Gracias por venir, hijo. Sé que estás muy ocupado.
Por Jesús Jaraíz Maldonado
España, 2024
78 minutos
Director: Alex Montoya
Charlando recientemente sobre cine con un buen amigo, este afirmaba que hacía años que no veía cine español. Y acompañó la afirmación con argumentos de peso, como el marcado carácter tendencioso del mismo debido a las suculentas subvenciones que recibe. Por mi parte, sin negarle la principal, le puse ejemplos de magníficas películas. Recordemos El mejor verano de mi vida (Estar, 328) y Abuelos (Estar, 329). Aproveché también para recomendarle encarecidamente que viese La casa.
Los dramáticos acontecimientos que estamos sufriendo este verano, en el que apocalípticos incendios abrasan pueblos enteros, nos han mostrado a humildes vecinos llorando desconsolados ante sus propiedades calcinadas: «Lo he perdido todo, todo. Mi fuente de sustento, mi casa, las fotos de mis seres queridos, mi pasado…».
Esos lamentos desgarradores nos ayudan a poner en valor esta película, que trata sobre aquellos aspectos que más huella dejan en nuestra vida: nuestra familia, nuestra casa, nuestro pasado.
Costa adentro de Valencia se localiza La casa. Allí, tres hermanos y sus respectivas familias se reúnen durante un fin de semana para decidir el futuro de la vivienda que construyó Antonio, su padre, ya fallecido. Dos días de convivencia harán aflorar rencores guardados durante años. Y muchos, muchos recuerdos. Es probable que quien vea esta película se sienta reflejado en alguno de los personajes o situaciones, ya sea como abuelo, padre, hijo o nieta.
Antonio puso el máximo empeño y cariño en construir todo con sus manos, haciendo participar en ello a sus hijos. Su mayor ilusión era tener un lugar en el que reunir a la familia. Pero, con el tiempo, «solo venían los yayos. Aquí, solos, los dos». Por la mente de los hijos irán emergiendo momentos pasados junto a él. Siendo niños, absorbían como esponjas las enseñanzas del padre. Por su parte, su nieta Ema casi siente la presencia del abuelo cogiendo romero. Le hubiese gustado pasar más tiempo con el yayo. La otra nieta tampoco olvida que el yayo abrazaba muy fuerte.
Sin embargo, Antonio, antes activo y siempre emprendedor, padece una larga enfermedad. Cada hijo actuará ante ella de forma diferente. Remordimientos —«Yo le aparqué en el sofá, […] le hablaba mal»—, incomprensiones y reproches —«¿Crees que fue fácil para mí no poder despedirme?»— enfrentarán a los hermanos. Sentimientos de culpa y añoranza van de la mano —«Pasa que soy un cutre y un egoísta. Y que lo echo mucho de menos. Y la casa».
A pesar del trato recibido, de labios del enfermo padre no saldrá ni una queja, ni un reproche hacia el hijo: «Gracias por venir, hijo. Sé que estás muy ocupado».
La casa no muestra una familia ideal y perfecta, sino real. En sus miembros abundan los defectos, como en nuestras familias. Sin embargo, cuando cada uno asume sus propios errores, es más fácil perdonar y amar: «Ahora somos familia. Vamos a querernos, ¿va?».
Se puede hacer buen cine con recursos limitados. Y con el buen cine también «Debemos sembrar; si no, solo quedarán tierras baldías» (El primado de Polonia, Estar, 353).






