
Por Equipo pedagógico Ágora
Cuando uno se acerca al pintor Joaquín Sorolla el mundo se nos hace más bello y al mismo tiempo más humano. Esto puede apreciarse en las escenas costumbristas junto al mar, en las que la gracia de sus pinceles eleva a sublime el trabajo duro y esforzado de los pescadores. Se trata de escenarios sencillos, con personas que viven de sus manos y se ganan con esfuerzo el pan de cada día.
Parece que nos advierte: no hay que ir lejos para encontrar la belleza. Pero hay que saber mirar. El resplandor de la luz y el colorido de las flores ambientan y enmarcan en dignidad el trabajo de los hombres y mujeres del mar.
Cosiendo la vela es un óleo sobre lienzo, de 93 x 130 cm. Se nos representa una escena en la que unas jóvenes vestidas con sencillos pero elegantes atavíos, peinadas con gracia y mostrando en sus gestos y movimientos una jovial alegría, están reparando unas inmensas velas blancas cosiendo los desgarrones, mientras dos pescadores ayudan sosteniendo el pesado telar. Hombres y mujeres sencillos, de la clase más humilde, en estampa popular.
El escenario lo llena el esplendoroso blanco de la vela potenciado por la luz, y contrastado por las sombras de un emparrado que alivia la fuerza del sol. Es un espacio alargado, pasillo de entrada a la vivienda, enmarcado entre pilares sencillos pintados de azul que sostienen unas macetas de flores; vigas de madera, también azules, sirviendo de soporte a unas rústicas verjas de madera que separarían el pasillo del jardín. Las chicas están de pie, de espaldas al emparrado, asomadas al velamen sostenido por una soga, convertido en barrera por encima de la cual extienden sus brazos, doblada la cintura para realizar sus labores.
La vela en escorzo prolonga el pasillo en dirección a la puerta, abierta de par en par hacia más espacios de luz que permiten ver en lejanía el perfil de la ciudad. Entre la vela y la puerta, una silla vacía, un hombre de pie y una joven o arrodillada o sentada en un banquito bajo. Es una instantánea que detiene el tiempo y lo eterniza.
Si resumiéramos simplemente: «unas jóvenes cosiendo velas»…, no nos habríamos enterado de nada. Sí, hay una inmensa vela blanca recogida. Sí, hay unas mozas joviales remendándola bajo un emparrado frondoso. Pero es también el trabajo compartido alegremente, en el que la necesidad de lograr el sustento cotidiano se convierte en encuentro alegre de quienes se afanan y comparten sus conversaciones, sus preocupaciones y sus gozos.
Y además estalla el colorido, en una luz que ilumina con diferentes tonalidades todo el ambiente. El sencillo patio se transfigura en un prodigioso rincón en el que resplandece generosa la belleza. La luz prodigiosa, el color que nos habla del milagro de la multiplicación de la vida, el alegre mensaje existencial. Realmente el trabajo de cada día se ha transformado en una fiesta, en una hermosa celebración de la vida.