» (Ap 22,20) (Spes non confundit 19).
¿Y si mañana viniera Cristo? Hemos hecho la prueba de preguntárselo a amigos (cristianos) que andan apurados por problemas o preocupados, haciendo cálculos para el futuro. Y casi siempre recibimos la misma reacción, una especie de sonrisilla como diciendo «estaría bien, pero eso no va a pasar de momento». Pero ¿y si sí? ¿Y si fuera a venir mañana? ¿Te ilusiona la idea o te estropea los planes?
Los (otros) que esperan
No podemos terminar sin recordar al gran grupo de personas que esperan sin cesar. Ya no viven la esperanza, porque han visto lo que nosotros no hemos visto, pero aun no pueden disfrutarlo. Son las almas del purgatorio, que viven en la espera de entrar en el gozo de su Señor.
En este año de la esperanza, en el que el papa nos da la ocasión de ganar nuevamente una buena cantidad de indulgencias plenarias, pensemos en ellas, ayudémoslas a llegar al Cielo. No despreciemos esta ocasión de oro. Aquí sí, seamos productivos. ¿Qué te gustaría que hiciéramos por ti, si tú estuvieras en esa situación? Imagina esa sensación de no tener ya que ocuparte del día a día, pero no poder saciar tu sed de Dios. Y de ver a María, de darle un abrazo y un beso después de tanto tiempo mirándola y sintiéndola como Madre. Ya ves la meta, pero no puedes pasar. Incluso siendo un poco «egoístas», ¿no crees que ganarás algunos intercesores si les ayudas a llegar al cielo?
Una llamada a la esperanza
Vivir con una esperanza bien anclada no solo nos transforma a nosotros, sino que también ilumina el camino para quienes nos rodean. Querido lector, te dejamos deberes: ¿Sientes cómo el Señor hace nueva tu vida cada día? ¿Pides que transforme tu mirada, que te de sus ojos para mirar con esperanza y amor tus circunstancias y a los demás? ¿Miras su venida con ilusión? ¿Rezas por las almas del purgatorio? Nos ponemos nosotros también manos a la obra







